La pequeña niña y su gran mensaje (3ª parte)

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Autor: Norbert Lieth

El relato de la cura y transformación del general sirio Naamán (2º Reyes 5), tiene varias enseñanzas para los lectores: Cómo Dios obra a través de lo débil y lo pequeño, la importancia de la humildad y el compromiso con el Señor, señales proféticas, amor a los enemigos, testimonio, y más. Un relato rico en ejemplos, algunos para imitar, otros para evitar.


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PE2361 – Estudio Bíblico
La pequeña niña y su gran mensaje (3ª parte)



¿Cómo están estimados amigos? El autor, en los programas anteriores, había analizado ya cinco puntos, en relación a este mensaje de la niña de 2 Reyes 5.

El sexto punto a analizar, es: “Amen a sus enemigos”.

Esta niña actuó ejemplarmente, a pesar de encontrarse en manos de enemigos de Israel, en la casa Naamán, oficial y general superior de los ejércitos sirios, probablemente responsable por la muerte de muchos israelitas. A pesar de que era una esclava a su servicio, ella estaba conmovida en su corazón por el sufrimiento de él y se afligía por él, deseando que fuera sanado.

Ella había sido enseñada en el Antiguo Testamento y seguramente conocía la Palabra de Éxodo 23:5: “Si vieres el asno del que te aborrece caído debajo de su carga, ¿le dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo.” El Antiguo Testamento ya contemplaba eso de que cuando uno veía el asno de su vecino malo, que se había caído en un hoyo bajo el peso de su carga, el judío tenía la obligación de ir y ayudar a ese vecino a levantar nuevamente a su animal.

También, según el Nuevo Testamento, la niña actuó correctamente, de acuerdo a las palabras de nuestro Señor Jesús, que dijo en Mateo 5:44: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.

La carta a los Romanos 12:14 dice: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis”. Y Romanos 12:20: “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”.

Ella, al parecer, acompañó el desarrollo de la enfermedad de Naamán, lo que se tornó su carga y ruego. Y eso, a la vez, le dio gloria al Dios de Israel.

La palabrita “si” en la corta frase que la niña usó: “Si tan sólo mi señor…” (2 Reyes 5:3) expresa su carga, su compasión y su sufrimiento. El pensamiento de ella no era: “¡Púdrete, enemigo de los judíos! Esta es la justa paga por haberme robado de mi familia y traído a esta tierra, donde tengo que servir como esclava.” ¡No! ¡Ella está llena de compasión y quería que él fuera ayudado! En todo halló las palabras correctas, sin renegar de Dios como verdadero Señor, a pesar de que nombra a Naamán también como “señor”. De modo que ella lo honraba, y no lo odiaba.

¿Aún nos dejamos conmover por el sufrimiento que nos rodea? ¿Amamos a los pecadores, incluso a los desagradables? ¿Quizás tenemos un vecino malo y pícaro que no podemos soportar? ¿O tal vez un subalterno al que despreciamos? ¿Cuándo lo veamos sufrir tendremos compasión? ¿Tenemos todavía este “si tan sólo” en nuestro corazón y en nuestros labios? ¿Tenemos una oración desde lo más profundo de nuestro corazón al Señor Jesús y una palabra de testimonio para nuestros semejantes?

¿No es así que a veces reaccionamos, al igual que los discípulos de Jesús, cuando sufrimos una injusticia y quisiéramos que descendiera fuego sobre ellos? En Lucas 9:54 al 56 leemos: “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas”.

Recordemos también lo que nos dice el apóstol Pedro, en su primera carta: “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey. Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Porque esto merece aprobación…”

La niña nos da una gran lección. Amar a los enemigos, amar a los que nos cuesta amar. Incluso si tenemos un patrón o un vecino difícil de amar. Ella le demostró ese amor, a su amo y eso lo conquistó, incluso le dió la sanidad y la salvación.

El séptimo punto a analizar: La salvación para este mundo se encuentra en Israel.

En este relato vemos la gran diferencia de cómo piensa un hijo de Dios y cómo piensa el mundo.

La niña dijo: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra”. Ella sabía que se trataba del Dios de Israel. Ella sabía: “allá en Israel Dios hace grandes cosas, no aquí en Siria, aunque sea un imperio poderoso. En la tierra de Judá se escribe la historia de la salvación y se produce salvación. Allá en aquel país tan diminuto se encuentra la salvación para todas las naciones.” ¡Proféticamente ella estaba señalando a Jesús!

Jesús dijo en Juan 4:22: “porque la salvación viene de los judíos”. Esa verdad se vislumbra aquí. Los profetas hicieron mención de Jesús, el Mesías, el Hijo de David, que traería la salvación para todo el mundo.

Sin embargo, el mundo piensa diferente, piensa que tiene mucho más que ofrecer, tal como leemos que lo expresó Naamán, en el versículo 12: “Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado”. Desprecian a Israel y se colocan por encima. El mundo le impone condiciones y lo limita. El mundo se aleja de esa pequeña tierra y sólo tiene ira y burla sobre ella. Pero la verdad es que Dios envió a Su Hijo a la pequeña tierra de Israel con el fin de salvar al mundo entero, y para que desde aquel lugar fluyeran corrientes de agua viva.

Wilhelm Bush, un predicador alemán que vivió la II Guerra Mundial, al predicar el evangelio y defender a los judíos, dijo: “Tenemos que decirlo nuevamente: ‘El antisemitismo es una bofetada en la cara a la elección de Dios’. Si un pueblo quiere destruirse a sí mismo, sólo tiene que volverse antisemita. Más que eso no es necesario, es plenamente suficiente.”

Esta niña indica la dirección correcta, y dice proféticamente al mundo: “Ustedes, pueblos grandes, más poderosos y fuertes que Israel, miren a ese país, del cual vino el Hijo de Dios para la salvación de este mundo. Allí está el futuro de todos los pueblos, allí serán juzgados y allí se levantará un reino mundial eterno.”

En ese sentido, esta niña también es una figura de la Iglesia de Jesús. Nosotros debemos encaminar a las personas a Jesús e indicar proféticamente a Israel, pues somos sus deudores. El evangelio tiene que ser predicado, la iglesia edificada, e Israel señalado proféticamente.

El octavo punto a analizar, es que: La humildad es el camino
hacia la salvación.

Imaginemos: Ahí viene Naamán con la carta del rey en la mano, con un gran cortejo, sus animales cargados de oro, plata y vestimentas costosas. Pero Eliseo no sale. Manda que le atienda el sirviente, el cual sólo le dice: “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (2 Reyes 5:10).

¿Cuál fue la reacción de Naamán? Lo leemos en los versículos 11 al 14: “Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra (él se imaginaba una gran ceremonia donde él sería el centro y todavía recibiría honra). Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado. Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio? Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio”.

En primera instancia vemos que este general sirio actúa con ira y desconsideración, después desprecia al río Jordán de Israel, da media vuelta y se va. Escuchó la verdad, pero no quiso aceptarla, lo que lo alejó de la salvación (la curación). Estaba dispuesto a hacer cosas mucho más difíciles: pagar una gran cantidad, viajar sin saber adónde, hacer ceremonias complicadas. Pero no estaba dispuesto a obedecer a la Palabra de Dios. Leemos en el versículo 11: “Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra”. La tendencia a permanecer en lo mismo y a aferrarnos a nuestros propios conceptos puede tomar posesión de nuestro corazón de tal manera, que no estemos dispuestos a tomar otro camino ni a doblegarnos. “Estoy completamente convencido de que la religión que yo tengo es la correcta.” Estamos convencidos de nosotros mismos, de nuestros hechos y de nuestras obras, pero no estamos dispuestos a aceptar la Palabra de la gracia: “¡Acepta a Jesús en tu vida y serás salvo!”

Naamán tenía su propia idea de cómo iba a ser sanado: “Él debe salir a mí, decir algunas fórmulas, pasar su mano por las partes de mi cuerpo que están enfermas, etc. A final de cuentas, traigo mucho dinero, yo pago por eso.”

En primera instancia, Naamán rechazó el camino a su cura, el cual el Señor le había mostrado a través del profeta Eliseo, porque ya se había imaginado cómo debería ser la solución de su problema.

El Señor sabía de eso y, por lo tanto, le indicó la realidad a través de las palabras de Eliseo a Naamán. Él tuvo que aprender que no era nada más que un leproso pobre y perdido, como cualquier otro leproso de la tierra de Israel o de Siria que vivía en cuevas o en el campo.

No podía comprar su salvación con todo su poder, ni con la carta del rey, tampoco con toda la plata y el oro. Antes era necesario que sufriera humillación y adquiriera una fe obediente a la voluntad de Dios.

No sólo Naamán tuvo esa actitud. Hay tantas personas que siguen sus propias ideas, que con dinero y posesiones quieren comprarse su salvación, o haciendo buenas obras y esforzándose por cumplir los diez mandamientos. Hay muchos que creen que un gurú cualquiera los puede ayudar.

Realmente no importa si uno puede saltar 10 metros de distancia, o incluso 20 metros, si el abismo tiene 200 metros de ancho. Eso no ayudaría en lo más mínimo. Habrá personas que son mejores que otras, pero de todos modos caen en el abismo.

Alguien dijo: “Las religiones son una fatamorgana (un espejismo) en el desierto de la humanidad perdida. Pero Jesucristo es el puente que se coloca por encima del abismo, y a través del cual podemos entrar en el reino de Dios.”

En Hechos 4:12, el apóstol Pedro, que era judío de pura cepa, dijo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.

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