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Autor: Norbert Lieth

Con pocas palabras, el apóstol Pablo enseña el significado de una fe viva y un amor activo en el contexto de nuestro sufrimiento y de la segunda venida del Señor. Una interpretación y enseñanza práctica para nuestra vida.


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PE2809- Estudio Bíblico
La fe, el amor, los sufrimientos y la segunda venida del Señor (1ª parte)



Queridos amigos, al comienzo de su Segunda carta a los tesalonicenses, en el capítulo 1 versos 3 y 4, el apóstol Pablo escribe: Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás; tanto que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis.

Antes, en su Primera carta, ya había dicho en el capítulo 1 versículos 2 y 3: Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones, acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.

En el tiempo transcurrido entre ambas epístolas, los tesalonicenses confirmaron su fe y su amor, incluso habían crecido en ambos, de modo que Pablo se vio obligado a sentirse agradecido, como leímos al comienzo: Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno. De seguro, cada uno de nosotros ha dado gracias por alguien, pero ¿cuántos nos hemos sentido obligados a hacerlo?

Todos conocemos bien los sentimientos de culpa que experimentamos cuando desaprovechamos las oportunidades, cuando reaccionamos de manera equivocada, cuando tenemos un comportamiento indebido o cuando pecamos. Pero la vergüenza de deber a Dios el agradecimiento por otros es algo que probablemente muy pocos conocen y no es común pronunciar oraciones como la siguiente: “Dios, te debo el agradecimiento por mi hermano, por mi hermana, por mi esposa, mi esposo, por nuestros hijos, por los padres, por otra obra misionera…”.

Debemos a Dios las gracias por lo que él ha puesto en otros con el fin de glorificarlo, engrandecer su nombre y bendecir a las demás personas. Debemos a Dios el agradecimiento por la honra que le brindan otros creyentes, por la obediencia de ellos y su buen testimonio. La deuda de agradecimiento de Pablo, Silvano y Timoteo se basaba en dos razones: La primera de ellas la encontramos al principio, en el verso 3 que dice […] por cuanto vuestra fe va creciendo […]. En la Primera carta a los tesalonicenses 3:10, el apóstol había escrito: Orando de noche y de día con gran insistencia, para que veamos vuestro rostro, y completemos lo que falte de vuestra fe. Ahora, en su Segunda carta, Pablo expresa un gran gozo, pues la fe de ellos había crecido sobremanera.

¿Cuándo fue la última vez que agradecimos a Dios por la fe de nuestro hermano? ¿Qué ven los demás de nosotros? ¿Se gozan por cómo nuestra fe crece sobremanera? ¿Se puede apreciar este tipo de cambio en nosotros, al punto de provocar el asombro de otros y comprometerlos a dar gracias por ello? Es notable la importancia que la Biblia da al crecimiento 1 Tesalonicenses 4:10 dice: Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más.

Hagámonos las siguientes preguntas: ¿Puede nuestra fe seguir creciendo? ¿No es suficiente la fe que hemos puesto en nuestra conversión? ¿Qué significa una fe que crece sobremanera: ¿resucitar a los muertos?, ¿mover las montañas?, ¿hacer lo imposible? ¿Se puede creer más que creer? ¿No es que tan solo creemos o no creemos? ¿Qué significa entonces una fe creciente?

El propio contexto aclara todas estas preguntas volvemos a 2 Tesalonicenses 1:3 donde dice que: se trata de la obra de vuestra fe”, de una progresiva firmeza y fidelidad en medio de las persecuciones y aflicciones. También lo afirma 2 tesalonicenses 1:4: […] por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis. La fe de los tesalonicenses mostraba cada vez más frutos, evidenciándose en su diario vivir. ¿Podemos decir lo mismo de nosotros? ¿Podríamos declarar, que en lugar de debilitarnos con el tiempo, presentamos evidencia de nuestra fe y nos volvemos más firmes?

La segunda de las razones que encontramos en 2 Tesalonicenses 1:3 es porque […] el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás . No solo la fe iba en aumento y daba resultados visibles, sino también el amor. No simplemente el amor de la iglesia, sino el de cada individuo. El Espíritu Santo se enfoca en cada cristiano de forma individual. Él ve tanto el amor de nuestra comunidad como el que ejercemos de manera personal.  Este tipo de amor es para todos, sin excepciones.

Simpatía y antipatía son dominados por el amor, no al revés. El amor es lo más grande. El poeta Jacques Prévert dijo: “No son seis o siete las maravillas del mundo. No hay más de una: el amor”. Este mismo amor motivó a Pablo a ser agradecido y dar honra, como ya leímos en 2 Timoteo 1:4: Tanto, que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis”. Pablo se gloriaba por la obra de los tesalonicenses. ¿No es esto un tanto orgulloso? Quizá, aunque en un sentido bueno y espiritual.

Era parte de la cosecha de Pablo y sus colaboradores, una reafirmación de su trabajo para Dios. Así como los padres se alegran de sus hijos obedientes, un maestro artesano de su aprendiz, un profesor de un estudiante, o un jardinero de una de sus plantas, de igual forma Pablo se alegraba de los tesalonicenses y, en cierto sentido, se gloriaba de ellos.

Después de todo, esta iglesia evidenciaba la buena obra que el Espíritu Santo había realizado a través del apóstol y sus colaboradores. Si bien todo provenía de una gracia inmerecida, aun así era digno de gloria. Segunda de tesalonicenses 1:4-6 dice: […] en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis. Esto es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis. Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan.

Este texto, no tan sencillo, nos da información acerca del sentido del sufrimiento. A menudo pensamos que el sufrimiento, la persecución y la aflicción son injusticias, pero este pasaje abre nuestros ojos a otra verdad: son señales del justo juicio de Dios. El último libro de la Biblia, que podemos calificar como el libro del juicio y del “día del Señor” es el que señala los justos caminos y los veredictos de Dios.

Apocalipsis 15:3-4 habla de los vencedores, dice: […] cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues solo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado.

Más adelante, en Apocalipsis 16:5, 7 dice: “Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas […]. También oí a otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos. Además, una gran muchedumbre en el cielo testifica en Apocalipsis 19:2: Porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella.

Por último, Apocalipsis 19:11 dice: Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea”. ¡Qué gran consuelo ante el sufrimiento es el amor y la fe en la segunda venida de Cristo!

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