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Autor: Eduardo Cartea Millos

Victoria después de la prueba, como estás pruebas pueden presentarse y sus consecuencias, esto aprendemos de la vida de Josafat según 2 Cronicas 18. Compartimos algunas reglas para que la victoria pueda ser una experiencia repetida en nuestras vidas.


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PE2549 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (9ª parte)



Después de la victoria, la prueba

A través de la vida de Josafat la Biblia nos enseña un asunto importantísimo a tener en cuenta para nuestra vida espiritual. Es casi una ley que, después de una gran victoria, nos sobrevenga una prueba, y muchas veces, para vernos lamentando un fracaso. Por eso los triunfos deben ser tomados con un corazón humilde y en sincera dependencia del Señor.

Así le pasó a David, después de su resonante victoria sobre Goliat, el terror de Israel, cuando una de sus piedras lisas, guiada por un impulso divino dio en la frente del paladín de los filisteos y terminó con el trofeo de su cabeza. ¿Y luego qué? Luego debió vérselas con el que debía haberle reconocido de por vida. Fue librado milagrosamente de las manos de Saúl varias veces, huyendo como una alimaña por el desierto, metido en cuevas y rodeado de marginados y desahuciados. Hasta que le llegó el tiempo de ocupar el trono prometido.

Así le ocurrió a Elías, después de su extraordinaria epopeya en la cumbre del Monte Carmelo. Inmediatamente, bastó una amenaza de Jezabel, para verle huir por el desierto, desear la muerte y esconderse en una cueva en el monte Horeb. Hasta que Dios le mostró Su presencia en aquel silbo apacible, el sonido de una suave quietud que llenó de paz su corazón y le permitió oír su voz diciéndole: vé, vuélvete. No yerres el camino. No te aísles. No dejes de hacer la tarea. No quedará en vano tu obra. No estás solo.

Así le sucedió a nuestro adorable Salvador. Luego de aquella inigualable experiencia de oír la voz del cielo decir: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”, nos dice Lucas 4.1 que “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto”. Y la expresión fue llevado, es intensa, llena de determinación. Iba a ser tentado por Satanás. Y una de las tentaciones apelaba, justamente, a su orgullo personal: échate abajo… El ejemplo que nos queda, para nuestra admiración y obediencia, es que, no solo no sucumbió, sino que salió victorioso. Es posible la victoria. Pero en dependencia de Dios y Su Palabra.

Así también Pablo, ese gran personaje del cristianismo, quien escribía a los corintios sobre aquella maravillosa experiencia personal de ser arrebatado hasta la misma presencia de Dios, y en su segunda epístola capítulo 12 les dice: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne…”.

Antes de considerar la experiencia de Josafat, déjame decirte que hay algunas reglas para tener en cuenta, a fin de que la victoria pueda ser una experiencia repetida en nuestras vidas. No es una receta. No es un plan infalible. Pero puede ayudarnos, si lo tomamos con un corazón humilde. Y lo haré citando lo que A.W. Tozer escribió:

“(1) No confíes en un corazón desanimado;
(2) Pospón cualquier toma de decisión inmediata;
(3) Medita sobre tu relación con Dios;
(4) Satúrate de las promesas de Dios”.
Y añado, recitando aquel versículo tan conocido por todo cristiano: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”.

Ah, Josafat, como solemos decir: “se durmió en los laureles”. Tenía riquezas y gloria en abundancia, pero como todo creyente, también tenía pies de barro, para no olvidar lo que era. Y el fracaso iba a llegar pronto. De ello da cuenta este versículo 1 del capítulo 18: “… contrajo parentesco con Acab”. Lo que sencillamente se dice en este versículo comporta una verdadera tragedia, con consecuencias tremendas para él y para el pueblo de Dios.

Ya hemos recordado quien era Acab. Un perverso rey, idólatra, casado y dominado por una mujer pagana y diabólica, Jezabel, quien mantenía una corte de cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y cuatrocientos profetas de Aserá, que comían de su mesa. Es decir, que eran mantenidos por ella.

Recordamos lo ocurrido en el monte Carmelo, cuando Elías retó a aquellos profetas a hacer descender fuego del cielo para consumir el holocausto preparado, si es que Baal era el verdadero dios. Y cómo fue evidente el fracaso de los profetas paganos y el triunfo del siervo de Dios, quien, después de ver como el fuego del cielo consumió el sacrificio, el agua, y las piedras del altar, mató a los profetas falsos, aun a riesgo de perder la vida (1 Rey. 18:1-46).

¿Por qué Josafat contrajo parentesco con Acab? Porque su hijo Joram se casó con Atalía, la hija de Acab, una mujer tan perversa como su madre Jezabel, a tal punto que leemos en 2 Crónicas 22:3 que el hijo de Joram, Ocozías, era aconsejado por su madre Atalía “a actuar impíamente”.

Y, peor aún, la diabólica Atalía, que reinó en lugar de su nieto, porque Ocozías fue asesinado y pretendió exterminar toda la descendencia real de la casa de Judá, en una acción evidentemente inspirada por Satanás, el enemigo del pueblo de Dios y de su descendencia final: el Mesías . Sólo se salvó Joás porque su hermana Josabet le escondió durante seis años, preservando milagrosamente, por evidente providencia divina, la línea real davídica, es decir, la estirpe de los reyes judíos ascendientes directos de Jesús. Como lo pretendió Caín con Abel, Saúl con David, Amán con el pueblo en tiempo de Esther, Herodes matando a los niños en tiempos de Jesús, etc. Solo la intervención divina, pues, privó de tal artimaña. ¿Por qué fue así? ¡Por el error de Josafat!

¿No hay en la Biblia varios de estos errores que conducen, sin pensarlo ni proponérselo a terribles consecuencias? Recordamos el pecado de Noé, el de Lot, el de Abraham con Agar, el de Jacob con Esaú, el del mismo Esaú con su primogenitura y el de David con Betsabé?. A veces una simple mala decisión tiene consecuencias que lamentamos y que se extienden a nuestros hijos, y tal vez nietos, y así por generaciones.

Bien dice Dios en Éxodo 20:5, 6: “No te inclinarás ante ellas, ni las honrarás, porque yo soy el Señor tu Dios, fuerte y celoso. Yo visito en los hijos la maldad de los padres que me aborrecen, hasta la tercera y cuarta generación, pero trato con misericordia infinita a los que me aman y cumplen mis mandamientos” (RVC).

¿Cuáles fueron las razones por las que Josafat contrajo parentesco con Acab? Tal vez por querer unir y pacificar a los dos reinos divididos. Pero esto constituía un error. No debía trabar relación con un hombre perverso e idólatra como Acab para llegar a un fin, por más bueno que este fuera. Los fines nunca justifican los medios, cuando los medios son contrarios a la voluntad de Dios. Tal vez porque Acab convenció a Josafat, un hombre recto pero influenciable, débil, de poco carácter, a unir a su hijo con Atalía, ambos príncipes de sus reinos. Recordemos que los casamientos en aquel tiempo se concertaban entre los padres. Así que, el error sigue siendo de Josafat, sin atenuante alguno.

Fuera cual fuese el motivo, indudablemente, por lo que ya vimos en la historia de Atalía, el enemigo, el mismo Satanás estaba detrás de esta relación. Como alguien bien dijo: “Hay una mente detrás del sistema del mundo”. Detrás de nuestros yerros, de nuestras caídas, de nuestros fracasos, siempre hay una mente… Por eso Pablo nos dice en 2 Corintios 2:11: “que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones”. Dicho de otro modo: no ignoramos su habilidad para meterse en nuestras mentes y dirigir nuestros pensamientos.

1 Comment

  1. Lorena Cabrera dice:

    🙏❤🇪🇨

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