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Autor: Eduardo Cartea Millos

No duermas en los laureles, sino pagarás las consecuencias. En la vida de Josafat vemos como las relaciones peligrosas lo llevaron a ser influenciado a través de la mente del mundo, a amar al mundo y por consecuencia sufrir mucho dolor.


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PE2550 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (10ª parte)



Una mente detrás del sistema, no améis al mundo

Querido oyente, no duerma en los laureles, sino pagará las consecuencias. Fuera cual fuese el motivo, indudablemente, por lo que ya vimos en la historia de Atalía, el enemigo, el mismo Satanás estaba detrás. Como alguien bien dijo: “Hay una mente detrás del sistema del mundo”. Detrás de nuestros yerros, de nuestras caídas, de nuestros fracasos, siempre hay una mente… Por eso Pablo nos dice en 2 Corintios 2:11: “que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones”. Dicho de otro modo: no ignoramos su habilidad para meterse en nuestras mentes y dirigir nuestros pensamientos.

Leyendo una vez más el v. 1, podemos pensar que es posible que la prosperidad y fama crecientes de Josafat fueran los motivos por los cuales descuidó su fidelidad y cometió este error tan grave. Muchas veces, los contratiempos y las pruebas resultan ser bendiciones disfrazadas y muchos son los cristianos que han sabido bendecir la mano de Aquel, que, quitándoles sus posesiones materiales, les enseñaba a buscarle con intensidad, a alegrarse en Su amor inmutable y a depender de Su gracia, más que en los tiempos de bonanza.

Por otra parte, el apartarse del Señor obra en el corazón furtivamente y acarrea resultados terribles. Paulatinamente, gradualmente, lentamente, va paralizando el alma, oscureciendo el discernimiento espiritual y produciendo de antemano una disposición a la influencia de tentaciones que hubieran quedado sin poder para enredar a uno que anduviera en comunión con Dios.

¿Cuál fue, en definitiva, el error de Josafat? Trabar relación con el mundo. Ah, el mundo, ¡cómo atrae! ¡Qué poder de influencia tiene sobre el creyente! Sin darse cuenta, va entrando en la vida cristiana hasta que ocurre aquello que tan gráficamente presenta la anécdota del camello y el beduino. Poco a poco, el camello fue entrando en la tienda, hasta que ¡el beduino quedó fuera de ella! Así, el mundo va entrando en la tienda de la vida, hasta ocuparlo todo. Cualquier relación con el mundo es peligrosa. Amistades, noviazgo, casamiento o sociedades con incrédulos, o no verdaderamente cristianos, son incompatibles para un creyente.

Conocemos bien lo que el Señor nos dice a través del apóstol Pablo en 2 Corintios 6:14-7.1: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual dice: salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor. Y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.

Notemos que no es una sugerencia de parte del Señor, sino un mandato para ser cumplido. Se trata de creer lo que Dios dice, aceptarlo y llevarlo a cabo, si queremos que nuestras decisiones y acciones sean de bendición para nuestras vidas y las de los demás. Hay cristianos que traban relación sentimental, laboral o de cualquier tipo con personas del mundo, generalmente muy respetables y dignas, al punto de decir muchas veces “solo le falta ser creyente” (o aun: “es mejor que un creyente”), pero ciertamente no lo son, y por lo tanto constituyen un “yugo desigual”. Y sobre estas uniones no podemos pedir la bendición de Dios, pues Dios no puede bendecir aquello que está contra Su perfecta voluntad.

Cuando Jesús fue tentado por el diablo, en una de las tres tentaciones mencionadas en los evangelios, le llevó a la santa ciudad y le puso encima de la parte más alta del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: a sus ángeles mandará acerca de ti, y: en sus manos te sostendrán para que no tropieces con tu pie en piedra”. ¿No era cierto que era el Hijo de Dios? ¿No era cierto que estaba escrito en el Salmo 91:11, 12 lo que el diablo –que conoce bien la Escritura– recitó, aunque maliciosamente no en forma exacta? ¡Claro que sí! Pero, hacerlo era probar innecesariamente a Dios. Era provocarle. Era tentarle.

Por eso, la respuesta de Jesús fue: “Escrito está también: no tentarás al Señor tu Dios”. Dios puede librarnos de situaciones de peligro porque como dice el Salmo 34:7 “el ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los defiende”. Pero leamos bien: es ¡“a los que le temen”! Y el temor reverente a Dios nos privará de hacer cosas que sabemos contrarias a Su voluntad. Por lo tanto, como dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 10:9: “Ni tentemos al Señor”. No le pongamos a prueba.

Confiar en el mundo siempre es peligroso. Y a quien confíe en el mundo le ocurrirá lo que dijeron al rey Exequias y podemos encontrar en 2 Reyes 18:21: “He aquí que confías en este báculo de caña cascadaen el cual, si alguno se apoyare, se le entrará por la mano y la traspasará”. Así es el mundo, una caña quebrada, filosa, traicionera, que, si nos apoyamos en ella, traspasará con dolor nuestra experiencia como hijos de Dios.

¿Qué produce la relación estrecha con el mundo, con las personas del mundo? Que sus ideas, conceptos, costumbres, tendencias, siempre mundanas, y, por buenas que parezcan, siempre contrarias al pensamiento de Dios, vayan entrando en nuestra mente, en nuestros criterios y luego en nuestras acciones. Sin darnos cuenta, como ocurrió con Sansón, vamos quedándonos dormidos, y lo que en un tiempo nos parecía inaceptable, va siendo aceptado y aquello que pensábamos antes nos parece exagerado y hasta ridículo.

Amistad con el mundo. Dios dice a través de Santiago en el capítulo 4 verso 4: “Oh, almas adúlteras, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios. Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Adulterio espiritual, infidelidad hacia el Señor lleva a enemistad con él. La única razón para mantener una cierta amistad o, mejor dicho, una relación con personas del mundo, es con el fin de llevarlos a los pies de Cristo. Cualquier otra razón es peligrosa y puede tener consecuencias fatales para nuestra vida, y nuestra posteridad.

Tengamos en cuenta la siguiente frase: “El mundo trabará de buena gana amistad con el creyente, con tal que este se comprometa a ocultar su luz y mantener silencio en cuanto a la maldad del mundo, tratándolo de compañero, como si las cuestiones que quedan pendientes entre el convertido y él que no lo es, fueran cosas de propio raciocinio, y no de importancia suficiente para constituir obstáculos a la amistad”.

La amistad con el mundo tiene un alto precio que muchas veces pagamos nosotros y también otros, por nuestra negligencia. Y muchas veces nos ocurre lo que se dice de Esaú en Hebreos 12:15: “No sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas”.

“Dejo el mundo, y sigo a Cristo, porque el mundo pasará”, dice un antiguo himno cristiano. Porque “el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre”. Más bien, digamos y hagamos como el salmista en el Salmo 16:3: “Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia”.

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