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En la última parte de la entrevista con la Psicóloga Gloria Hernández sobre el sentido del dolor aprendemos sobre la mejor manera de enfrentar las situaciones dolorosas, basándonos en el ejemplo de Jesús descrito en el evangelio de Juan, capítulo 11. Te invitamos a conocer los desafíos y consejos que nos deja Gloria, quien nos anima a buscar el “para qué” de las dificultades y a crecer a través de ellas para estar más cerca de Dios y para ser de bendición para otros también.


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Entrevista a Gloria Hernández

Natalia: Bienvenidas, amigas, al tiempo de la entrevista. Estamos aquí con la Psicóloga y amiga de la casa Gloria Hernández, ya conocida por ustedes por programas anteriores y por esta serie de cuatro programas que hoy termina sobre el sentido del dolor. Hemos transitado un camino que nos ha ayudado mucho, espero que a nuestras amigas también, pero todavía nos queda bastante por hablar. ¿No es así, Gloria?

Gloria: Sí, claro que sí. Es una experiencia y es una emoción tan profunda, tan intensa y que mueve tanto el piso de la realidad de cada uno, que da para hablar muchísimo y para poder seguir profundizando. El dolor forma parte también de los hijos de Dios, de los siervos y siervas de Dios en la Biblia y a lo largo de la historia, y el dolor forma parte de nuestra vida también. El punto es la mirada que uno tiene y el poder encontrarle el propósito de bien, y no de mal, que tiene una experiencia de dolor para las vidas de todos nosotros.

Natalia: Y estamos yendo en contra de la corriente de este mundo, donde justamente el planteo es no sentir el dolor, evitarlo con cuanto sea posible. Pero no es ese el punto, ¿no? El dolor va a venir igual y el tema es que con esa visión nadie nos prepara para el dolor, nadie nos prepara para poder enfrentarlo.

Gloria: Exacto. Con esa forma de pensar nadie nos prepara para el dolor, es tal cual lo que estás diciendo, y es muy fuerte eso. Porque se mete aún en la educación de los padres con los hijos, en la niñez. El niño va creciendo de forma que no sufra, de forma que no pase mal, obviamente que los padres que aman a sus hijos quieren su felicidad, quieren que estén bien.

Natalia: Lógico, no los van a hacer sufrir por gusto.

Gloria: Pero muchas veces no los preparan para algo tan importante para la vida, que es aprender a tolerar las frustraciones. Obviamente que una experiencia de frustración, como que quiero algo y no lo puedo tener ahora, es una experiencia sumamente importante para el desarrollo sano de una personalidad. ¿Por qué? Porque uno no nace con la capacidad de tolerar las frustraciones. La capacidad de tolerar las frustraciones es una experiencia que se desarrolla y se desarrolla viviendo experiencias de frustraciones. Por eso a veces les vamos a papás, sobre todo al trabajar con la rehabilitación de adicciones, permisivos, vemos familias sumamente permisivas, sobreprotectoras, en las que nunca se le dijo que no al hijo, y eso es un error. Obviamente que si tenés la posibilidad de darle algo a tu hijo se lo podés dar, pero todo tiene que ser con equilibrio y con medida. Si quiere algo tiene que esperar, no todo lo va a recibir enseguida. Será en fin de año, será un regalo de navidad o será en el cumpleaños. Otra cosa muy importante es aprender que las cosas en la vida se ganan, se conquistan, se trabaja para alcanzarlas. Si salva el año, si viene con buenas notas, entonces tiene el regalo o el premio. Eso también es muy importante.

Natalia: Porque después, en esos padres que le dan todo, está ese pensar, cuando los hijos están en la adicción, de “¿cómo me pudo hacer esto cuando yo le di todo?”

Gloria: Tal cual. Y qué importante. La otra vez una mamá me decía “si hay algo que aprendí en este proceso de rehabilitación es a decir que no cuando hay que decir que no”. Eso es muy importante. La frustración es una experiencia dolorosa, que nos enoja, y sin embargo es parte importante de la vida porque nos van a acompañar frustraciones, pero podemos aprender a tolerarlas a través de la educación de parte de adultos y a través de la fortaleza que sin duda el Señor nos da.

Así que cuando hablamos del dolor, y yendo a la Palabra de Dios, tú decías al principio, Natalia, que vivimos en una sociedad que no quiere que vivamos el dolor, así que vamos en contra de la corriente. Y si será así, que uno mira las bienaventuranzas y lee “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. Felices los que lloran. Así que vemos que hay una mirada diferente. Somos felices, somos bienaventurados si vivimos situaciones de dolor, vemos al dolor como un don, como un regalo, porque esta experiencia es escuela para nuestra vida, nos enseña, nos hace más humildes, nos llena, nos hace más sensibles, nos hace más empáticos, es decir que me puedo poner en el lugar del otro, porque primero viví experiencias de dolor para entender, entonces, mucho mejor el dolor de la otra persona.

El dolor nos acerca mucho más a la dependencia de Dios. Y justamente desde el pasaje que venimos leyendo de Juan 11, sobre la familia de Lázaro, hay un momento en los versículos 33 y 35 en los que dice: “Jesús entonces, se estremeció en espíritu y se conmovió, (…) Jesús lloró”. Y es muy importante, para elaborar una situación dolorosa y de sufrimiento, tomar contacto con lo que uno siente. No evadirse, no escapar del dolor, sino que llorar. Ayer estaba hablando con un paciente que vivió la ruptura con su novia de la cual él está muy enamorado, y él decía “cuánto dolor siento, cuánto necesito llorar”. Y yo le decía: “bueno, llorá, porque te hace mucho bien llorar”. Las lágrimas son sanadoras, nos liberan. Hay que quitar eso de que los hombres no lloran porque los hombres tienen tanta sensibilidad como las mujeres y les duelen las cosas como a las mujeres. Entonces llorá que te va a hacer bien, porque el mismo Jesús lloró. Esto nos muestra que él también se conectó con la angustia que sentía. No se escapó ni la evadió. Frente a eso que lo conmovía, se permitió llorar.

Esta es la gran palabra que debemos tener en cuenta cuando transitamos y cuando hablamos de elaborar el dolor: El dolor se elabora dándose permiso, permiso para sacar afuera todo lo que uno siente. Sentimos dolor, sentimos tristeza, sentimos rabia, sentimos bronca por eso que nos pasa. Vemos la queja, el resentimiento, las preguntas. Sentimos miedo, miedo de preguntarnos si saldremos de esto, si terminará en algún momento, si volveré a encontrar mi alegría otra vez. Todos esos temores también son parte de elaborar esa prueba, ese dolor. También hablábamos de la culpa, una emoción muy fuerte y pesada. Es eso de pensar “si yo hubiera hecho esto”, “si hubiera actuado a tiempo”, “si hubiera llamado al médico antes”, si “la hubiera atendido de una manera”, y uno se entra a culpar, a pensar que por culpa de uno hoy está viviendo esta prueba o este dolor, y también hay que contactar con todas estas cosas.

A este paciente del que hablaba hace un ratito le dije que le escribiera una carta a ella, una carta que la escribía para sí mismo, pero en la que contactara con las cuatro emociones sanadoras de una pérdida que son: en primer lugar la tristeza, escribirle lo que te está doliendo de hoy no estar con ella, en segundo lugar la furia, la bronca, la rabia que te está produciendo esta situación de sufrimiento, en tercer lugar los miedos, lo que te atemoriza, si volverás a ser feliz, si volverás a encontrar a otra persona, y en cuarto lugar el pesar, la culpa. Él me escribió cinco carillas de cuadernola, y me decía que tardó días en escribirla, pero qué sanador que fue. Es una herramienta, porque cuando uno se da el permiso de sentir todo lo que está brotando, todo lo que está sintiendo, ya empieza a sanar. Por otro lado, cuando uno tiene que escribir, tiene que ordenar lo que piensa. Entonces ya también ese momento de ordenar los pensamientos va ayudándonos a tener luz y un mayor entendimiento sobre esto que está pasando. Son aspectos y herramientas sumamente importantes para poder transitar este momento de prueba y de dolor. Hablarlo, llorarlo, escribirlo, son distintas formas de contactar y sacar afuera todo esto que se está viviendo.

Natalia: Uno tiene que entender qué es lo que le pasa. Es verdad, el dolor es lo general: estoy pasando dolor. Pero ¿qué es lo que me causa el dolor? Quizás lo que lo perpetúa es la culpa, quizás es el pesar, entonces al escribirlo, al pensarlo, al ordenarlo es cuando podemos realmente cambiar. Si nosotros no sabemos qué cambiar, si no sabemos qué es lo que nos está haciendo mal en eso que nos rodea, difícilmente podamos hacer algo al respecto. Así que está bueno el plan, ponernos en movimiento, en acción, y primero identificar qué es lo que más nos causa dolor. Obvio, hay una situación que me causa el dolor, pero está tocando un punto sensible en particular que es importante poder identificarlo. ¿Qué hacemos después de que identificamos lo que nos hace sufrir?

Gloria: En este pasaje hay un momento en el que Jesús le pregunta “¿Dónde le pusisteis?” y ellas responden “Señor, ven y ve”. Y en esto de venir y ver, vemos la importancia de acercarnos a esta realidad, con lo que trae, con todo lo que me genera en cuanto a emociones y sentimientos de dolor, sufrimiento, bronca, miedo, pesar, y contactar con eso. Ni rechazar ni minimizar, porque a veces minimizamos la situación, a veces la negamos. Pero realmente tenemos que tomar contacto con ella, porque tomando contacto con la situación es cuando comienza esto de la decisión con firmeza. Vemos en ese pasaje que Jesús clama a gran voz, y le dice: “¡Lázaro, ven fuera!”. En definitiva, hay un punto en el que contacto, libero, hago esa catarsis que me ayuda a sacar afuera todo ese montón de sentimientos. Ahí está el punto de salir de la situación, y eso implica una decisión de firmeza. Es peligroso seguir en la cueva porque para sanar hay que salir. ¿Cómo salimos? Contactando con lo que uno siente, pidiendo ayuda, porque muchas veces uno necesita que haya otro que nos escuche, que nos de su mirada y que nos vuelva a escuchar.

A veces hablarlo muchísimas veces es lo que va liberando, va ayudando y va elaborando. Sacar todo lo que siento adentro de mí y de esa manera limpiar mi corazón de emociones que me intoxican, que me dañan, como la rabia, el rencor, el resentimiento. En este salir vamos hacia el encuentro de uno mismo, porque uno después de transitar una experiencia de dolor se llega a conocer mucho más, si fue sensible. Vamos al encuentro también de nuestra familia y de las personas que nos rodean y que nos quieren. Cómo valoramos a las personas que están cerquita de uno cuando uno está en un momento difícil, y ni que hablar del encuentro con Dios. Muchas veces conocemos dimensiones del Señor que solamente a través de momentos de dolor es que uno los logra conocer. El mismo Job terminaba diciendo “de oídas te conocía, mas ahora mis ojos te ven”, después de que le fue quitado todo. Realmente es un ejemplo tremendo de experiencia de dolor y de sufrimiento. Absolutamente todo le fue quitado excepto su alma, y sin embargo en todo ese proceso de dolor en el que también sacó afuera su rabia, su angustia, su llanto, sus miedos, sus preguntas, al final victoriosamente dice “de oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven”.

Esta firmeza nos muestra algo muy importante, y es que Dios siempre es padre pero no es paternalista. Veamos todo el trato que hizo Dios con esta familia de María, Marta y Lázaro. Él no respondió en seguida, propició una demora que fue un tiempo sumamente provechoso y educativo para poder aprender paciencia y para entender los propósitos de Dios. Luego él dijo “quiten la piedra”, apeló a la red que rodeaba a esta persona en su dolor, para que ayudaran. Mandó a quitar la piedra de la incredulidad, la del orgullo, la del resentimiento, la de la culpa. Mostró que también él se conmovió y lloró, mostró que hay que tomar contacto con lo que uno siente, y finalmente con firmeza le dijo “Ven fuera”. No lo tomó de los brazos y lo sacó. El Señor nos dice que hay determinaciones y decisiones que quiere que las hagamos nosotros, porque Dios es padre, no es un sobreprotector paternalista. Él quiere que sobre todas las cosas, en esta firmeza de la orden, podamos seguir creciendo en lo que Dios quiere que crezcamos, en nuestro carácter y personalidad, en el entendimiento de Dios y en su propósito para nuestra vida, y creciendo en la confianza en Él.

Sobre todas las cosas, la maravillosa diferencia que hay entre una persona con fe y una persona sin fe cuando transitan un momento de prueba y de dolor, es la esperanza. La esperanza a pesar de todo lo que uno tenga que vivir, cuando elijo la esperanza, elijo vivir con esperanza, y aún en medio del dolor sé que tuvo un comienzo, que tiene un propósito y que va a tener un fin. Ahí es cuando realmente vamos a poder entender y sacar el mayor provecho de una experiencia de dolor. Así que bueno, culminando con la Palabra del Señor leemos un texto muy lindo e importante en Deuteronomio 8, que dice así: “Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres. Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no solo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”. Entonces vemos cuánto propósito hay cuando Dios permite un dolor en nuestra vida. Bueno me es haber pasado por este dolor para aprender más del Señor, sobre todas las cosas el Señor aflige momentos de nuestra vida, nos hace pasar momentos de necesidades para entender que no solo de pan vivirá el hombre, estas cosas materiales o terrenales que uno tiene, sino que sobre todas las cosas es vivir de la Palabra de Dios, que es a Palabra que justamente nos va a dar a esperanza, la fe y la fuerza para superar todo dolor.

Natalia: Muchas gracias, Gloria, no hay que agregar más nada, simplemente el agradecimiento por habernos acompañado en esta serie de programas. Que Dios te bendiga.

Gloria: Muchas gracias, Natalia, y también quiero, a través de este micrófono, saludar a todas las personas que han podido seguir estos programas. Que Dios los bendiga.

Natalia: Muchas gracias.

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