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Autor: William MacDonald

La Gracia de Dios genera una lista interminable de beneficios para sus destinatarios. En éste programa continuaremos nombrando algunas y veremos cómo sin la caída la oportunidad del hombre no sería la misma.


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PE2503- Estudio Bíblico
Esto sí es Sublime Gracia (6ª parte)


 


Continuamos hoy hablando sobre lo que significa la Gracia para los creyentes. Hemos visto que los receptores de Vida Eterna son llenos de Gozo, Paz y Propósito en la vida, entre otras cosas.

La obra de santificación comienza al momento de recibir la Gracia. La santificación es una maravilla doctrinal, describe el hecho de que Dios separa a los creyentes del pecado y del mundo para que le pertenezcan a Él. Tan pronto como son salvos, son santificados en su posición. Luego, se les enseña a vivir en santidad, según la posición en la que están. Sin embargo, solo en el cielo se completará esta obra.

Los redimidos son además representados por Cristo como Sumo Sacerdote, Intercesor, Abogado y Ayudador, Él da gracia, consolación, y ánimo. Él intercede por los suyos. Cuando pecan, Él obra para restaurar su comunión. Él defiende día y noche la causa de Su pueblo contra las acusaciones de Satanás.

No os dejaré huerfanos…” es la promesa de Jesús que encontramos en Juan 14:18 La tercera persona de la Santa Trinidad entra a la vida de un hijo de Dios en el momento de su nuevo nacimiento. Es increíble, pero cierto, que el frágil cuerpo humano sea el templo del Espíritu Santo. El Espíritu otorga el poder para la santidad, la adoración y el servicio. Es el responsable del cambio asombroso que caracteriza la vida de un santo.

Y son además bautizados por el Espíritu. Este ministerio del Espíritu hace que aquellos que se arrepienten y creen en Cristo sean miembros de Su cuerpo. En el momento de la salvación, el creyente recibe el privilegio extraordinario de convertirse en miembro de la comunidad más grande sobre la Tierra, la Iglesia. Esta nueva sociedad tiene a Cristo como Cabeza y a todos los cristianos verdaderos como miembros. No hay palabras para describir el vínculo cercano que une a los seguidores de Cristo a Él mismo y entre sí.

Además de los ya mencionados ministerios al Espíritu, este también nos ha dado un sello, que representa que somos su propiedad y la garantía de la preservación eterna. Cada pecador comprado por sangre tiene este sello. Así como el creyente tiene la certeza de tener el Espíritu Santo, también la de toda su herencia, incluyendo el cuerpo glorificado en el cielo. Las arras son como un anticipo o una garantía. A veces se utiliza la imagen de un anillo de compromiso para ilustrar las arras del Espíritu.

Cuando una persona es salva, recibe el Espíritu Santo como una unción. Esto incluye dos ministerios importantes. Primero, el ministerio de enseñanza del Espíritu, el cual le permite al creyente convertido distinguir entre la verdad y el error. Segundo, le aparta para el servicio, así como los profetas, sacerdotes y reyes eran ungidos en el Antiguo Testamento.

Entre todos estos aspectos, veremos ahora uno que es una maravilla asombrosa. ¡Que lo más vil del reino de Dios tenga acceso directo y constante al Soberano del universo por medio de la oración! Por la fe se transporta desde la Tierra hasta el Salón del Trono del cielo, el lugar más santo, y tiene audiencia con el Rey de reyes y Señor de señores. Este privilegio no se obtuvo a un bajo costo; fue comprado por la sangre de Jesús.

La conversión implica un cambio de ciudadanía de terrenal a celestial. Las personas que una vez fueron habitantes de la Tierra se vuelven extranjeras, peregrinas, forasteras aquí. Reconocen un nuevo Gobernante y obedecen leyes más altas, pero al mismo tiempo respetan la autoridad humana y obedecen las leyes locales, siempre y cuando no tengan conflictos con los superiores. Su «antiguo país» está condenado a la destrucción; su nuevo país es eterno.

Si dijimos que la oración es una maravilla asombrosa, ¿qué podemos decir sobre el hecho de que mediante el sacrificio de Jesús la gracia convierte a viles pecadores en Hijos de Dios? Si, La salvación también incluye un cambio de paternidad. El certificado de nacimiento del redimido muestra a Dios como Padre. Piense en esto no es el hijo de un presidente o un rey, sino del Creador y Sustentador del universo. ¡No hay honor más grande que ese!

Con el nuevo nacimiento y la Paternidad de Dios. Ya sean hombres o mujeres, los creyentes son agregados a la familia divina como adultos, con todos los privilegios y responsabilidades de un adulto. No son tratados como niños con ataduras legalistas sino más bien con la libertad de hijos e hijas que nacieron libres.

Ahora son herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. Los títulos se explican a sí solos, y aun así, su profundidad escapa de nosotros. ¿Quién podría jamás medir las riquezas de Dios el Padre y de Su Hijo? El total sería astronómico. Y sin embargo esa misma es la medida de la herencia que le pertenece a todo el que ama al Señor.

Hablemos del Sacerdocio. En el Antiguo Testamento estaba confinado a una tribu y una familia. Pero en el Nuevo Testamento, todos los creyentes son sacerdotes. Su función es doble. Primero, ofrecer a Dios su amor, sus vidas, su alabanza, sus posesiones y su servicio. Entonces, se les designa mostrar las excelencias de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable.

¿Cómo puede alguien ser más que vencedor? O se gana o se pierde. ¿Cómo puede hacer más que ganar? La idea aquí es que los creyentes ya son victoriosos, aun cuando están en lo grueso de una batalla. El resultado es seguro. Están del lado ganador. En cualquier momento dado, las olas pueden parecer estar en su contra, pero la marea ganará, con toda seguridad.

¿Cuál es el destino de tantas bendiciones y beneficios de la Gracia? Éstos hijos están destinados a ser conformados a Su imagen. Para estar con Él, Su esposa sin mancha, por toda la eternidad. Darby le llamó un «pensamiento más allá de todo pensamiento» ser transformados en la imagen moral y espiritual del Señor.

En resumen, bendecidos con toda bendición espiritual en Cristo. Como dijera uno de los amigos de Dios, Spurgeon: «Detengámonos aquí y adoremos. Al menos yo debo hacerlo; pues los ojos de mi alma duelen, como si hubiese estado mirando el sol«. Y tomando prestadas las palabras de uno de los personajes de Jane Austen, «los creyentes tienen que aprender a tolerar el ser más felices de lo que merecen ser«.

La máxima expresión de la Gracia. El creyente está mucho mejor en Cristo que como estaría si Adán no hubiese caído. La siguiente copla es cierta: «En Cristo se glorían los hijos de Adán por tener más bendiciones que las que su padre perdió».

En su inocencia original, Adán nunca hubiese sido aceptado en el Amado o completo en Cristo. Nunca hubiese sido un hijo de Dios. No hubiese tenido la esperanza de un hogar en el cielo o de ser conformado a la imagen de Cristo. Jamás hubiese disfrutado de las bendiciones mencionadas anteriormente.

Mientras no pecara, tenía la continuidad de su vida en la Tierra asegurada. Pero no tendría la vida de Cristo. No sería habitado permanentemente por el Espíritu Santo. Nunca hubiese disfrutado de los privilegios que le pertenecen a un pecador salvo por gracia.

La horrenda posibilidad de que cayera en pecado y por ende condenado, siempre existió. La amenaza de muerte pendía sobre Adán y Eva. Como ya sabemos, Adán pecó, y su pecado trajo una avalancha de angustia, sufrimiento y muerte. Pero Dios envió a Su Hijo para proveer un camino de salvación y para enriquecer a los creyentes a un nivel más allá del cálculo humano. Por tanto, los pecadores perdonados están mejor que si jamás hubiesen pecado. «…Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.» leemos en Romanos 5:20.

El favor de Dios es la gracia desde el principio hasta el final, admirable, asombrosa, insondable, abundante, más grande que todo nuestro pecado.


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