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Autor: Marcel Malgo

Un estudio detallado sobre las principales enseñanzas del emblemático Salmo 23.


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PE2441 – Estudio Bíblico
El Señor es mi pastor (8ª parte)


 


Mientras que los versículos 4 y 5 hablan del “valle de sombra de muerte”, el último versículo del Salmo 23 nos lleva, a las alturas de un monte bien iluminado. El versículo 6 dice así: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días”. Aquí vemos muy claramente la calma y la paz que nos son dadas en Cristo, algo que como cristianos experimentamos con frecuencia, al ser reconfortados por Él.

El Salmo 23:4-5 nos habla de un viaje por el valle de sombra de muerte. Leemos expresiones como “mal” y “enemigos”. Pero cada valle oscuro, cada túnel, también tiene una salida, donde vuelve la luz. ¡Ésta es la firme confianza de cada hijo de Dios! La salida del valle está descrita en este versículo 6: nos lleva a las alturas de una montaña, a la patria eterna en la presencia del Señor. Aunque David, cuando dijo las palabras “en tu casa, oh Señor, por siempre viviré”, seguramente pensó en el Templo de Dios en Jerusalén, se nos trasmite aquí un mensaje profético, pues estas palabras exhalan un perfume de eternidad. La expresión “por siempre en la casa del Señor”, hace latir más rápidamente el corazón de cada creyente, pues dirige nuestros pensamientos hacia la promesa de Jesús en Juan capítulo 14: “En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de irme y de prepararles un lugar, vendré otra vez para llevarlos conmigo, para que ustedes estén en el mismo lugar en donde yo voy a estar”.

Quizás alguien se pregunte si David tenía puesta su esperanza en la eternidad. Ciertamente que sí, pues dice, por ejemplo, en el Salmo 17:15: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza”. ¿Habla David aquí de despertarse del sueño de la noche? ¡No! ¡Habla de despertarse en la eternidad! En el Salmo 23:6 también leemos: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días”. Aquí vemos dos escenarios: uno terrenal: “todos los días de mi vida”, y uno celestial: “Y en la casa de Jehová moraré por largos días”. Esta última parte tiene una clara referencia, no solamente al Templo terrenal, sino a la eternidad en presencia de Dios. ¡Qué maravilloso que el Salmo 23 no termine sin antes hacer una alusión a la eternidad! Pues el mensaje acerca de la vida eterna es el más central de toda la Biblia, es parte del fundamento de nuestra fe. Podemos tener la absoluta seguridad de que después de esta vida vendrá la vida eterna en gloria, junto a Jesucristo, nuestro Señor.

Ahora, amigo, la primera parte del versículo 6 del Salmo 23 expresa: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”. ¿Todo lo que nos da el Buen Pastor durante todos los días de nuestra vida es bueno? Bien, en el capítulo 1º de su carta Santiago dice: “Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Todo lo que viene de Dios es fundamentalmente bueno; que nosotros estemos o no de acuerdo con todo lo que Dios nos da, es otra cosa. Pero sigue teniendo validez el hecho de que lo que recibimos de Dios, lo que Él determina para nosotros, siempre es bueno y ayuda para bien a cada uno de Sus hijos. Como escribe Pablo en Romanos 8:28, “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. Puede ser que a nuestro criterio, ciertas cosas no sean buenas, sino negativas y malas. Pero hay una verdad de la cual podemos estar seguros: ¡Si Dios permite algo en nuestra vida, lo hace con la mejor intención! Aunque nos parezca malo, e incluso nos sintamos tentados a acusar al Señor de dureza, Él tiene para nosotros pensamientos de paz, y no de mal, como dice en Jeremías 29:11. Y aunque sintamos que es algo muy difícil para nosotros, podemos saber que Dios nunca comete un error. Lo que Dios hace o permite es bueno para nosotros, aunque no lo comprendamos o no lo queramos comprender. Recordemos a Job, que estando en el clímax de su sufrimiento, le dijo a su esposa: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?”.

Nuestro Señor, el Buen Pastor, dijo en Juan 10:10-11: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia… El buen pastor su vida da por las ovejas”. Él se goza en hacernos solamente el bien, conforme a Su propósito, todos los días de nuestra vida. Y ¿por qué es esto? Bueno, porque Dios no solamente habla, sino también actúa. Dios no es como un candidato a un cargo político, que hace hermosas promesas para ganar votos y luego no las cumple. Al contrario, en el Salmo 33:4 leemos: “Porque recta es la palabra de Jehová, y toda su obra es hecha con fidelidad.” Él prometió hacer el bien a los Suyos en el Salmo 23:6 y en muchos otros pasajes en la Biblia. ¡Podemos apoyarnos en estas promesas en nuestras oraciones, pues son absolutamente confiables!

En este punto, una pregunta importante que deberíamos hacernos es: ¿Quién puede esperar el bien del Señor? Dios no simplemente hace bien a todos los Suyos, sino que pone una condición. Lo mismo pasa con el hecho de ser amigo de Jesús. En Juan 15:15 leemos las siguientes palabras del Hijo de Dios, dirigidas a Sus discípulos: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”. Sin embargo, justamente antes les había presentado la cuenta y les había dicho, con toda claridad, que no todo hijo de Dios es automáticamente su amigo: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”, aclaró en el versículo 14. Sin duda, el Buen Pastor quiere hacer el bien a los Suyos, como lo hemos leído. Pero también debe suceder algo de nuestra parte: diciéndolo con una expresión muy humana, tenemos que motivar al Señor a hacernos el bien. En otras palabras: debemos abrir la puerta para que Él nos pueda dar el bien y la misericordia, y esto se hace de dos maneras. Primero, con la oración, y segundo, con la entrega.

En lo que respecta a la oración, el Señor espera de nosotros que pidamos al Padre, en el nombre de Jesús que nos haga el bien. Y el que no pide, experimentará lo que dice Santiago 4:2: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís”. Es, pues, responsabilidad de cada uno de nosotros pedir al Señor que nos haga el bien. Por otro lado, el que vive una vida entregada al Señor, puede esperar el bien de Él, como está escrito en el Salmo 84: “Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad”. La palabra “integridad” implica una entrega de corazón del creyente al Señor. Y a esos cristianos entregados a Él, el Señor no les quitará el bien. El que es fiel en la oración y vive una vida consagrada al Señor, experimentará que el bien y la misericordia del Buen Pastor le seguirán todos los días de su vida. A nuestros ojos, a veces las cosas no parecen misericordiosas y buenas. Sin embargo, para Dios, quien ve toda la eternidad, son bien y misericordia. Él quiere que a todos los que Lo aman todas las cosas les sirvan para bien, como dice Romanos 8:28.

El Buen Pastor no solamente quiere dar lo bueno a los suyos, sino también Su misericordia, y esto todos los días de sus vidas. Muchos pasajes en la Biblia nos muestran que Dios, efectivamente, está lleno de misericordia. Escuchamos cantar, por ejemplo, a los hijos de Asaf en Esdras 3:11: “Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel”. A través del profeta Isaías, Dios comunica al pueblo de Israel en el capítulo 54: “… te recogeré con grandes misericordias”. Pablo, llama al Todopoderoso el “Padre de misericordias y Dios de toda consolación” en 2 Corintios 1:3. Pero entonces: ¿qué implica este término “misericordia”? En el capítulo 4 la Carta a los Hebreos encontramos algo maravilloso: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. ¿De qué se trata esto? De acercarse al trono de la gracia, para recibir nuevamente perdón por los pecados cometidos. Y esto es llamado aquí “misericordia” y “gracia”. El “Padre de misericordias” nos da todos los días (y si es necesario varias veces por día) la posibilidad de confesarle los pecados que hemos cometido, y Él nos perdona de corazón. ¡Un cristiano nacido de nuevo tiene el privilegio de poder arrepentirse de sus pecados todos los días de su vida! El arrepentimiento es un regalo de misericordia de nuestro gran Dios para nosotros, hombres débiles y pecaminosos. ¡No es una obligación, sino un privilegio, pues es un medio para alcanzar la gracia, un regalo del cielo, la maravillosa misericordia de Dios! Imagínese si nosotros como cristianos nacidos de nuevo, no pudiéramos arrepentirnos de todo lo que hemos pecado en pensamientos, palabras, miradas, gestos, hechos y omisiones, y ser lavados por la sangre de Jesús, ¿cómo estaría entonces nuestra vida?

Para ir finalizando quisiera añadir aquí algo importante: de la misma manera en que nosotros, como hijos de Dios, no siempre recibimos automáticamente lo bueno del Señor, también pasa con la misericordia. ¿Qué creyente arrepentido realmente recibirá la misericordia del perdón? Solamente el que también perdone los errores de su prójimo, como dice Mateo 6, y el que actúe conforme a lo que señala Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Es verdad que el arrepentimiento es un regalo de misericordia. Pero no olvidemos que el verdadero arrepentimiento no consiste solamente en un paso, sino en dos, como lo dice este texto de Proverbios 28:13: Primero, confesar el pecado, y segundo, dejarlo. Siempre ha sido un principio de Dios, que solo alcance el perdón de pecados quien siga estos dos pasos. Por eso, Lucas 3 relata que Juan el Bautista dijo a los hombres que querían ser bautizados por él: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento”.


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