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Autor: Marcel Malgo

Un estudio detallado sobre las principales enseñanzas del emblemático Salmo 23.


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PE2437 – Estudio Bíblico
El Señor es mi pastor (4ª parte)



Continuamos hoy conversando sobre las características de la senda de justicia por la que nos quiere guiar el Señor, y debemos ver ahora que se trata también de un camino de rectitud. Entonces debo preguntarle, amigo, ¿siempre nos movemos en un camino recto? Los hijos de Dios tienen una promesa infalible en Isaías 26:7: “El camino del justo es rectitud; tú, que eres recto, pesas el camino del justo”. Esto suena maravilloso, pero la pregunta es: ¿Cómo es que sucede? ¿Cómo experimentamos en nuestra vida el hecho de caminar sobre un camino de rectitud?

Muchas veces andamos sobre caminos ásperos y difíciles, y esto pasa porque no andamos por fe, sino por vista; porque continuamente estamos ocupados en mirar las dificultades, en lugar de depositar todo confiadamente en las manos del Buen Pastor. El que siempre fija sus ojos en las asperezas y obstáculos de su camino, en algún momento tropezará con ellos. ¿No le pasó alguna vez que justamente pisó los charcos o las asperezas del camino, cuando trataba desesperadamente de evitarlos? ¿Por qué pasa esto? Porque uno se concentra tanto en esas cosas, que acaba tropezando o metiendo el pie en el charco o en el agujero. Lo mismo ocurre en el ámbito espiritual: el que continuamente considera los acontecimientos negativos de su vida, una y otra vez tropezará con ellos. Pero el que aparta la vista de ellos por fe y lo deja todo confiadamente en las manos de Jesús, experimentará que su camino se convierte en una senda recta. En otras palabras: Si el Buen Pastor le guía “por sendas de justicia por amor de su nombre”, aunque sean sendas ásperas y difíciles, para usted se convertirán una y otra vez en caminos rectos, porque anda por fe al lado del Buen Pastor.

Amigo, dígame si no es un hecho maravilloso que el que logra mirar a Jesús por la fe más que a las contrariedades de su vida, andará por un camino cada vez más recto. Ya el salmista, que era acosado por muchos problemas, aprendió a apartar su vista de lo malo y a fijarla constantemente en el Señor. Él testifica en el Salmo 34:5: “Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados”. Y en el Salmo 16:8-9 escribe: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente”. ¿Cómo, pues, se transforma en un camino recto la senda de su vida? ¿Cómo llega a ser un cristiano feliz y equilibrado en la vida diaria? Andando al lado del Buen Pastor y fijando tus ojos en Él: “A Jehová he puesto siempre delante de mí”, dijo el salmista. Si practica esto, le pasará como a los creyentes del Antiguo Testamento: “Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados.” En otras palabras: no tropezará con los problemas de su vida ni caerá, sino que caminará con gozo por la senda de su vida, a pesar de las asperezas, las piedras y los agujeros que hay en ella.

La carta a los Hebreos nos confirma esta verdad del Antiguo Testamento, y lo expresa como una exhortación en el capítulo 12, versos 1 y 2: “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Nuestra lucha de fe, justamente, no consiste en concentrarnos temerosamente en no caer a causa de las asperezas de la vida, sino en fijar nuestros ojos continuamente en Jesucristo, el gran Héroe y Vencedor de Gólgota, el Resucitado. Solamente esta actitud de fe podrá transformar en una senda de vida derecha y recta el camino, muchas veces áspero, por el cual nos toca andar. Otros versículos que le pueden ser útiles como motivación para poner su vista en el Señor siempre son:
El Salmo 141:8: “Por tanto, a ti, oh Jehová, Señor, miran mis ojos…”.
El Salmo 123:2: “He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios…”.
Y Mateo 17:8: “Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo”.

Amigo, lo animo a que a partir de este momento viva sin dejarse impresionar por las asperezas del camino de vida, siempre “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”.

Analicemos ahora la cuarta característica de la senda de justicia por la que nos guía el Señor. Nos encontraremos con que esta senda es también el camino de vida. Ya en el Antiguo Testamento, el salmista oraba confiadamente, diciendo en el Salmo 16:11: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. Estas palabras dejan en claro que aquí se trata de mucho más que solamente el camino de la vida terrenal. El salmista habla de plenitud de gozo en la presencia de Dios y de delicias a la diestra de Dios para siempre o eternamente. Se habla aquí del gozo eterno, el cual todos los redimidos por la sangre de Jesús podrán disfrutar en la presencia de su Buen Pastor. Ahora, algunos se preguntarán: Pero, ¿ya tenían la esperanza de la eternidad las personas del Antiguo Pacto? La tenían, con toda certeza. No solamente se ve eso en este Salmo, sino que ya Job en su extremo sufrimiento exclamó: “Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí”. Aquí se habla de una esperanza de la eternidad que no podría ser más gloriosa.

Nuevamente yendo al Salmo 16:11, vemos que dice “me mostrarás la senda de la vida”, e inmediatamente después habla del gozo eterno. Para nosotros, esto significa que cada senda por la cual nos guía el Buen Pastor, “por amor de su nombre”, siempre tiene que ver con la eternidad. O para decirlo con otras palabras: ¡Cada camino por el cual andamos aquí en la tierra con el Señor, cada senda que seguimos obedeciéndole, tiene una meta gloriosa: la morada eterna en los cielos! Los hijos de Dios tenemos la maravillosa esperanza de que cada día que vivimos conscientemente con el Señor (a veces con muchos problemas y luchas) nos lleva más cerca de la meta. ¡Cada hora que vivimos nos acerca al cielo! Esto mismo es lo que nos quiere decir Proverbios 4:18: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. El “día perfecto” es una expresión profética de lo que aún vendrá: la eterna patria celestial. Y es verdad: El creyente obediente, que ha sido justificado en Cristo, camina por su senda con el Señor, día a día, hasta el “día perfecto”, es decir, el día en que estará por fin con su Salvador. Y cada día que vive de esta manera, con su Buen Pastor y Señor, le deja experimentar y disfrutar un poco más de la luz celestial. Por eso, su camino brilla “como la luz de la aurora, que va en aumento”. Qué hermoso es esto, ¿verdad, amigo? Y qué gran esperanza que tenemos quienes pusimos nuestra confianza en Cristo.

Por último, y de acuerdo a lo que recién mencionamos, debemos agregar que la senda de justicia del Señor es también la senda de la eternidad. De una u otra manera, la “senda recta” sobre la cual el Buen Pastor guía a los suyos “por amor de su nombre”, va en dirección al cielo. Encontramos una ilustración profética de esto en Juan 6:16-18, cuando Jesús, el Buen Pastor, manda a Sus discípulos que entren a un bote y naveguen por el lago de Genesaret hasta Capernaúm. A pesar de la oscuridad y del fuerte viento que agita las olas, y que hace el viaje muy fatigoso, alcanzan la meta propuesta con la ayuda del Señor. Llegan a Capernaúm, que en aquel momento era el hogar de Jesús, y se presenta entonces una imagen de la meta celestial, donde el Señor Jesús vive ahora. Así también, los hijos de Dios pueden saber que pase lo que pase siempre están en el camino que los lleva a casa, al hogar del Buen Pastor. Tendríamos que meditar aún mucho más en nuestros corazones en esta maravillosa verdad, hasta llegar a la firme convicción que Pablo declara en 2 Corintios 4: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. En el Salmo 119:35, David dirige un encarecido ruego al Señor: “Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad”. Si realmente quiere conocer en primer lugar la voluntad del Señor y hacerla, caminando por el camino de Su santa voluntad, entonces dígale a su Buen Pastor: “¡Señor, de corazón quiero dejarme guiar por ti por el camino recto, por amor de tu nombre, pues esto es mi voluntad y mi deseo!”. Espero, amigo, que pueda orar así en este mismo momento.


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