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Autor: Esteban Beitze

¿Cómo actuamos cuando todo nos falla? ¿A dónde acudimos si lo perdimos todo? Es lógico que estas tragedias nos sacudan, desanimen y quizás hasta nos hagan cuestionar el actuar de Dios. Pero la sunamita no se dejó desanimar. Era una mujer confiada en Dios y haría lo que estuviera a su alcance.


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PE2935 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (32ª parte)



La provisión de Dios

En 2ª Reyes 8 encontramos la última parte de la historia de la sunamita. Obedeciendo el mandato de Eliseo, quién había anticipado una hambruna de 7 años, ella se había ido de la tierra. Ahí leemos en 2ª Reyes 8:3-6: “Y cuando habían pasado los siete años, la mujer volvió de la tierra de los filisteos; después salió para implorar al rey por su casa y por sus tierras. Y había el rey hablado con Giezi, criado del varón de Dios, diciéndole: Te ruego que me cuentes todas las maravillas que ha hecho Eliseo. Y mientras él estaba contando al rey cómo había hecho vivir a un muerto, he aquí que la mujer, a cuyo hijo él había hecho vivir, vino para implorar al rey por su casa y por sus tierras. Entonces dijo Giezi: Rey señor mío, esta es la mujer, y este es su hijo, al cual Eliseo hizo vivir. Y preguntando el rey a la mujer, ella se lo contó. Entonces el rey ordenó a un oficial, al cual dijo: Hazle devolver todas las cosas que eran suyas, y todos los frutos de sus tierras desde el día que dejó el país hasta ahora”.

Cuando la sunamita vuelve de su estadía de 7 años en la tierra de los filisteos, encuentra que su casa y tierras habían sido usurpadas. Quizás, por estar abandonadas, otras personas se apropiaron de esta propiedad, o hasta fue decomisada por el rey y dado a algún administrador. Sea como fuera, había perdido todas sus posesiones.

Por otro lado, llama la atención, que cuando se presenta frente al rey, va con el hijo, pero no hay ninguna referencia al marido. En aquél entonces, estos temas no los manejaban las mujeres, sino los hombres. En el versículo 1, el profeta todavía le había dicho: “Vete tú, y toda tu casa”. Pareciera que allí todavía estaba incluido el esposo. Pero ahora ya no encontramos alusión al mismo. Como ya era anciano antes de tener el hijo (4:14), podemos suponer que quizás había muerto, o estaba en un estado de vejez tan avanzado que no pudo acompañar a su esposa a la presencia del rey. En otras palabras, ella se tenía que poner al frente de la solución de sus problemas. Estos evidentemente eran terribles. Ella venía del exterior, había perdido todo lo que tenía, quizás hasta su esposo. Toda su existencia se tambaleaba. No había nada que le quedara. ¿Nada en serio? No. Ya la conocemos de antes (cap.4) como una mujer emprendedora, activa y, sobre todo, una mujer de fe.

Ella había seguido el consejo del profeta de irse de la tierra. Había emprendido este camino por fe. Y ahora había regresado exactamente después de 7 años, el tiempo anticipado por el profeta que duraría la hambruna. No se quedó ni un momento más que el indicado por Dios. Entonces, si había obedecido la guía del Señor para irse y volverse en el tiempo determinado, Dios se encargaría también de lo que faltara al volverse. Cuando Dios guía, también sabrá proveer de lo necesario.

¿Cómo actuamos cuando todo nos falla? ¿A dónde acudimos si lo perdimos todo? Es lógico que estas tragedias nos sacudan, desanimen y quizás hasta nos hagan cuestionar el actuar de Dios. Quisimos hacer la voluntad de Dios, buscamos vivir en integridad y servirle con fidelidad, y de repente todo nuestro mundo, nuestros planes, nuestras seguridades o esperanzas se desvanecen como la niebla frente al sol.

¿Qué hacemos?

Tengamos en cuenta, que esta mujer tenía el mismo Dios que el nuestro. Y sigue vigente la promesa de Dios: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír” (Is.59:1). Además, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hb.13:8). Necesitamos confiar en el Señor como esta mujer.

Pero su fe en el Señor no la dejó estar inactiva. Ella tenía sus derechos y los quería hacer valer. Pero como ya dijimos, en estos tiempos, no se les daba mucha trascendencia a las mujeres. Imaginémonos que se tenía que presentar ante el rey, para colmo un rey que no le daba lugar a Dios en su vida. Ya sólo el hecho de presentarse frente a la corte del rey, sería todo un desafío. Ella no estaba habituada a la vida y protocolos de la corte. Además, ¿cómo se comportaría su hijo?

Años antes, cuando Eliseo le había preguntado si necesitaba alguna intervención suya frente al rey, ella había contestado que esta estaba satisfecha en medio de su pueblo (4:13). Mas ahora, la sunamita no se quedaría estática, desanimada y sin intentar salvar el futuro de su familia. Rápidamente tomó la decisión de presentarse frente al rey. Pero el rey Joram, ¿la recibiría? Y si la recibiría, ¿le haría justicia? El panorama no era promisorio, mas ella no se deja desanimar. Era una mujer confiada en Dios y haría lo que estuviera a su alcance.

Lo que sigue es impresionante. Muchos dirían: “¡Qué casualidad que justo Giezi estuviera hablando con el rey y éste le preguntara acerca de los milagros hechos por medio de Eliseo!” Obviamente, el milagro descollante, el más llamativo, fue la resurrección del hijo de la sunamita. Justo mientras estaban hablando de ello entra la mujer con su hijo. Asombrado, el siervo del profeta exclama: “Rey señor mío, esta es la mujer, y este es su hijo, al cual Eliseo hizo vivir” (v.5). El rey no deja pasar la oportunidad para satisfacer su curiosidad, y quiere escuchar también la versión de la mujer respecto a este evento (v.6). Fue así, que ella tiene el camino perfectamente preparado para presentar su petición y conseguir que el rey encaminara todo para que pudiera recibir de regreso sus posesiones.

¿Podemos hablar de casualidad? Como ya vimos antes, Dios está en control de todo. Junto a Él no existen las casualidades, sino las causalidades. Él es el que origina, dirige y ordena todo, de manera que todo fluya para cumplir Su voluntad. Dios no iba a dejar que su fiel sierva se tuviera que enfrentar sola con este rey.

Esto me hace recordar a Moisés cuando Dios lo llamaba para presentarse frente al Faraón para exigir la liberación del pueblo de Israel. Entre varias dudas que plantea, también presenta su dificultad de hablar bien. Allí Dios le dice que estaría con él, lo capacitaría y que su hermano Aarón iba a hablar en su lugar y que ya venía en camino (Ex.4:10-17). Su gran miedo de presentarse frente al rey, no saber qué decir y cómo hablar, ya estaban resueltos de antemano.

El actuar de Dios es maravilloso. No hay evento que lo sorprenda o tome desprevenido. Él hace que todas las piezas de nuestra vida encajen perfectamente formando un maravilloso paisaje como en un gran y precioso rompecabezas. No somos juguetes en manos del azar o la casualidad. Estamos en las manos de un amoroso Padre, que sabe lo que es mejor para sus hijos y lo prepara de forma conveniente y en el momento apropiado.

Es interesante observar también, los instrumentos que Dios utiliza para llevar a cabo sus planes. En este caso es Giezi y el rey Joram.

Como ya analizamos, probablemente Giezi todavía servía a Eliseo. Si el castigo de la lepra todavía no había venido sobre él, entonces estaría en la presencia del rey regodeándose en la fama de su amo y su presencia en ellos. Por lo que se observa en el capítulo 5, evidentemente, Giezi, tenía ambiciones elevadas de reconocimiento y riqueza. Como Eliseo y él tenían acceso al rey por favores hechos, Giezi no desaprovecharía la oportunidad de estar en la corte real. Esto le hacía bien a su ego.

Si en cambio, el castigo de su avaricia con la lepra ya había pasado (5:27), entonces es muy probable que haya sido uno de los cuatro leprosos que descubrieron la huida del ejército asirio frente a Samaria. Encaja bien con su avaricia, el hecho de tomar del botín lo más que podía y esconderlo. Como fueron los que anunciaron la huida del enemigo, seguramente también fueron reconocidos por sus hechos. Aunque es sumamente improbablemente que el rey lo haya invitado a su presencia en este estado, quizás su curiosidad hizo que Giezi estuviera hablando con el rey justo en el momento que la sunamita venía a presentar su pedido.

Sea como fuera, vemos que Dios puede utilizar aun personas que no lo buscan, quizás incluso lo rechacen para llevar a cabo sus planes.

Pensemos en uno de los eventos más importantes que sucedieron en la tierra – el nacimiento de Jesús. Según las profecías bíblicas, éste se tendría que dar en Belén (Miq.5:2). Pero no había probabilidad que José y María, que vivían en Nazaret, se les ocurriera hacer este viaje tan largo, y menos con el embarazo a término. Allí Dios interviene en la política y hace que a Augusto, el emperador del mundo conocido de la época, se le ocurriera hacer un censo, y que cada habitante tuviera que ir a su ciudad natal (Lc.2). Dios no tiene problemas en encaminar hasta los pensamientos avaros y ególatras de personas ajenas a Él, para llevar a cabo Sus planes.

Por lo tanto, si observamos estas verdades, confiemos más en el actuar de Dios. Él no se equivoca, y Él nunca se queda sin opciones. Al contrario, Dios las ordena para que encajen en su maravilloso plan. Por lo tanto, sigamos confiando en Él.

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