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Autor: Ger de Koning

¿Qué tiene que ver un cristiano en su vida diaria con la Ley? Acerca de esto existen dos conceptos. Hay cristianos que opinan que la Ley nos fue dada para que, en agradecimiento por nuestra salvación, la cumplamos. Otros cristianos opinan que la Ley no tiene validez para los cristianos. Estos últimos quieren vivir sólo en base a la gracia. Como entre los cristianos sinceros se encuentra tanto una como otra opinión, y se trata, con sinceridad, de vivir según lo que se cree, es bueno investigar lo que la Palabra de Dios dice acerca de la Ley.


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PE2321 – Estudio Bíblico
El Cristiano y la Ley (3ª parte)



Amigos, ¿cómo están? Hemos visto que: Desde que la obra de Cristo fue consumada, Dios ya no trata con el ser humano sobre la base de la Ley, sino sólo sobre la base de la fe.

Por eso, el versículo 25 de Gálatas 3 dice: “Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo.” El término “la fe” se refiere a la etapa de la fe. La Ley tuvo su tiempo. Los gálatas tuvieron que aprender esto muy a fondo, y en ese aprendizaje ellos tuvieron que deshacerse de las enseñanzas de los falsos maestros judíos. También para nosotros, como cristianos, es importante comprender esto. La Ley es una prisión que quita toda libertad al ser humano que se pone bajo de la misma. Por la fe en Cristo, el ser humano es liberado de esa prisión.

Si alguien después de esto vuelve a tomar la Ley como regla de vida, eso significa para él un regreso a la etapa de la Ley y un volver a la prisión. Quien regresa a esto pierde la libertad que recibió a través de la fe en el Señor Jesús, y pierde toda la bendición en Cristo, que le pertenece a través de la fe en Él (como menciona Gálatas 5:4). En la segunda parte de este versículo, Pablo les dice a los gálatas creyentes, que ésa es la consecuencia por querer ser justificados por la Ley. Lo que, al mismo tiempo, significa que ellos caen de la gracia. Aquí dice que el creyente que desea cumplir la Ley, lo hace para ser justificado por la misma, aun cuando quizás sinceramente declara lo contrario. El hecho es que no se trata de los motivos que tiene el creyente para cumplir la Ley, sino de lo que la Ley es y para qué Dios la ha dado.

De modo que nadie pudo, ni puede, cumplir la Ley. De ahí que haya sido, y sea, imposible ser justificado por ella. Ahora, vemos que cuando un creyente quiere cumplir la Ley, ante Dios vuelve a hacerlo sobre esta misma base: para ser justificado por ella. Pero, eso no cambia el hecho de que alguien que en alguna forma quiera cumplir la Ley, se coloca bajo maldición. Pablo ya lo había dicho en la carta a los gálatas, capítulo 3, versículo 10: “Porque todos los que dependen de las obras de la Ley están bajo maldición”. Quien toma la Ley de Dios en serio, confirmará esto.

El cristiano ya no vive en conexión con la Ley, sino en conexión con Cristo. Él ya no está bajo la Ley, sino bajo la gracia (como dice Romanos 6:14). Gracia significa no esperar nada de sí mismo y entregarse totalmente a Dios. Sólo bajo la gracia se encuentra el poder de vivir para Dios.

¿Cómo es posible que el cristiano ya no esté bajo la Ley? Primeramente, aclaremos que Pablo no dice en ninguna parte que la Ley no fuera buena. Al contrario, en Romanos 7:12 dice: “De manera que la Ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Porque, ¿cómo podría algo que viene de Dios ser malo? ¿Qué es, entonces, lo que no es bueno? No es bueno usar la Ley para ser justificado. Quien lo intenta descubre su pecaminosidad, y tiene que darse cuenta que merece la muerte.

Justamente esto es lo que Pablo dice en Gálatas 2:19: “…yo… soy muerto para la Ley.” Él reconoce la pena de muerte sobre sí mismo, contenida en la Ley. De este modo, vemos que él toma la Ley en serio. Él reconoce su autoridad. La Ley le ha dejado en claro lo que es pecado, porque la Ley produce reconocimiento de pecado (según Romanos 3:20). Él reconoce también la paga del pecado: la muerte (en el versículo 23). Quien desecha la Ley, muere sin misericordia. No en vano la Ley es llamada “ministerio de muerte” y “ministerio de condenación” (en 2 Corintios 3:7 y 9).

Pablo confirma la sentencia justa sobre sí mismo como pecador, pero él dice, al mismo tiempo, que la Ley, de ese momento en adelante, ya no tiene nada que decirle a él. Porque, ¿qué efecto puede tener la Ley sobre alguien que ha muerto? A una persona muerta, ¿se le puede decir aún “debes” y “no debes”?

En Gálatas 2:19 y 20, Pablo explica cómo él murió a la Ley y cómo se encuentra ahora: “Porque yo por la Ley soy muerto para la Ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” Con esto, él está diciendo: En lo que tiene que ver con mi viejo hombre, con mi viejo yo, he sido crucificado con Cristo. Pero, también tengo un nuevo yo, que es mi nueva vida que vive por la fe. Por eso, dice también: “[Esto] lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” Cuando uno mira al Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, entonces siempre hay fuerza para vivir para Dios.

Que la muerte libera de la Ley, también está claramente explicado en Romanos 7:1 al 6. Allí, el argumento es que todos saben que una Ley sólo puede reinar sobre una persona mientras ésta vive. No tiene sentido imponer una multa a alguien que, por ejemplo, ha infringido contra las Leyes de tránsito, pero que, al hacerlo, ha perdido la vida. Una multa se le impone a aquél que puede ser hecho responsable por una transgresión cometida y que puede pagar por la misma. En el caso de un muerto, esto es imposible. En la jurisprudencia deja de existir toda acusación contra una persona, si la misma ha fallecido.

Pablo ilustra esto en Romanos 7, con el ejemplo de un matrimonio (en los versículos 1 al 3). Él dice que, según la Ley, una relación matrimonial tiene validez mientras ambos cónyuges viven. Esa relación sólo es anulada cuando muere uno de los dos cónyuges. Recién ahí la mujer está libre de la Ley que la ataba a su marido; recién entonces ella puede casarse con otro. Ella es adúltera, si llega a ser la mujer de otro hombre mientras su primer esposo aún está vivo.

Cuando Pablo aplica este ejemplo en los versículos 4 al 6, a la conexión entre un creyente y la Ley, lo dice de la siguiente manera: Según la Ley, el pecador debía morir. Esto es lo que sucedió con el creyente. Él ha muerto para la Ley a través del cuerpo de Cristo (v. 4). Es decir, cuando Cristo murió, también murió el creyente. Pero, Cristo resucitó de entre los muertos. De ahí, que el creyente ya no está atado a la Ley sino al Cristo resucitado, quien tampoco tiene ya nada que ver con la Ley, ya que la Ley ha sido ejecutada en Él en toda su extensión. Es por esa razón, que el creyente ya no está atado a la Ley, sino al Cristo resucitado, y por eso puede traer fruto para Dios. Ese fruto (mencionado en Gálatas 5:22) es obra del Espíritu Santo en el creyente, en quien tiene morada después de que éste ha aceptado el evangelio de la salvación (según Efesios 1:13).

Que el Espíritu more en el creyente, significa que éste debe dejarse guiar por el Espíritu y debe vivir por medio del Espíritu (como exhorta Gálatas 5:16). Quien se deja guiar por el Espíritu y vive a través del Espíritu, ha sido liberado de ocuparse de sí mismo, de la Ley y de la carne. “Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la Ley” (versículo 18). El Espíritu Santo vino a la tierra, no para dar poder a los creyentes para que cumplan la Ley, no para que el creyente se ocupe de la Ley y, a través de la misma, de sí mismo, sino para trasmitirle todo sobre Cristo y para glorificarlo a Él (como leemos en Juan 16:13 al 15).

Por lo demás, esto significa (como vemos en Romanos 8:4) que aquél que se deja guiar por el Espíritu Santo, al mismo tiempo, cumple todas las sagradas exigencias de la Ley. El Espíritu nunca llevará a alguien a infringir algún mandamiento de la Ley. Hacer lo que dice la Ley, en cierto modo, es la consecuencia automática de estar dirigido por Cristo. Sin embargo, todo esto se trata de que la Ley hace que el creyente se ocupe de sí mismo, mientras que el Espíritu hace que el creyente se ocupe de Cristo.

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