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Autor: Eduardo Cartea Millos

El Señor llamó dos veces a Pedro advirtiéndole de la lucha que se venía. Esa lucha es feroz, hasta la muerte, es perseverante, todos los días, pero tenemos una fuerte armadura y al Señor victorioso de nuestro lado.


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PE2879- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (34ª parte)



Una pelea a muerte

Una de las características de la lucha espiritual es que es “a muerte”.

Cuando Pablo termina su última epístola, desde la cárcel de Roma dice: “He peleado la buena batalla”.  La palabra “pelea” en el original griego es agona, y de ahí surge nuestro término “agonía”, que es una lucha entre la vida y la muerte. Así que se podría traducir: “He agonizado la grandiosa batalla”.

Pablo dice en Efesios 6 que debemos “estar firmes contra las asechanzas del diablo”. La palabra que ahí usa es “methodia”, de donde vienen términos como “método” o “metodología”. Un programa metódico, un arsenal psicológico, moral y espiritual contrario a las leyes y principios de Dios. Operaciones y milagros engañosos, perversión de la doctrina, corrupción moral, las abominaciones más depravadas, por ejemplo, ahora “la ideología de género”, el “aborto”, etc., etc. Lo presenta como algo bueno, deseable y hasta necesario. Así hizo con Eva. Y luego de ella, con toda persona que habitó y habita este suelo, sobre todo con los creyentes.

Es la hora de la tentación que llega a nuestras vidas y no hay creyente que esté exento de esa hora crucial, que por cierto, se repite muchas veces en la experiencia cristiana.

Uno de los libros que mejor retrata este conflicto es “Más allá de la Religión”, de O. Hallesby. Me hizo mucho bien leerlo y en uno de sus capítulos llamado justamente “La hora de la tentación” dice lo siguiente:

“Las horas de tentación son las horas decisivas de la vida. Dominan el curso mismo de ellas. Entre estas horas la vida transcurre comparativamente en calma y seguridad; pero en la hora de la tentación algo muy significativo sucede dentro de nosotros, algo de importancia decisiva, algo vital para todo nuestro ser… Esta es la razón por la cual el mundo invisible es tan activo en la hora de la tentación”.  Y agrega:

“Se lucha una intensa batalla, no tan sólo en el alma del hombre, sino también por ella. Jesús nos lo dice para despertarnos de nuestro descuido. Vivimos nuestras vidas descuidadamente, como si la tentación fuera una broma, un entretenimiento, mientras que quienes viven en el reino de lo eterno la consideran seriamente, y se comprometen en una contienda de vida o muerte por las almas frívolas e irreflexivas de los hombres”.

¿Has observado lo que dice? “Se lucha una intensa batalla, no tan sólo en el alma del hombre, sino también por ella” (el énfasis es mío). Es que el enemigo no solo quiere derrotarnos, sino también ganar nuestras almas. Por cierto están seguras bajo la gracia preservadora de Dios. Nuestra salvación está asegurada porque no depende de nuestra voluntad, ni solo de nuestra fe, sino del poder de Dios, de su gracia y de sus promesas (Ro. 8.1), pero aun así el enemigo seguirá intentando seducirnos y alejarnos de una vida de santidad, de fidelidad y victoria.

Cuándo se presenta esta lucha.

Siempre. Cada día. Todos los días. Salmo 56.1, 2, 5: “Ten misericordia de mí, oh Dios, porque me devoraría el hombre.  Me oprime combatiéndome cada día; todo el día mis enemigos me pisotean… todos los días ellos pervierten mi causa”. ¿Notaste?  “Cada día… todo el día… todos los días”.  No cesa. Alguien dijo: “Satanás no duerme nunca. Cuando tú duermes, él está tramando su plan para el día siguiente”. Así que, no te descuides.

Muchas veces he pensado en esto, cuando, especialmente en verano salgo a recorrer el jardín y veo a las admirables pero molestas hormigas ir en sus correrías de poda de nuestras plantas y flores. Es interesante ver el empeño que ponen en cortar, cargar y llevar a su cueva el fruto de nuestro esfuerzo. Entonces cargo una regadera con veneno, tomo la linterna y sigo su senda hasta la boca del hormiguero. Ellas no saben lo que yo estoy haciendo. Siguen en su empresa. Hasta que el final llega para esa caravana de inquietos insectos. Así es nuestro enemigo. Mientras trabajamos, estudiamos, y hasta dormimos, él está planeando su ataque.

Es muy interesante ver los documentales de los animales salvajes. Y particularmente el ataque de las fieras predadoras de ñus, o cebras, o antílopes, etc. Ya sean leones, leopardos o chitas, tienen una misma forma de atacar a sus presas. Ahí están ellas, paciendo como si nada fuera a suceder. Cuando el depredador escogió a su presa, se coloca contra el viento para no ser olfateada, avanza sigilosamente sin quitar el ojo de ella, y, con la velocidad del rayo, cae sobre el infortunado animal y ya sabemos cómo termina la historia. Ya tiene su almuerzo asegurado.

No es muy distinto a la estrategia de nuestro enemigo. Sus ataques van dirigidos a todo creyente, pero como las fieras, escoge comúnmente a los más débiles. A ellos les vence fácilmente.

Dice Hallesby que la tentación se manifiesta en varias áreas de nuestra vida:

“El aspecto anormal de la vida del alma se manifiesta con la mayor claridad en la hora de la tentación, no tan sólo en nuestros sentimientos, sino también en nuestro intelecto y en nuestra voluntad. En nuestros sentimientos se inflama un furioso deseo por las cosas prohibidas. Por el momento esas cosas nos parecen más importantes y valiosas que cualquier otra cosa en el mundo. Intelectualmente la tentación nos afecta debilitando nuestro poder de discernimiento; no sólo nuestro discernimiento moral, sino también nuestro discernimiento intelectual. Nuestra capacidad normal de discernir los valores desaparece, y el pecado parece ser cada vez menos peligroso. Desaparecen todos los frenos del entendimiento. Las personas más inteligentes pueden cometer los hechos más increíblemente necios en la hora de la tentación, hechos de los cuales a menudo se arrepienten luego por el resto de su vida”.

“La tentación tiene también un efecto paralizante sobre nuestra voluntad. Todas nuestras buenas resoluciones, tomadas en el curso ordinario de los hechos, se derriten como cera ante el calor y desaparecen de entre nuestros dedos. La tentación nos hace débiles y endebles. Nos asemejamos a un hombre ebrio, que intenta levantarse por sí mismo, pero que sólo logra rodar por el suelo”.  

Por eso es tan necesario conocer cómo es, cómo actúa, cómo ataca nuestro enemigo, y saber que es una lucha diaria, sin cuartel.

Dicen que la primera ley de la guerra es: “Conoce a tu enemigo”. Víctor Hugo dijo: “El buen general debe penetrar en el cerebro de su enemigo”. ¡Conozcámoslo! La Biblia nos asiste.

Cómo puedo enfrentar esta lucha.

Satanás no puede obligarnos a nada. Solo nos sugiere. Son sus asechanzas y artimañas. Tenemos cómo hacerle frente. Me gusta mucho como lo expresa Nahum 2.1: “Un destructor avanza contra ti; monta guardia en la fortaleza, vigila el camino, renueva tus fuerzas, refuerza mucho tu poder”. Está en línea con lo que el Señor nos dice en Mateo 13.38: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.

Pero además tenemos a nuestro alcance la armadura. Una completa panoplia de armas espirituales bien detalladas en Efesios capítulo 6: El cinto de la verdad, la coraza de justicia, el calzado del evangelio de paz, el escudo de la fe, el yelmo de salvación, la espada del Espíritu y finalmente, la oración en todo tiempo.

La promesa de 2 Corintios 10.4: “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”.

Obviamente para que sea efectiva esa armadura debe ser tomada “toda ella”. Notemos que el v. 13 dice: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.

Pero, además contamos con el poder del Señor. Es cierto que Satanás nos ha pedido para zarandearnos como a trigo, pero mira lo que Jesús le dijo a Pedro: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no falte”.

El pedido de Satanás era para todos. Pero el ruego del Señor es personal: “por ti”. ¡Qué consuelo nos da! Nuestro abogado en los cielos se ocupa de cada uno de nosotros en forma individual. Cada uno, de acuerdo a su propia necesidad.

Tal vez, esperaríamos que Jesús le dijera: Satanás os ha pedido… pero yo no lo voy a permitir. Y no fue eso lo que dijo el Señor. De modo que es como si le hubiera dicho: “Voy a permitir que lo haga. Que os zarandee, que intente destruir vuestra fe. Pero voy a rogar por ti, para que te mantengas firme”.

Es cierto. Nuestra fe puede ser atacada, vulnerada, pero nunca destruida. El Señor ruega por cada uno de nosotros para que nuestra fe “no falte”, es decir, “no falle”, “no cese”, “no desfallezca”, “no se extinga”. Es notable el término que utiliza aquí el Espíritu Santo. Fallar viene de un término griego que deriva en “eclipse”. Es decir, que la luz de nuestra fe no se oscurezca, no se eclipse. ¿Qué pasó con Pedro? Es verdad que, a pesar de sus arrogantes promesas falló, negó a su Maestro, lloró amargamente, se alejó en los momentos más álgidos de la pasión del Señor. Pero su fe no faltó. El Señor había rogado por él. Su poder es sin igual.     

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