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Autor: Eduardo Cartea Millos

El profeta Samuel sirve de ejemplo para todo líder espiritual, por su cercanía a la gente, su integridad, consejo, intercesión, enseñanza y la capacidad de alentar a otros. Dejó una huella indeleble para la gloria de Dios.


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PE2869- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (24ª parte)



La huella de un hombre espiritual

Hola, ¿cómo está? Si ha podido acompañarme en estos últimos programas, hemos estado viendo juntos la vida de uno de los grandes hombres de la Biblia: Samuel. Un hombre nacido milagrosamente, como respuesta a su madre Ana, que no podía tener hijos.

Es que “cuando Dios quiere hacer una cosa importante, comienza con una dificultad; cuando quiere hacer una cosa extraordinaria, comienza con una imposibilidad”.

Samuel fue otro personaje a quien Dios llamó con doble llamado. Aun siendo jovencito, este aprendiz de sacerdote y profeta, oyó una noche resonar su nombre en el silencio del Templo: Samuel, Samuel. Era Dios, para hacerle oír una propuesta trascendente que haría de su vida un hombre consagrado al servicio de Dios. Se transformó en un magnífico portavoz de los mensajes del Señor a Israel en una época tremendamente oscura moral y espiritualmente, unos mil años antes de Cristo.

Hemos visto algunos rasgos de su ministerio entre su pueblo Israel. Fue un verdadero pastor que transmitió desde su vida de integridad y comunión, el consejo y la amonestación de parte de Dios, y la intercesión, orando por ellos sin cesar. Así lo podemos leer en la Biblia.

Pero permítame agregar aún dos cosas más que destaca el libro de Dios:

Su Enseñanza. Es una de las tareas básicas de un pastor, porque un pastor debe ser “apto para enseñar” en conducta y en doctrina. Debajo del púlpito y sobre él. En palabras y en obras. Samuel les dijo: “Os instruiré en el camino bueno y recto”. Las tareas fundamentales de los pastores: Orar y enseñar.  El ministerio es la oportunidad que Dios da a sus siervos de vivir para formar vidas. El objetivo debe ser, como expresaba el mismo Señor: “Padre…  a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió”. O, como dice Pablo: “Cristo… a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre”. Pero también debe proporcionar

Aliento. A pesar del desprecio del pueblo hacia su Dios, Samuel

tiene palabras de aliento para el pueblo. No es liviano juzgando los errores, pero tampoco un pesimista pensando en el futuro. Dice él: “Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo”. Y agrega en el 24: “Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros”.

Es cierto que la tarea de aquellos que sirven al Señor no es fácil. Servir a Dios, y especialmente trabajando con las almas de los hombres es muchas veces agotador y no siempre (o mejor, casi nunca) recompensado aquí en la tierra, pero el siervo de Dios debe entender que esa tarea debe hacerse con varios materiales, como dice Warren Wiersbe:

“Los recursos divinos, la necesidad humana, y los canales amorosos. El cuarto elemento, la gloria de Dios”.  Y añade:

 “Si nuestro motivo para servir es otro que la gloria de Dios, lo que hagamos será solo una actividad religiosa, pero no un verdadero ministerio cristiano”.

Al fin, cuando su vida llegó al ocaso, cuando su ministerio cesó, cuando un pueblo rebelde desechó su intento de restaurar la teocracia; cuando vio pasar “sin pena ni gloria” a Saúl el rey elegido por el pueblo, y después de haber ungido a David, el escogido de Dios, Samuel dejó su lugar para unirse a aquellos fieles creyentes de la antigüedad que esperan el día de la resurrección para brillar “como las estrellas a perpetua eternidad”, resplandeciendo “como el resplandor del firmamento”. Desde los días de Moisés y Josué no se había levantado un hombre de la altura espiritual de Samuel. Un solo versículo nos da la dimensión de este gigante espiritual. Leemos en el primer libro de Samuel 25: “Murió Samuel, y se juntó todo Israel, y lo lloraron, y lo sepultaron en su casa en Ramá”. Con él se cerró el telón de la teocracia. Pero también con él se cerró el ciclo de aquella pléyade de hombres fuertes, de aquellos caudillos levantados por Dios para guiar un pueblo duro y rebelde.

Por eso lo lloraron. Lloraron a un hombre cabal, íntegro, bondadoso, humilde, sereno, intercesor, pastor. Dice el comentario del famoso escritor Matthew Henry: “Tienen corazones duros quienes pueden enterrar a los ministros fieles sin pena; los que no sienten como pérdida suya a quienes han orado por ellos, y les han enseñado el camino del Señor”. Pero lloraron al anciano Samuel. Había dejado un lugar vacío. Nunca más tendrían un juez. Nunca más Dios reinaría en su pueblo a través de uno de sus siervos. Ahora tenían un rey elegido por ellos mismos. Habían desechado a Samuel, pero, sobre todo, habían desechado a Dios y en el futuro las consecuencias serían graves.

Sin duda, el ministerio tiene esos riesgos. Muchas veces, dijo alguien, a los siervos de Dios después de muertos se les levanta un monumento con las mismas piedras que les han tirado en vida. Pero el siervo fiel sigue adelante como Samuel “con la frente alta y las rodillas hincadas”.

Sin embargo, los siervos fieles del Señor mantienen el perfil bajo. Cierta vez el moderador de una Iglesia en Melbourne, Australia, hizo una presentación muy elogiosa del misionero J. Hudson Taylor. Cuando el fundador de la Misión del Interior de China fue al púlpito, dijo modestamente: “Queridos hermanos, soy solo el servidor humilde de un Maestro ilustre”. “Alden W. Tozer fue presentado una vez por alguien, y su respuesta fue: “Todo lo que puedo decir, amado Dios, es que le perdones por lo que ha dicho, y a mí también por haberlo disfrutado demasiado”. Hombres humildes…

Alguien dijo que “el tamaño de una persona se mide por el lugar que deja”. Y es verdad particularmente en la vida del profeta. En el capítulo 28 del primer libro de Samuel se vuelve a oír como un triste lamento, como la expresión de orfandad de un pueblo que había perdido su padre espiritual, su máximo referente, su pastor y guía: “Ya Samuel había muerto, y todo Israel lo había lamentado”.

Dijo Moody: “¿Cómo quieres ser recordado cuando mueras?”. Cuando partió a la presencia del Señor D. Gilberto M. J. Lear, uno de los pioneros de la obra en Argentina, escribieron en la lápida de su tumba lo que había sido su deseo: “Este hombre agradó a Dios”. ¿Se podrá poner eso mismo en la nuestra, algún día?

El lema de un gran hombre llamado William Case Morris, nacido en 1864 y fallecido en 1932, pastor anglicano de fuerte orientación evangélica, filántropo, pedagogo, fundador de escuelas e institutos en Argentina, que dejó una honda huella en la educación de miles de niños y jóvenes, tenía un lema:  

“Pasaré por este mundo una sola vez. Si hay alguna palabra bondadosa que yo pueda pronunciar, alguna noble acción que yo pueda efectuar diga yo esa palabra, haga yo esa acción AHORA, pues pasaré por aquí una sola vez».

¿Sabe? El mundo de hoy, tan desorientado, tan paganizado y enajenado de Dios, sumido en ideologías ateas, vulgares, irracionales, necesita hombres y mujeres consagrados a Dios. La iglesia de hoy, muchas veces tan superficial, confundida, contaminada por mundanalidad, carnalidad, doctrinas de error, necesita hombres y mujeres consagrados a Dios. Las familias de hoy, con sus traumas, sus   grietas, necesitan hombres y mujeres con vidas dedicadas a Dios, convicciones firmes, caracteres santos. Y Dios sigue buscando esos hombres y mujeres que vivan por encima de la mediocridad, del estándar medio. Hombres y mujeres humildes, consagrados, útiles, íntegros para Dios. 

Enrique Varley, un amigo íntimo del gran predicador Dwight Lyman Moody, dijo una vez: “El mundo todavía no ha visto lo que Dios puede hacer con un hombre –una mujer- que se entregue totalmente a él”. Moody respondió: “Bueno, yo seré ese hombre”.  

Alguien agregó esto: “Si usted y yo habremos de ser usados en nuestra esfera como Moody lo fue en la suya, debemos poner cuanto tenemos y cuanto somos en las manos de Dios para que nos use como El quiere, nos envíe donde El quiere, y haga con nosotros lo que El quiere, cumpliendo por nuestra parte con todo aquello que Dios nos ordena. Hay miles y decenas de miles de hombres y mujeres en el trabajo cristiano, hombres y mujeres brillantes, hombres y mujeres altamente dotados, hombres y mujeres quienes hacen grandes sacrificios, hombres y mujeres quienes han puesto todo pecado consciente fuera de sus vidas. Sin embargo, se han detenido frente a las demandas de una rendición total a Dios, no alcanzando, por ende, la plenitud del poder. Pero el señor Moody no se detuvo frente a la entrega absoluta a Dios; fue un hombre plenamente rendido, y si usted y yo habremos de ser usados, usted y yo debemos ser hombres y mujeres plenamente rendidos”. Definitivamente, con este gran hombre, Samuel, la Biblia nos deja puesta la vara muy alto para aspirar a llegar a esa dimensión espiritual. Pero, para llegar a tener esa dimensión espiritual hay que comenzar como él comenzó y que fue su gran secreto: oír a Dios. Si quieres que Dios te use, debes estar dispuesto a oírle. El sigue llamando dos veces.

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