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Autor: William MacDonald

“Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo”, nos dice Juan 5:26. El Dios trino es la fuente de toda vida. La eternidad de Dios está ligada con Su autoexistencia. Su vida no fue creada. La fuente de Su existencia está enteramente en Él mismo.


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PE2248 – Estudio Bíblico
La fuente de vida que no fue creada (3ª parte)



Estimados amigos oyentes, ¿cómo están? En el programa anterior estábamos hablando del misterio de la encarnación, expresado en 1 Ti. 3:16: “Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne”. Cómo pueden coexistir la deidad y humanidad en una persona, va más allá de nuestro entendimiento. Por ejemplo: sabemos que Dios no puede morir, y sabemos que Jesús es Dios. Y Jesús murió. ¿Cómo puede ser? Es un misterio. Hay un sentido que no podemos comprender en la persona de Cristo; sólo el Padre puede conocerlo (como menciona Mt. 11:27). Muchas de las herejías más graves han surgido como resultado de teólogos que han intentado resolver el misterio. Lo único que han conseguido ha sido robarle algo a Su deidad, a Su humanidad, o a ambas.

Pero nosotros sabemos que, aunque Él se despojó de Su posición en el cielo para ser hombre, nunca se despojó de los atributos de Su deidad. No fue Dios menos algunos de Sus atributos; eso sería imposible. Más bien, fue Dios más Su humanidad. No dejó a un lado la gloria de Su deidad; al contrario, cubrió esta gloria con un cuerpo de carne. Si un príncipe deja el palacio real para ir a vivir en los barrios bajos, su posición ha cambiado, pero él sigue siendo la misma persona. Puede despojarse de su lugar privilegiado y velar su verdadera identidad, pero no puede despojarse de su personalidad. Así fue con el Señor Jesús. No consideró Su posición con el Padre en el cielo como algo a que aferrarse a toda costa. En lugar de esto, bajó a este planeta en forma de hombre para poder morir por la raza humana. Pero Él nunca cesó de tener pleno conocimiento de todas las cosas.

Por lo tanto, si un par de versículos parecen indicar que Su conocimiento estaba limitado, reconocemos la dificultad, pero rechazamos cualquier explicación que niegue Su perfecta omnisciencia en todo momento. Nos aferramos a la verdad de Col. 2:9, de que “en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”, y esto significa que Él siempre poseyó todos los atributos de la deidad. Él siempre tuvo perfecto conocimiento de todas las cosas.

Este atributo de Dios debería tener un profundo efecto en nuestras vidas. ¡Cómo debemos honrar al Señor mientras meditamos en las dimensiones infinitas de Su conocimiento! ¡Cómo debemos cantar Sus alabanzas!

El hecho de que Dios lo conoce todo debe prevenir el pecado. Ya que no existe cosa tal como un pecado secreto, nunca debemos intentar engañarnos a nosotros mismos pensando que nadie lo sabe. Como dice un refrán inglés: “El pecado secreto en la tierra es un escándalo abierto en el cielo”. Dios lo sabe (Él es el Dios que ve, Gn. 16:13). No podemos pecar y quedar impunes (nuestro pecado nos alcanzará, Nm. 32:23). Al mismo tiempo, no debemos pensar que Él es un ogro con el ceño fruncido, listo para saltar sobre nosotros ante cada infracción. Antes bien, Él es un Padre amoroso y celestial, cuyos mandamientos han sido diseñados para nuestro bienestar y felicidad, no para la Suya propia. Aquellos que piensan que Él es difícil de complacer y austero, realmente no Lo conocen.

Pero también es tremendamente consolador el darse cuenta de que Dios sabe y conoce (Sal. 56:8). Él sabe por lo que Su pueblo está pasando –los sufrimientos, pruebas, persecuciones, dolores y fallos (Dios conoce nuestro camino, Job 23:10): “El Varón de dolores tiene parte en cada punzada que desgarra el corazón”. El Señor Jesús escribió a la iglesia en Esmirna: “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza” (Ap. 2:9). Su “Yo conozco” expresa, en este caso, un mundo de simpatía y consuelo.

¡De cuánto ánimo es saber que Dios conocía todo acerca de nosotros, pero que aun así Él nos salvó! Él sabía el fracaso que íbamos a ser, cómo íbamos a vagar lejos de Él y cómo íbamos a romper Su corazón. Y, aun con todo, Él echó Sus brazos de amor alrededor nuestro y nos justificó gratuitamente por Su gracia.

Es grandioso darse cuenta de que Dios conoce la adoración y alabanza que sentimos por Él en nuestros corazones, pero que nos resulta imposible expresarlas con palabras. Y Él sabe lo que nos gustaría hacer por Él, pero que por una u otra razón somos impedidos. Por ejemplo, David quería construir un templo para el Señor. En efecto, el Señor dijo: “No, David, tú no puedes edificarlo –pero no te preocupes, lo que había en tu corazón era bueno”. Indudablemente, David compartirá la recompensa de edificar el templo, aunque realmente Salomón tuvo el privilegio. De la misma manera, hay personas a quienes les gustaría ir al campo misionero, pero no pueden. Hay cristianos generosos a los que les gustaría dar más para la obra del Señor, pero no tienen más para dar. Dios conoce todo esto, y recompensará el deseo.

Piensa en la magnitud del conocimiento de Dios –Él puede oír y entender la oración en tantos idiomas diferentes. Sabemos de personas que han llegado a dominar distintas lenguas. Robert Dick Wilson, un cristiano erudito de las Escrituras, aprendió sobre unas cuarenta lenguas extrañas y antiguas para resolver mejor las dificultades del texto del Antiguo Testamento. Pero nadie, excepto Dios, conoce todos los idiomas.

Al estudiar los atributos de Dios, deberíamos buscar el emular muchos de ellos –Su amor, misericordia y gracia, por ejemplo. Nunca llegaremos a aproximarnos a Su conocimiento, pero debemos dedicarle a Él lo más excelente y lo mejor de nuestro poder intelectual. Debemos estar creciendo siempre en el conocimiento de Dios, en el conocimiento del Señor Jesús, y en el conocimiento de las Sagradas Escrituras.

Un último pensamiento respecto a la omnisciencia de Dios. Cuando Dios nos perdona, Él olvida nuestros pecados. Los sepulta en el mar de Su olvido; los echa detrás Suyo –tan lejos como está el oriente del occidente. Nunca volverá a recordarlos. Ahora, ¿cómo puede olvidar un Dios omnisciente? Yo no lo sé, pero sé que lo hace. Aun si admitimos que Él olvida nuestros pecados en el sentido de que nunca seremos juzgados por ellos, la verdad sigue siendo tan maravillosa como antes.

¡Cuán grande es Dios! Su grandeza es inalcanzable. Merece ser alabado en gran manera. El Salmo 48:14 nos dice:
Porque este Dios es Dios nuestro
Eternamente y para siempre;
Él nos guiará aun más allá de la muerte.

Él tiene un conocimiento completo de todo, de la manera en que lo expresó este escritor anónimo y, que para terminar, comparto con ustedes:
Aunque infinitamente glorioso y gloriosamente grande,
La historia eterna de cada granito de arena Él conoce.

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