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Autor: William MacDonald

Debemos movernos hacia un caminar diario de entrega completa al señorío de Cristo. Necesitamos enfrentar algunos hechos y considerar su lógica. Cada muestra del plan de Dios para la redención trae consigo un deber. Debemos maravillarnos con las verdades que fluyen del Calvario y decidir lo que vamos a hacer al respecto.


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PE2232 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” VIII (1ª parte)



Estimados amigos y hermanos, aquellos que son cristianos verdaderos saben lo que es volver sus vidas al Señor Jesús para salvación. Fueron convencidos de su pecado y de su ineptitud para estar en la presencia de Dios. Ellos han creído que el Salvador murió para pagar la pena por todos sus pecados. Se han vuelto a Él para ser salvos por la eternidad. Todo es tan lógico. La salvación es un regalo. Está disponible para que se la apropien. Ellos tienen todo para ganar y nada para perder. Serían necios si no aceptaran a Cristo ni estuvieran seguros del cielo.

Pero es posible aceptar a Cristo para salvación y aun así no entregar nuestro ser a Él para el servicio. Podemos confiar en que Él nos llevará al cielo, pero de alguna manera no podemos confiarle nuestra vida para que la ordene aquí en la tierra. Tenemos nuestros propios planes y ambiciones, y no queremos que nadie ni nada interfiera con ellos. Reconocemos a Cristo como Salvador de nuestras almas, pero evitamos coronarlo como Rey de nuestras vidas.

Gracias al gran énfasis que se le da al evangelismo en la Iglesia actual, es posible que cuando una persona es salva, piense que ya no hay más para hacer. Debemos desengañarnos de la idea de que la conversión es la meta final. Respecto a la aptitud para el cielo, nuestro nuevo nacimiento es todo lo que necesitamos. Pero no es lo último en la vida cristiana. Debemos movernos hacia un caminar diario de entrega completa al señorío de Cristo.

Necesitamos enfrentar algunos hechos y considerar su lógica. Cada muestra del plan de Dios para la redención trae consigo un deber. Las doctrinas llevan al deber. Debemos maravillarnos con las verdades que fluyen del Calvario y decidir lo que vamos a hacer al respecto.

Una de estas verdades es: Nuestro Creador Murió para Salvarnos

En primer lugar, nada puede eclipsar la increíble realidad de que Aquél que murió en la cruz no era menos que Dios encarnado. Era el Creador muriendo por sus criaturas, el Juez muriendo por los criminales, el Santo muriendo por los pecadores. Cuando el Hijo de Dios murió, el que era Amor moría por sus enemigos, el Inocente por los culpables, el Rico por los pobres. Una vez que entendamos lo que este asombroso hecho significa, nunca más podremos ser los mismos. Será abrumador. Cualquier cosa menor a la dedicación total es una negación del enorme significado del Calvario. Que quede grabado en nuestras almas que Alguien pagó el máximo precio por nosotros, y ese Alguien es el que diseñó el universo y todo lo que hay en él.

Una segunda consideración es la siguiente. Las misericordias de Dios demandan que rindamos todo nuestro ser a Él. Cuando hablamos de las misericordias de Dios, hablamos de los maravillosos privilegios, posiciones, y favores que Él ha conferido a los creyentes. Hablamos de todos los beneficios que fueron comprados para nosotros en el Calvario. Hemos hecho una lista de algunos de ellos en el capítulo anterior.

Ningún simple mortal tendrá jamás la audacia de concebir semejante lista de bondades para personas tan indignas. Es un catálogo de generosidad espiritual que no buscamos y que no podíamos comprar. Pero vino a nosotros sin costo en el regalo de la vida eterna. Cuanto más meditamos en las misericordias de Dios, más nos desconcierta que Él nos dote de tal manera.

Los franceses tienen un dicho: nobleza obliga. La gente que es de clase alta o alto rango tiene la obligación de responder apropiadamente. Los cristianos somos de clase alta (hemos nacido en la familia de Dios) y de alto rango (herederos de Dios y coherederos con Jesucristo). La respuesta apropiada es rendir el control de sus vidas al Padre de las misericordias. Les corresponde presentar sus cuerpos a Él en sacrificio vivo.

Una tercera razón para nuestro compromiso total es la gratitud. Si el agradecimiento es apropiado para alguien que nos salva si nos ahogamos, o si estamos en un edificio en llamas, ¿cuál es la respuesta apropiada para Aquél que ha entregado su cuerpo para salvarnos del infierno? Existe sólo una respuesta: Cuando lo escuchamos decir: “Éste es mi cuerpo que por vosotros es dado,” ¿qué más podremos decir nosotros que: “Gracias, Señor Jesús. Éste es mi cuerpo, mi corazón, mi vida, mi todo, te lo entrego”?

Cuando el misionero J. Alexander Clark vio a un africano siendo atacado por un león, tomó su arma, mató al león, llevó al hombre al hospital y cuidó de él hasta que estuvo listo para volver a su tribu. Dos o tres meses más tarde, Clark estaba sentado en su pórtico cuando escuchó una terrible conmoción: gallinas cacareando, patos graznando, ovejas balando, y parloteo de hombres, mujeres y niños. Allí estaba un africano alto, dirigiendo un desfile de animales, aves, y personas. Era el hombre que Clark había salvado de las fauces del león. Cayendo a los pies del misionero, el hombre dijo: “Señor, de acuerdo con las leyes de mi tribu, el hombre que sea rescatado de una bestia salvaje ya no se pertenece, sino que le pertenece a su salvador. Todo lo que tengo es suyo, mis pollos, patos, cabras, ovejas, vacas, son todos suyos. Mis siervos son sus siervos. Mis hijos (que tenía bastantes) son sus hijos, y mis esposas (que tenía varias) son sus esposas. Todo lo que tengo es suyo.”

Es un tema de simple gratitud, eso es todo.

Existe una cuarta razón de por qué la entrega total es la cosa más razonable, racional y lógica que podemos hacer. Pablo nos habla de cómo el amor de Cristo nos mueve.

En 2 Co. 5:14 y 15 dice: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.”

Permítame desglosarlo en una serie de enunciados simples:

Todos estábamos muertos en delitos y pecados.
El Señor Jesús murió por nosotros para que podamos vivir.
Pero Él no murió para que vivamos vidas egoístas y egocéntricas.
En lugar de eso, quiere que vivamos para Él, Quien murió por nosotros.

Tiene sentido, ¿no?

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