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Hoy disfrutamos de la prédica de Ligia de Cartea acerca de nuestra identidad como mujeres de Dios. ¿Tienes el corazón endurecido? ¿Estás dando fruto? ¿Eres consciente de que el Señor puede volver a buscarnos en cualquier momento? Aprovechemos este tiempo para aprender a encontrar los tesoros que Dios nos da, aún en medio del dolor.


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EA724 – Entre Amigas –
Recuperemos la identidad como mujer de Dios – Parte 1



Entrevista a Ligia de Cartea

Ligia: Realmente es un gusto estar con ustedes, un privilegio y una enorme responsabilidad. Cuando me invitaron me sorprendí, y sentí mucho temor delante del Señor porque no es fácil estar aquí. Yo preferiría estar escuchando, y no es fácil cuando no hay tema, porque acá hay muchas hermanas y cada una de nosotras ha venido con nuestras cargas, con nuestros problemas, con tantas cosas que nos angustian y que quizás solo el Señor sabe.

Aunque en este momento yo voy a dar la Palabra, soy una sierva inútil, no soy nada delante de Dios, el poder está en la Palabra de Dios.

Así como Marta y María lo hicieron, cada una de nosotras necesitamos trabajar para luego sentarnos en quietud a los pies del Señor. ¿Por qué? Porque a los pies del Señor nuestra alma encuentra el descanso. Nuestro corazón se llena de su palabra. Lo escuchamos en voz quieta, no hablamos. Necesitamos escuchar la voz del Señor hermanas. Estamos en tiempos sumamente difíciles, donde Satanás ataca a las familias cristianas, y nosotras sabemos que como mujeres de Dios somos el centro del hogar, o deberíamos serlo. Vivimos en un mundo donde la mujer ha dejado el lugar que Dios le ha dado, en todos los aspectos. La mujer cristiana debe recuperar ese lugar. La moda del mundo, o lo que el mundo dice es “no le lleves el apunte a tu esposo”, “independízate”, “se libre”, “no estés a cargo de tus hijos”, “el hogar te esclaviza” y tantas cosas que escuchamos, pero Dios dice “recupera el lugar donde yo te he puesto”. El hogar es el lugar primario donde Dios nos ha puesto, para que nuestra influencia como “maestras del bien”, dice la Palabra, se vea en nuestros esposos, en nuestros hijos, si hay hermanas viudas o separadas también, todas necesitamos de la palabra. El salmista decía en el Salmo 42:2: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”. A veces estamos con el corazón seco, con nuestra vida seca, y somos como un desierto, no tenemos nada para dar, y no tenemos cómo recibir. ¿Fueron alguna vez a algún desierto? Nosotros hace muchos años con mi esposo pudimos ir a Israel. En Israel hay un desierto de piedras, no un desierto de arena. Es duro, uno lo ve y parece que no hay vida. Muchas veces mi corazón está como ese desierto, y cae el agua de la palabra de Dios y se evapora, no puede penetrar, porque mi corazón está como una piedra. Me he alejado de los principios de Dios, y hermanas, debemos recuperar la identidad como mujeres de Dios, como pueblo de Dios. Acá hay muchas chicas jóvenes, yo las amo, me encantan. Siempre pienso cuando estamos así reunidas, que aquí estamos tres generaciones: las mujeres mayores, las intermedias y las jóvenes. Las mayores nos cuentan de una etapa que no vivimos. Nos comparten sus experiencias, no las desaprovechemos. En oriente dicen que cuando una persona mayor muere, desaparece una biblioteca. No desaprovechemos a las personas mayores. Nos cuentan lo que no vivimos, nosotras aprendemos de ellas. Las intermedias estamos en el presente, aprendiendo de ellas. Y las jóvenes nos hablan de un futuro al que quizás no llegaremos. Entonces somos tres generaciones que tenemos que tender puentes entre nosotras. Ni las jóvenes despreciar a las mayores, ni las mayores despreciar a las jóvenes. Volvamos a tener unidad e identidad como pueblo de Dios, ¿qué es la identidad de un pueblo? Es su forma de hablar, su idioma, son sus comidas, su forma de reunirse, y nosotras nos damos cuenta, “ah, este es norteamericano, pero este es inglés”, identidad de pueblo. ¿Dónde está la identidad del pueblo de Dios? Se ha diluido. Hoy es lo mismo todo. Yo no las conozco, así que voy a hablar con toda libertad. Hermanas, recuperemos la identidad como mujeres de Dios. El mundo necesita mujeres de Dios. Ya hay demasiadas mujeres del otro lado, “livianas” o “mujercillas” como dice la Biblia. Dios quiere mujeres que seamos maestras del bien. Nosotras tenemos que ser maestras del bien, debemos tener a Dios como centro de nuestra vida. Necesitamos el agua de la palabra de Dios para ser como árbol plantado que da su fruto a su tiempo y su hoja no cae. ¿Estás dando fruto, hermana? ¿Estoy yo dando fruto? ¿Qué hay de mi vida? ¿Qué hay con lo que Dios ha hecho conmigo? Tengo que estar cerca de Dios.

Este tiempo en el que vivimos, entre la conversión y entre que el Señor nos lleve a su presencia, ya sea porque muramos o porque él venga a buscarnos, es un tiempo de espera y de aprendizaje, de espera, porque tenemos que vivir sabiendo que el Señor puede volver en cualquier momento. Yo tengo en casa un pequeño rectángulo, el cual es un mosaico que un misionero que estuvo trabajando por muchos años en el norte de Argentina mandó a hacer, y dice: “Quizás hoy.” Hoy puede ser, estamos en el tiempo de espera. No tengo que perder de vista que somos peregrinas, tengo que cuidar mi casa, tengo que arreglarme, pero soy peregrina. Mi casa no es la definitiva, mi cuerpo no es el definitivo. Me espera la gloria, me espera una mansión. Yo no se cómo es tu casa, pero vas a tener una mejor. Yo no se cómo es tu cuerpo, quizás enfermo, quizás con marcas, quizás te falte alguna parte del cuerpo. Hermana, vas a tener un cuerpo glorioso, transformado. No importa que tu casa sea humilde o pobre. Te esperan mansiones. Quizás hoy Dios me quiere hacer ver que yo tengo que vivir pensando que el Señor puede venir hoy, y eso me hace ser consciente de que tengo que cambiar mi vida. Pero además de un tiempo de espera, es un tiempo de aprendizaje. Porque todas las experiencias que Dios nos permite vivir son para que aprendamos, para madurar, para ser mujeres, como me decía mi mamá, “una mujer hecha y derecha “. Una mujer hecha y derecha en las cosas de Dios. Entonces, este es un tiempo de espera y un tiempo de aprendizaje.

¿Por qué necesitamos aprender? Porque nos cuesta aprender. Nos cuesta desde pequeños ir a la escuela. Yo me acuerdo de que a mi hijo le tenía que poner una media, después la otra, el pantaloncito, y él se quejaba de que no quería ir a la escuela, y a todas las mamás nos habrá pasado lo mismo. No queremos aprender, el aprendizaje duele, cuesta. Dios usa las experiencias en nuestra vida para moldearnos. Hace años visitaba una mina de carbón, y me mostraban lo que es un diamante. Un diamante es un carbón negro que durante miles de años estuvo en las entrañas de la tierra, y de repente empezó a tomar forma de cristal, y cayó en manos de un joyero experto que empezó a tallarlo, y cada talladura es para reflejar una parte de luz. Eso es lo que hace Dios con nuestra vida. Cuando somos convertidas, cuando aceptamos a Cristo como nuestro salvador, somos como un carbón oscuro, no valemos nada, pero Dios nos dice: Tienes valor para mí. Mucho valor. Yo voy a tallarte, quiero que reflejes mi luz. Yo quiero que tú resplandezcas, quiero enseñarte. El apóstol Pablo nos habla mucho de esto, él decía “He aprendido a contentarme” Pablo tenía todo, y lo dejó todo. ¿Por qué? Porque le esperaba algo mejor. Pero ese “he aprendido” podríamos leerlo así: “he sido llevado a aprender, a contentarme” Pablo sufrió azotes, estuvo en tempestades, sufrió desprecio, fue abandonado por creyentes, le pasaron mil cosas. Pero él dice, “He sido llevado a aprender”. Mi querida hermana, estamos siendo llevadas a aprender para reflejar la gloria de Dios. Cuando Dios te permita pasar por una experiencia, sea cual fuera, por más dura que sea, y no lo estoy diciendo de una manera liviana, porque yo también he tenido experiencias muy duras, debemos preguntarle al Señor qué quiere que aprendamos, qué hay en toda esta situación, que pueda ser de edificación para mi vida. Algo hay, algo escondido, algún tesoro hay. Necesitamos aprender a dejar todo, por más dura que sea la prueba. Tenemos que aprender mientras todavía podamos. No sabemos en qué etapa de la vida estamos, no importa si tenemos 10, 15 u 80 años. Podemos estar en la final. Dios puede perfectamente esta noche pedir mi alma. ¿Qué voy a presentar delante de Él? ¿Cómo me voy a presentar delante de Él?

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