Nuestra posición ante el mundo

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Johannes Pflaum

Pedro comienza así su primera carta:

Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.

1 Pedro 1:1-2

Es muy fácil para nosotros ignorar el comienzo de esta carta. Sin embargo, estos dos versículos ya nos dicen mucho sobre la posición de los cristianos en este mundo. La palabra “expatriados” (también traducida como “peregrino” y “forastero”) ha perdido mucho de su significado para nosotros en este mundo multicultural y global.

¿Qué quiere decir Pedro con esto?

Pablo, por ejemplo, escribe en Filipenses 3:20 que nuestra ciudadanía está en los cielos. En lugar de “ciudadanía”, podríamos pensar también en “posición política”. Un cristiano puede reclamar sus derechos en el Estado y asumir responsabilidades sociales, pero nuestro hogar real y final no está en esta tierra.

La afirmación de Pedro se ve reforzada por el hecho de que los expatriados viven en la “dispersión” – o  Diáspora. Este término en realidad se refiere a los judíos que vivían fuera de su tierra natal de Israel.

Asimismo, como seguidores de Jesús, vivimos dispersos y fuera de nuestro hogar celestial. Así es como la Palabra de Dios describe nuestra posición como creyentes en este mundo. Esa es, bíblicamente hablando, nuestra condición normal.

Ahora bien, si somos honestos, nos sentimos poco o muy lejos de esta verdad. Vivimos en una época en la que se habla mucho de integración y unidad. Es normal vernos a nosotros mismos como parte integral de la sociedad, por eso se ha vuelto tan importante para nosotros como seguidores de Jesús que seamos reconocidos y aceptados, que simplemente pertenezcamos y no seamos excluidos. Sin embargo, Pedro se dirige a sus lectores como no ciudadanos, que no se ven a sí mismos como parte del público en general.

Nuestra vida como seguidores de Cristo debe ser un contraste con el resto de la sociedad. Lo deja muy claro el Sermón de la Monte, en el que el Señor nos compara con la una «ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder» o con la luz que «alumbra a todos los que están en casa» (Mateo 5,14-16).

Por tanto. cuanto más se vuelve atea y `oscura´ la sociedad, más debe brillar realmente este contraste. Pero en cambio, empezamos a luchar cada vez más para ser reconocidos y aceptados a toda costa en la sociedad.

La Biblia, por otro lado, nos describe como “expatriados”. Huéspedes de paso, camino de su verdadero hogar. La hostilidad y la angustia, por lo tanto, no son infrecuentes, pero son parte de la situación y la identifican.

Estamos agradecidos por toda la libertad de creencia que todavía tenemos hoy. También podemos orar para que el Señor nos guarde para que podamos continuar sirviéndole sin obstáculos. Pablo también nos exhorta a hacer súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres y “por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.” (1 Timoteo 2:1-2).

Pero, ¿por qué debemos vivir una vida mansa y tranquila? La respuesta viene en los siguientes versículos: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador,  el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” (1 Timoteo 2:3-4).

La vida mansa y tranquila no es para que la disfrutemos con comodidad egoísta, sino para que el evangelio se propague y la gente se salve. Un tiempo de paz sin persecución conduce a la misión mundial. Por lo tanto, debemos orar por una vida pacífica.

La Biblia nos llama “expatriados de la dispersión”. La pregunta es: ¿entendemos esto? ¿O ya nos hemos sentido tan cómodos que hemos descartado la idea de ser expatriados? Sospecho (al menos cuando pienso en mi propio corazón) que la lucha por nuestras libertades en Occidente a menudo tiene otros motivos internos. Si somos honestos, mantener nuestra prosperidad y comodidad a menudo es más importante que la libertad para predicar el evangelio.

Además, Pedro nos llama expatriados, no excéntricos. ¿Somos diferentes porque nos comportamos como árbitros de la vida de los demás? ¿Por qué muchos cristianos son conocidos por ser hipócritas?

Podríamos decir que somos marginados por la naturaleza diferente de una vida que ha sido transformada y moldeada por Cristo, en la que el poder del evangelio, combinado con el fruto del Espíritu, se hace visible durante las tentaciones y la adversidad.

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