Los efectos de la resurrección (2ª parte)

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Autor: Norbert Lieth

Mediante su resurrección, Cristo venció por nosotros a la muerte. Si aceptamos con fe este milagro redentor, tendrá consecuencias duraderas en nuestras vidas, dando frutos eternos.


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PE2987 – Estudio Bíblico
Los efectos de la resurrección (2ª parte)



Qué gusto recibirles para continuar estudiando los efectos de la resurrección de Jesús. En Juan 20:14 al 16 entendemos que la resurrección pone fin a la búsqueda.

Allí encontramos a María buscando a Jesús el día de la resurrección. Leemos que se dio vuelta “y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro)”.

Todo ser humano busca sentirse vivo. ¿Acaso no son las adicciones una expresión de esta búsqueda? Algunos mojan sus almohadas en la noche, llorando añorantes y desesperados, Cantares 3:1 refleja esto diciendo: “Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma; lo busqué, y no lo hallé”.

No encuentran al Salvador, porque tienen una imagen equivocada de Jesús. María pensó que era el encargado del huerto. ¿Y tú, quién piensas que es Él?

La historia de Jesús es única e incomparable, y al mismo tiempo es una invitación a la vida.  Cuando Él se te presenta y te habla personalmente, tu anhelo se ve cumplido. No podrás más que llenarte de asombro al encontrarlo. Entonces reconocerás quién es, lo que significa para ti y lo que tienes en Él. Entenderás que Él te sostiene y te ama.  Descubrirás que Jesús es mucho más de lo que creías que era, como le ocurrió a María – que pensó que el que le hablaba era el encargado del huerto – pero él  es el Maestro que llena tu vacío con Su enseñanza.

Un anciano dijo una vez: «me tomó cuarenta y dos años aprender tres cosas: que era un pecador perdido; que no podía hacer nada por mí mismo para ser salvo y que el Señor Jesús hizo todo por mí para ser salvo”.

Continuando con los efectos de la resurrección, podemos decir que termina con la incertidumbre. Juan 20:17 continúa diciendo: “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

La gente busca garantías.

¿Qué tipo de garantía tienes? ¿Tus finanzas?

Pablo escribe en 2 Corintios 4:7: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro. Nuestro cuerpo, a pesar de ser terrenal y frágil, es el recipiente que guarda el tesoro que Dios ha puesto en nosotros.

Sin embargo, este tesoro es celestial e incorruptible. Se trata de un tesoro imperecedero que Dios pone en la vida perecedera de aquellos que depositan su fe en su Hijo.

Esta es la luz resplandeciente del conocimiento de Dios por medio de Jesucristo, nuestro renacimiento de la simiente incorruptible.

¡Qué certeza imparte la Palabra de Dios a través de Jesús!

Ascendió a los cielos hacia Dios, su Padre, convirtiéndose así en Dios, nuestro Padre. Algunos dicen: “Nada es seguro, excepto la muerte”. Pero, esta es una verdad a medias.

Leamos 1ª Juan 5:13, dice así “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios”.

Aquí cesa toda incertidumbre y ambigüedad. Ninguna religión es capaz de dar absolutas garantías, pero Dios sí.

¿Quién no ha sentido miedo alguna vez, sobre todo, al pensar en el sentido de la vida, y por supuesto, la muerte? Sin embargo Juan 20:19 dice: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros.

Podemos decir entonces que la resurrección pone fin al miedo. Cuando el Señor resucitado entra a algún sitio con su paz, el miedo huye. Lo encontramos en 1 Juan 4:18: sino que el perfecto amor echa fuera el temor”.

El miedo nos acompaña durante toda nuestra vida. Así como el aire que respiramos, este está intrínseco en nuestra existencia.

Jesús dijo en Lucas 21:26 que el temor de la humanidad aumentará ante los eventos futuros que ocurrirán sobre la tierra. Pensemos en el coronavirus, una pandemia que ha tenido al mundo entero atemorizado, sin embargo, no es el único miedo que vivimos en la actualidad, sino que existen miedos existenciales, como el miedo a la muerte, la incertidumbre de lo que ocurrirá en el futuro con nosotros y nuestra familia, miedo a la soledad, a la vejez, al qué dirán.

Con Jesús, resucitado y ascendido al cielo, tenemos por el poder del Espíritu Santo el dominio del miedo en nuestros corazones. Cuando Él entra en nuestras vidas, todo abismo se llena con la gloria de Su amor. La resurrección también pone fin al vacío. Juan 20:22 dice: “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.

El famoso tenista Ivan Lendl dijo en una conversación: “Me da miedo mirar muy dentro de mí porque tal vez no haya nada allí…”; y el escritor y filósofo francés Albert Camus escribió: “Perder la vida no es gran cosa; pero ver disuelto el sentido de la vida, eso es insoportable”.

Hay especialistas que ofrecen llenar nuestra vida por medio del esoterismo, el yoga, el entretenimiento, las revistas o los libros.

Pero, pronto nos damos cuenta de que la vida que anhelamos sigue siendo una ilusión. Las ofertas del mundo no son capaces de darnos una existencia plena. Son espejismos en el desierto.

Me conmueve el Evangelio de Juan 4, versos 13, 14, 28 y 29 cuando dice: Respondió Jesús y le dijo: ‘Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna’ […]. Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?”.

Jesús puede darnos una vida plena. Con Él no tenemos un pasado, sino tan solo un futuro. Jesús es la vida. Él nos ofrece vida y nos llena de una vida espiritual y de un nuevo nacimiento que conduce a la vida eterna.

Continuemos leyendo juntos Juan 20:27 al 29 dice así “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.

Alguien dijo una vez: “No arriesgar es el mayor riesgo”. Muchos tienen miedo de confiar su vida al Señor Resucitado, no dándose cuenta de que esa es precisamente la manera de perderla.

Dudan, muchas veces hasta la desesperación.

Contrario a esto, quienes aceptan el reto pueden adorar a Dios y exclamar: “¿Cómo he podido dudar así?”.

Entonces, podemos decir que la resurrección termina con la incredulidad.

Tomás dudó hasta que el Señor resucitado se encontró con él. A partir de allí experimentó un cambio radical. Se dio cuenta de que Jesús era el verdadero Hijo de Dios y, por lo tanto, Dios. No se trataba de un espejismo, sino de la fuente de la vida que calma toda sed. Solo con Él, la plenitud de la verdad, pueden cesar todas las dudas.

Jesús nos desafía de manera personal: “¡Vengan y vean! ¡No sean incrédulos, sino creyentes!”

Amigos, cuando la propia Vida nos invite, tomémosle la mano.

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