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Autor: Norbert Lieth

Conocer de manera íntima a Jesús significa mucho más que poseer un conocimiento teológico. Tener una visión más profunda acerca de la persona de Jesús es mejor que conocer las biografías de los grandes hombres de Dios. Al contemplar su sobresaliente grandeza, todas las demás cosas se minimizan y pierden significado.


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PE2699- Estudio Bíblico
La carta de Pablo a los Filipenses (25ª parte)



La Justicia de Dios

El Apóstol Pablo escribe en Filipenses 3:9: y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe. En nuestros días se habla mucho de salir de los sistemas establecidos: de la energía nuclear, del euro, de un programa político, de la sociedad, para llevar un estilo de vida alternativo. También el apóstol Pablo optó por una salida: abandonó su propia justicia para ser hallado en él.

El pasaje citado menciona dos tipos diferentes de justicia: la justicia propia y la divina; la que viene por la ley y la que es por la fe. Justamente Pablo, el “hombre de la ley”, optó por la justicia por la fe. Por supuesto, este hecho debe significar una amarga decepción para todas las personas que se apoyan en su propia justicia, creyendo que esto los hace aceptos ante Dios. Se esfuerzan, trabajan, se someten a las leyes, intentan ser buenas personas, ¿para qué? ¿para luego resignarse y reconocer que su propia justicia nunca los llevará más cerca de Dios?

Nuestra justicia, la que es por la ley, no puede ponernos en contacto con Dios. En el caso del apóstol Pablo, como leemos en Filipenses 3:4 al 6, esta justicia consistía en haber sido circuncidado al octavo día según la Ley, en ser un verdadero israelita de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, es decir, de raza pura, celoso en el cumplimiento de la Torá, como corresponde a un fariseo, e irreprensible y vehemente a la hora de rechazar todo lo ajeno a esta. Para él solo contaban las creencias en las que había sido criado, enseñado y educado.

Pero luego debió constatar que a pesar de todo esto, no pudo acercarse a Dios ni siquiera un poco. Hasta que “fue hallado en él”, “ganó a Cristo”, y obtuvo la justicia que es “por la fe en Cristo”. Necesitó ser “hallado en él” para poder hallar a Dios, ser tocado por Jesús para tocar al Padre. Al mismo tiempo, esto significaba para Pablo abandonar todo intento de rectitud y mérito propio, con el fin de abrazar la perfecta justicia de Dios.

La Ley no es mala, sino santa, justa y buena, como dice Romanos 7:12. Lo malo es creer que pueda justificar a alguien ante Dios. Existe solo una justicia acepta: la de Jesucristo. Solo si somos hallados en él, Dios nos declara justos. Esta justicia que citando Filipenses 3:9 es: por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe, no puede ganarse a través de las obras, sino que se recibe por la fe. Comparado con ella, todo lo demás es considerado basura. Como pablo dice en Filipenses 3:8: lo tengo por basura…”

Cuando fue confrontado con la grandeza de Cristo, para Pablo, todas las demás cosas pasaron a ser pequeñas e insignificantes para él. El autor cristiano Jean Koechlin comenta acerca de este pasaje:

“Pablo suma todas las ventajas como en un gran libro de contabilidad, traza una raya debajo de la lista y escribe como resultado: “pérdida”. Así como la salida del sol es suficiente para hacer palidecer todas las estrellas, es un solo nombre, el de Cristo glorificado, el que hace desaparecer bajo Su luz todas las pobres vanidades terrenales. Pablo no solamente las considera basura, sino también pérdida, y ¡no es un gran sacrificio renunciar a la basura!”

Luego, Pablo escribe en Filipenses 3:10: […] a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”. Pablo renuncia a su propia fuerza con el propósito de conocer el poder de Jesús. En el versículo 10, nombra tres objetivos de suma importancia para él: Conocer a Jesús, conocer el poder de su resurrección y conocer la participación de sus padecimientos.

Estos propósitos eran mejores que todo lo que creía poseer antes, más importantes que la Ley y que toda religiosidad. En primer lugar, conocer a Jesús: Conocer de manera íntima a Jesús significa mucho más que poseer un conocimiento teológico. Tener una visión más profunda acerca de la persona de Jesús es mejor que conocer las biografías de los grandes hombres de Dios. Al contemplar su sobresaliente grandeza, todas las demás cosas se minimizan y pierden significado. Alguien explicó el concepto de “conocimiento” de la siguiente manera: “Conocimiento es experimentar a Dios y a Cristo, entrar en contacto con la fuente de vida a través de la experiencia de la salvación”. Pablo ya no quería esforzarse bajo la Ley, sino empeñarse en conocerle a él, un tesoro inagotable. Y el que se esmera en esto, vivirá de una manera mucho más santa que el mejor entre los maestros de la Ley.

En segundo lugar, Pablo habla de conocer el poder de su resurrección: Muchos teólogos liberales niegan la resurrección. No sería correcto concluir por eso que ya no existe tal fuerza, pues el poder de la resurrección de Jesús no se debilita ante la incredulidad de ellos. Sin embargo, en el entorno de estos eruditos no puede manifestarse la vida, porque falta la fe que hace posible verla y trasmitirla. En Hechos 2:24 y 32 leemos: al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella … A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos”.

El poder de la resurrección de Jesús no es tan solo una doctrina cristológica, un concepto teológico o un conocimiento teórico, sino una fuerza presente, capaz de experimentarse en todo momento. Este poder no solo obró en la resurrección del Señor, sino que sigue trabajando en todos los que creen en Jesucristo. Por eso, Pablo quería conocer cada vez más a Jesús y el poder de su resurrección. Pues el encuentro con el resucitado había vencido al duro fariseo Pablo y ahora, como apóstol, este era su tema prioritario: anunciar al que se había levantado de entre los muertos.

Como leemos en Hebreos 2:14, el poder que destruyó al que tenía el poder de la muerte, al diablo, es el mismo se menciona en 1 Corintios 15:55 y que venció a la muerte. También según, Romanos 4:25 es el que nos justifica, mantiene nuestra esperanza viva, que nos abre la entrada al cielo, que nos convence de pecado y nos lleva a un nuevo nacimiento, es el que nos vivifica y da fuerza al mensaje del evangelio. Necesitamos ser fortalecidos en nuestra lucha espiritual, pues no tenemos por nosotros mismos la suficiente fuerza. De esta manera, con el poder de la resurrección, somos capaces de, como dice Salmos 18:29: “aplastar ejércitos”. Es un poder que opaca toda religión e ideología antibíblica. No fue el gran poeta alemán Johann Wolfgang Goethe, ni Karl Marx, Lenin, Mao, el Che Guevara, Buda o Mahoma quienes resucitaron: ¡fue Jesús el que se levantó de entre los muertos!

En tercer lugar, Pablo habla de la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejantes a él en su muerte: Pablo quería conocer cada vez mejor su asociación con los sufrimientos de Cristo. Esto no significa experimentar en carne propia el dolor del Señor, llevando los estigmas en las manos y en los pies. Esto es imposible, ya que Jesús sufrió como nuestro sustituto, sin pecado, y como el salvador de nuestras almas. Participar de sus padecimientos significa más bien adoptar su misma actitud. Tenemos comunión con sus sufrimientos, no tenemos sus sufrimientos. Se trata de experimentar la mirada de Jesús y soportar las penas de la vida con la misma postura que él demostró.

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