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Una realidad evidente en todas las personas es que tenemos modelos de lo que queremos ser. El ser humano más creativo e innovador tiene en su mente una imagen mental de quién le gustaría llegar a ser. Prácticamente siempre está vinculada a personas reales o imaginarias. Esta realidad humana se explica en la teoría del desarrollo llamado «modelización».

La teoría describe cómo un ser humano, especialmente en sus años de formación, copia a otros seres humanos que, por alguna razón, han llegado a ser significativos en su vida. Un ejemplo muy sencillo fue el de un amigo que describió que solía cerrar el cajón inferior de la cómoda de la habitación de su hijo empujando con uno de sus pies. Algún tiempo después, cuando entró en la habitación, vio a su hijo de dos años luchando por cerrar el cajón también empujando con uno de sus pies.

Pablo, en su carta a los Filipenses, a partir del versículo 5 del capítulo 2, comienza a describir la actitud de Cristo, que debe guiar nuestras vidas. Después de todo, en Filipenses 1:21 escribe: «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia». En la secuencia de artículos sobre esa carta, el pasaje que me gustaría analizar hoy es Filipenses 2.5-8:

«La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza[a] Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!».

Su argumento comienza afirmando que nuestra actitud, o disposición mental, debe copiar la de Cristo. Más adelante en la carta (Filipenses 4.8-9), Pablo volverá a hablar de lo que debe ocupar nuestra mente. Aquí se refiere a una actitud o forma de ver el mundo que afecta directamente a cómo actuamos y reaccionamos ante lo que nos toca vivir.

Un atleta que corre los 100 metros con obstáculos, no debe tirar estos obstáculos, esto no lo beneficia en su puntuación final. De la misma manera en la vida cristiana no resolvemos los retos de crecimiento y madurez tirando los obstáculos, sino que los tenemos que saltar con éxito, de lo contrario debemos trabajar para lograrlo. Piensa que Dios nos da todas las herramientas para hacerlo. Estos obstáculos representan lo que Cristo desea que superemos y crezcamos, nada más ni nada menos.

En este pasaje de enorme profundidad, Pablo, en el versículo 6, afirma que Cristo, aunque era Dios (tenía la forma de Dios), no se aferró a esa característica de sí mismo. Un poco más adelante, en el versículo 8, Pablo afirma que Cristo tomó forma humana. Esta aparente contradicción ya ha sido objeto de enormes controversias a lo largo de la historia de la Iglesia. Sobre todo si incluimos la afirmación del versículo 7 de que Cristo «se despojó de sí mismo». El argumento herético era que Cristo tenía una forma (divina), pero se despojó de ella para asumir una forma humana, por lo que, en su ministerio y en la cruz, no era verdaderamente Dios.

La última enseñanza que Pablo utiliza en este ejemplo de Cristo es el hecho de que se humilló a sí mismo y fue obediente. La obediencia no puede separarse de la humildad. En el momento del pecado original, la (falsa) promesa de la serpiente era que seríamos como Dios y que, como él, podríamos discernir el bien y el mal según nuestros propios criterios.

La tragedia se agrava por el hecho de que la Palabra declara en Génesis 1:27 que fuimos hechos a imagen de Dios.

¿Qué quiere decir que somos «imagen de Dios»?

En términos simples quiere decir que fuimos hechos para parecernos a Dios. Adán no se parecía a Dios en lo físico, dado que Dios es espíritu, pero Adán reflejaba la vida de Dios en el sentido que fue creado en perfecta salud y no estaba sujeto a morir. «Imagen de Dios» se refiere a la parte inmaterial del hombre, él era diferente al mundo animal dado que tenía la capacidad de tener comunión con su creador. Lo que tenemos es una semejanza moral, mental y social. Cuando entró el pecado desvirtuó la imagen que el hombre tenía de Dios, porque a partir de allí la comunión con Dios se rompió y entró la muerte.  

Por lo tanto, no teníamos y nunca podremos tener es la capacidad de decidir el bien y el mal. Por eso, cada vez que hoy se me llama a obedecer, tengo que humillarme y reconocer que hay un Dios en el cielo que es soberano, y sólo él puede definir el bien y el mal. Así que someto mi voluntad, intelecto y discernimiento a él y puedo obedecerle con alegría.

Mi oración es que Jesucristo sea mi modelo y el vuestro. Mucho más que ideologías y pensadores, que nuestro objetivo sea llegar a ser como Jesús.

Así podremos decir con Pablo en Gálatas 2.20: «…y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí”.

Primeramente publicado en Chamada.com.br

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