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El Último Mensaje de Jesús a su Iglesia

(5ª parte)

Autor: Norbert Lieth

La causa por la cual hay muchos que marchan con los demás en las iglesias locales y no pueden llegar a ningún renacimiento genuino, es la tibieza de la Iglesia de Jesús. Pues si Jesús está fuera de la puerta en la iglesia local, los inconversos no pueden llegar a El.


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PE1152 – Estudio Bíblico
El Último Mensaje de Jesús a su Iglesia
(5ª parte)



Hola querido amigo, sabía usted que en cada iglesia local hay, además de los cristianos renacidos, también personas que solamente marchan con los demás, los así llamados cristianos de nombre?. Aunque tienen a su más cercano alcance las promesas de la vida eterna, por la proclamación de la Palabra de Dios, y aunque el fiel Señor está presente en las congregaciones (Mt. 18:20), siguen perseverando en la incredulidad. Todavía no han dado el paso decisivo de la fe salvadora en Jesús. Por eso, también esas personas no creyentes que permanecen indecisas, son catalogadas como «tibias» por el Señor. Pues no dicen claramente no ni sí a Jesús. El contraste entre «frío» y «caliente» muestra con toda claridad la separación básica entre creyente y no creyente, entre Iglesia y mundo.

¿No es lo peor que puede existir, una persona que ve el amor y la fidelidad de Jesús y todas Sus maravillosas promesas, y con todo, no quiere tomar ninguna decisión a favor de El, sino que persevera en la tibieza; o en otras palabras, una persona que no recibe el Don inefable de Dios en Jesucristo, sino que incluso lo menosprecia? Pues esto se puede comparar a padres amorosos que hacen un regalo precioso a su hijo en ocasión de su cumpleaños. Pero por alguna razón, el hijo se rebela, deja de lado el regalo con desdén y luego hasta lo pisa y lo rompe. Por fin, acusa al padre diciendo: «Qué malo eres, papá, por no darme ahora el regalo.» De esta manera, muchas personas pisan su salvación eterna y además de esto Le echan la culpa a Dios, aunque El ya hizo todo por ellos en Jesucristo y Su sacrificio en la cruz del Gólgota. ¿Es, pues, de asombrar que tales personas serán «vomitadas» de Su boca, ya que en su estado no pueden tener parte en Su Iglesia, ni pueden participar en el arrebatamiento? Pues, efectivamente, es lo que pasará con ellos: En el momento en que el Señor haga entrar a Su Iglesia redimida por Su sangre al cielo, por la puerta abierta, ellos serán «vomitados», es decir, quedarán atrás en la tierra.

En las cartas a las iglesias, el Señor nos muestra también lo que perderán aquellas personas, a pesar de que Dios las ama. Me cuesta mucho escribir esto, pero no puedo esquivar el hacerlo, porque la Palabra de Dios, la Biblia, lo dice así. ¿Qué, pues, pierde una persona no creyente, que ha permanecido siendo «tibia» y no ha tomado ninguna decisión a favor de Jesús?


Pierde el nombre de Dios sobre su vida, el nombre de la nueva Jerusalén y el nuevo nombre de Jesús, todo lo que el Señor le habría dado con mucho gusto. Dice en Apocalipsis 3:12: «Al que venza…escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios – la nueva Jerusalén que desciende del cielo, enviada por mi Dios – y mi nombre nuevo.»


Pierde la vestidura de la justicia(el perdón por la sangre de Jesús), su nombre es borrado del libro de la vida, y Jesús no Se pondrá más de su lado. Al contrario, dirá en aquel día: «No os conozco» (Mt. 25:12). ¡Y El quería de todo corazón ser también su Salvador y Pastor! En Apocalipsis 3:5 leemos: «…el que venza será vestido con vestidura blanca; y nunca borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles.»


Como no es vencedor, pierde también el pan de vida. Pues en Apocalipsis 2:17, el Señor promete: «Al que venza le daré de comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, que nadie conoce sino el que lo recibe.» Estas palabras nos muestran cuánto Jesús ama a cada persona que Le ha confiado su vida. Pues una cosa escrita o esculpida por el Señor en una piedra, como este «nombre nuevo», queda grabada de manera imborrable. Pero la persona no creyente nunca ha sido esculpida en la piedra, porque nunca ha tomado una decisión a favor de Jesús.


Pierde la vida eternay debe pasar por la muerte segunda, que será un estado permanente. Pues Apocalipsis 2:11b tiene validez solamente para los vencedores, no para los que retrocedieron cobardemente ante una decisión en favor de Jesús: «El que venza, jamás recibirá daño de la muerte segunda.» Esto está conforme también con Apocalipsis 21:8, que dice: «Pero, para los cobardes e incrédulos…su herencia será el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.»


Finalmente, una persona que no cree, pierde el árbol de la vida que se encuentra en el Paraíso y que es una imagen de Jesucristo. Pierde, pues, a Jesús mismo, quien lo amó tanto y estuvo tan cerca de él. Pero para los vencedores tiene validez la promesa de Apocalipsis 2:7b: «Al que venza le daré de comer del árbol de la vida que está en medio del paraíso de Dios.»

Estimado amigo, hacemos un paso más y vemos las terribles consecuencias de la tibieza de la Iglesia de Jesús.

La causa por la cual hay muchos que marchan con los demás en las iglesias locales y no pueden llegar a ningún renacimiento genuino, es la tibieza de la Iglesia de Jesús. Pues si Jesús está fuera de la puerta en la iglesia local, los inconversos no pueden llegar a El. Diciendo esto, sin embargo, no queremos disculpar la responsabilidad propia de las personas incrédulas. Pero creo que ya es tiempo que nos juzguemos a nosotros mismos por medio de la Palabra de Dios, para que no seamos avergonzados ante el tribunal de Cristo. ¿Lo hacemos ahora?

Si el Señor Jesús dice a la iglesia en Laodicea: «Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego para que te hagas rico…» (Ap. 3:18) – siendo el oro refinado en la Biblia una imagen de algo refinado por el fuego – entonces El quiere decir con esto: «¡Juzgaos a vosotros mismos!» Pero ¿cuál es la causa de la tibieza que empuja al Señor hacia afuera, hacia fuera de la puerta?

Veamos ahora estimado amigo, el materialismo al cual se apega el corazón.

La Biblia no condena la riqueza en sí. Pero dice en Salmos 62:11: «Aunque se incremente la riqueza, no pongáis en ella el corazón.» Si la cuenta bancaria y el dinero colocado «seguramente» (por ejemplo, en terrenos) cautivan nuestros pensamientos y nos parece que estamos muy seguros, entonces, justamente en ese momento, corremos el mayor peligro en nuestra vida de fe. Y esta es una característica de los tiempos postreros en la Iglesia de Jesús, pues el Señor glorificado dice a Laodicea: «Ya que tú dices: Soy rico; me he enriquecido y no tengo ninguna necesidad, y no sabes que tú eres desgraciado, miserable, pobre, ciego y desnudo»

En su libro «Apocalipsis de Jesucristo, una exposición para nuestra época» (tomo I, pág.90), Wim Malgo escribe lo siguiente acerca de la gran riqueza de la ciudad de Laodicea:

«Laodicea estaba situada al sudeste de Filadelfia, cerca de Colosas. Era una antigua ciudad frigia que originalmente se llamó Diospolis, y luego Rheos. Posteriormente, en honor de la terrible esposa del rey sirio Antíoco II – llamada Laódice -, esta ciudad recibió el nombre de Laodicea. Durante la época de los apóstoles, Laodicea era una muy próspera ciudad de comercio. Pablo la menciona en Colosenses 2:1 y 4:13.15.16. El historiador romano Tácito la cuenta entre las más destacadas ciudades de Asia y alaba sus grandes riquezas. Ella fue destruida en el año 62 después de Cristo, al igual que Hierápolis y Colosas, por un terremoto. Pero, gracias a sus inmensas riquezas, pudo ser reedificada tan rápida y completamente que en la época en que Juan estaba en Patmos y escribió el Apocalipsis (aproximadamente en 85 D.C.), ya se habían olvidado de la horrible catástrofe…

Esta es la última carta del Señor glorificado a Sus iglesias. Se dirige, en sentido profético, sobre todo a la iglesia de los postreros tiempos, es decir, a todos los creyentes de hoy en día. Justamente por eso, el mensaje del Señor en esta carta es de tremenda actualidad.»

¡Las palabras de la iglesia de Laodicea: «Soy rico; me he enriquecido y no tengo ninguna necesidad», muestran la gran tragedia de la falta de avivamiento! Pues la búsqueda de la independencia de Dios es pura incredulidad. También en la Iglesia actual hay muchos que hablan así, porque han asegurado su situación financiera de todas las maneras posibles. Pero el estar «seguro» sin Dios es sumamente peligroso. Pues:

1)La riqueza a la cual está apegado el corazón nos hace egoístas

Es justamente lo que el Señor reprocha a la iglesia en Laodicea: «Ya que tú dices: Soy rico…». Cuando un creyente habla así, dice con esto que ya no se basa únicamente sobre el fundamento y la gracia de Jesucristo. Gira tan sólo alrededor de sí mismo. Uno puede preguntarse cuáles son, en realidad, los efectos que ejerce el dinero sobre una persona. Esta pregunta preocupaba también a un judío, y se dirigió con ella a un sabio rabino:

«Rabí, es horrible. Si vas a visitar a un pobre, él es amable y te ayuda en lo que puede. Pero si vas a la casa de un rico, ni siquiera te mira. ¿Qué efectos tiene el dinero?»

A esto, el rabino respondió: «Acércate a la ventana. ¿Qué ves?»

«Veo una señora con un niño de la mano. Veo un auto. Veo…»

«Bueno», dijo el rabino, «ahora, ponte aquí delante del espejo. ¿Qué ves?»

«Bueno, rabí, ¿qué voy a ver? A mí mismo.»

Entonces el rabino dijo: «¿Ves? Así es. La ventana tiene un vidrio, y el espejo también tiene un vidrio. ¡Pero tan pronto como pones un poco de plata detrás de su superficie, ya no ves otra cosa que solamente a ti mismo!»

«Ya que tú dices: Soy rico; me he enriquecido y no tengo ninguna necesidad…» Tengo todavía una buena cuenta bancaria…y…y…y…

2)La riqueza a la cual se apega el corazón nos hace ciegos.

De este punto escucharemos en el siguiente programa para lo cual le invito muy cordialmente, hasta entonces y que Dios obre a través de su palabra en su vida.

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