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Titulo: “El Mesías, esperanza para el futuro” (parte 7).

Autor: Hal Lindsey
  Nº: PE887
Locutor: Gerardo Rodríguez

Un profeta como Moisés.

Moisés fue, realmente, el más grande de los profetas hebreos. El papel de un profeta era recibir revelación de Dios y, entonces, declarar e interpretar a Dios y su voluntad a los hombres.

Pero el profeta ideal – Moisés mismo habló de él – fue Jesús, la palabra de

Dios en persona.


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«El Mesías, esperanza para el futuro» (parte 7).

Estimado amigo, el subtítulo del estudio bíblico de hoy es: 

UN PROFETA COMO MOISES

Leemos primero en DEUTERONOMIO 18:18-19

«Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta.»

Y un pasaje en el Nuevo Testamento: 

JUAN 5:47-47

«No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?»

Uno de los nombres más famosos de la historia es el de Moisés. Casi no sobrevive en su infancia debido a que era uno de los niños hebreos que el Faraón había ordenado que muriesen cuando tuvo temor a causa de la multiplicación tan rápida de los esclavos hebreos en la tierra de Egipto y de que pudiesen unirse a los enemigos en caso de guerra.

Sin embargo, Dios tenía planes para Moisés y fue salvo milagrosamente de la muerte y terminó siendo educado en la casa del Faraón como el hijo adoptivo de la hija del Faraón. Cuando tenía cuarenta años, Moisés era uno de los hombres más poderosos y más educados de Egipto y, sin duda, se hubiera convertido en Faraón si Dios no le hubiese quitado, a la fuerza, de su posición de liderazgo en Egipto, enviándole al desierto por cuarenta años a prepararlo para la verdadera misión que Dios tenía para su vida.

Y Moisés Recibe Su Entrenamiento

Moisés pasó los primeros cuarenta años de su vida pensando que realmente él era «algo». Entonces Dios lo aisló por cuarenta años en el desierto, con unas cuantas ovejas rebeldes, y le convenció de que él no era «nada». Ahora estaba listo para los últimos cuarenta años de su vida en los cuales descubriría que Dios lo es «todo». Durante estos últimos años fue usado por Dios para sacar a los judíos de una cautividad nacional en Egipto. El fue un poderoso operador de milagros. Recibió la ley de Dios, los diez mandamientos, de Dios mismo, en el monte Sinaí y supervisó la construcción de la carpa portátil de adoración para los judíos, conocida como el tabernáculo, la cual usaron durante sus cuarenta años de exilio en el desierto del Sinaí. Hizo grandes predicciones acerca de cosas que Dios haría en el futuro y fue el responsable de la escritura de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, conocidos como el Pentateuco.

Moisés fue, realmente, el más grande de los profetas hebreos. El papel de un profeta era recibir revelación de Dios y, entonces, declarar e interpretar a Dios y su voluntad a los hombres. El hecho de que Moisés fue un príncipe, entre los profetas de Dios, se hizo evidente por la declaración de Dios que leemos en Números 12:68: «Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?».

En una escritura posterior, que el Espíritu del Señor inspiró para ser escrita luego de la muerte de Moisés, leemos: «Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara; nadie como él en todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel» (Deuteronomio 34:10-12).

A la luz de estas declaraciones podemos ver que Moisés fue único entre todos los profetas, tanto aquellos anteriores a él como aquellos que le seguirían. Con todo, Dios hizo una promesa a través de Moisés: que de todos los profetas que vendrían después de él, habría uno que sería el profeta «ideal», similar a Moisés y, sin embargo, de mayor escala. De una manera única Dios pondría sus palabras en la boca de este profeta y él hablaría a Israel todo lo que Dios le mandara. A este profeta futuro se le daría más autoridad que a Moisés, porque Dios dijo que cualquiera que rehusara su palabra, hablada a través de este profeta en el nombre del Señor, debería arreglar cuentas con Dios mismo (Deuteronomio 18:18,19).

Algunos han enseñado, acerca de esta profecía, que el término «profeta» es usado en estos pasajes como un sustantivo colectivo y que no habla de un profeta único y particular, y menos todavía de uno que pudiera ser considerado como el Mesías. Es algo obvio, por el contexto, que muchos profetas eran esperados en Israel en el interín entre Moisés y el futuro gran profeta. Pero también es claro que el punto principal de Deuteronomio 18:15-19 es ese profeta ideal y que él sería la personificación de la grandeza de todos los profetas juntos; la culminación de la comunicación de la palabra de Dios.

Los Judíos Estaban Esperando que Llegara un Profeta

Ciertamente los líderes religiosos de los días de Jesús estaban esperando que llegara este profeta como Moisés. Cuando Juan el Bautista irrumpió en la escena y comenzó a hablar con autoridad y a demandar el arrepentimiento de la nación, los líderes religiosos enviaron un equipo especial de inquisición para interrogarle. Las preguntas que le hicieron reflejaron vívidamente la manera de pensar de la época. Leemos en Juan 1:19-21: «Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron; ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No».

De estas preguntas podemos ver que los sacerdotes estaban buscando al «profeta», pero no estaban seguros si él era el Mesías o una personalidad distinta que preparaba el camino del Mesías.

Jesús no fue tímido en lo referente a decirle a la gente quién creía que él era. En una ocasión en la que había sanado a un hombre el día sábado y los líderes judíos le estaban presionando al respecto, Jesús les dijo que si la palabra de Dios estuviera realmente en ellos y que si realmente amaran al Señor entonces hubieran entendido por qué había sanado a ese hombre el día sábado y hubieran visto que él, Jesús, había venido de Dios como el Mesías prometido. Para remachar el clavo concluyó diciendo: «No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él» (Juan 5:45,46).

Jesús Calificado Como «El Profeta Que habría de Venir»

Esta declaración de Jesús no se puede pasar por alto así no más. El dijo que Moisés escribió acerca de él. Ahora, la única manera en la que Moisés podría haber escrito acerca de Jesús es si, de alguna manera, hubiera podido verle de antemano. Cuando le dirigió estas convencidas palabras a sus críticos, Jesús debió haber tenido en mente tan sólo una declaración de Moisés en particular, la que está en Deuteronomio 18:15-19 donde Moisés predijo la venida de un gran profeta, porque éste es el único pasaje claro de todos los escritos de Moisés que, específicamente, señala hacia el Mesías.

Juan el Bautista fielmente dio testimonio de las calificaciones de Jesús de ser el gran profeta final que hablaría a los hombres en representación de Dios. El enfatizó que Jesús había sido enviado del cielo por Dios y que, por lo tanto, él conocía, mejor que cualquier profeta que hubiera vivido, lo que Dios quería decirle al hombre. Aquí está su declaración sobre Jesús: «El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos. Y lo que vio y oyó, esto testifica… Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla…» (Juan 3:31-34).

El escritor de la carta a los hebreos lo resume magníficamente en el capítulo 1, versos 1 y 2: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo».

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