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1 octubre, 2009

Título: Confianza frente a los grandes desafíos

Autor: Marcel Malgo  NºPE1432

¡Vivimos en un tiempo turbulento! Amenazas de guerra, criminalidad creciente, altas tasas de desempleo y otras dificultades caracterizan nuestros días. Muchos son afligidos por problemas personales, como enfermedad, soledad, culpa, etc. El autor de este mensaje analiza algunas de esas dificultades, y sin menospreciarlas nos anima a confiar de manera total y completa en el Dios Todopoderoso.


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Hola amigos, en el programa pasado vimos como el tío de la reina Ester, Mardoqueo, se atrevió a resistir al poderoso Amán. Y como esto atrajo la violenta ira y represalia del mismo. De un momento a otro, se hizo manifiesto que ese tal Amán siempre había odiado a los judíos. Cuando él supo que Mardoqueo era un israelita, aprovechó la situación y la utilizó como pretexto para exterminar, de una vez por todas, al pueblo hebreo. Buscó alcanzar su objetivo enviando cartas -en nombre del rey- con la orden de exterminar a todos los judíos y apoderarse de sus pertenencias. Esto provocó en Mardoqueo una profunda tristeza. Pero, (y con esta pregunta terminamos el programa anterior) ¿cuál fue la reacción de la reina Ester -que era una mujer judía- ante la terrible amenaza de Amán?

Luego que ella se enteró de los siniestros planes de Amán, dijo a su tío Mardoqueo lo que leemos en el vers. 11: «Todos los siervos del rey, y el pueblo de las provincias del rey, saben que cualquier hombre o mujer que entra en el patio interior para ver al rey, sin ser llamado, una sola ley hay respecto a él: ha de morir; salvo aquel a quien el rey extendiere el cetro de oro, el cual vivirá; y yo no he sido llamada para ver al rey estos treinta días». En otras palabras: «nada puedo hacer frente a este problema; mis manos están atadas».

La reina Ester, por lo visto, no estaba dispuesta a interceder delante del rey por la desgracia que pronto sobrevendría, y se resguardó en la tradición que decía que nadie podía presentarse delante del rey sin ser llamado. Pero, ¿dijo ella la verdad?

Sí, efectivamente ella dijo la verdad, ya que en aquel tiempo ésas eran las leyes. Si alguien se atrevía a presentarse delante del rey sin ser requerido por él, en el peor de los casos, lo pagaría con la vida. Y también era perfectamente posible que una esposa del rey no fuera llamada a la corte por el período de un mes completo. Pero, en el último argumento la reina Ester olvidó un detalle importantísimo: ella no era una mujer cualquiera, ¡ella era la reina! ¡Solamente existía una reina, y ésa era ella! Naturalmente, ella también debía tocar el cetro de oro extendido para encontrar gracia delante del rey. Lo que hacía la diferencia entre ella y otra persona cualquiera -por ejemplo Mardoqueo- era su posición de privilegio. Si Mardoqueo hubiese intentado presentarse delante del rey, seguramente habría firmado su propia sentencia de muerte, pues el rey no le conocía. Mientras que Ester, la reina, era más que su conocida. El propio Asuero la había ascendido a la condición de reina. Eso nos lleva a pensar que él la amaba de manera especial. ¿Por qué entonces no la recibiría él con misericordia? Desde tan elevada posición, Ester no debería haber dudado ni un momento, tendría que haber ido directamente al encuentro del rey. Debería haber estado siempre con plena conciencia de su posición: soy la reina y por eso tengo la libertad de aproximarme al rey. ¡Todos los motivos y argumentos que le estaban haciendo temer hablar con el rey -por más contundentes que fueran- eran insignificantes delante del hecho de que ella era la reina!

Aquí nos encontramos con una lección práctica y muy importante para quienes somos creyentes renacidos: ¡No somos nada más ni nada menos que hijos del Rey! Por esta razón, podemos comparar la posición real que tenía Ester con nuestra posición como hijos de Dios. Pues, de la misma manera en que el rey Asuero tomó a aquella mujer de en medio del pueblo, así también Dios el Padre, nos hizo reyes en Cristo. Ya que la Biblia nos dice que, de acuerdo con nuestra vocación en Cristo, somos hijos del Rey. Y que gracias a nuestra posición de privilegio en Él, nos es permitido llegar a la presencia del Rey de Reyes en el momento que lo deseemos. Recordemos lo que dice Efesios 2:18, donde Pablo escribe: «Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre». Y por el hecho de que este Rey nos conoce -pues Él mismo nos otorgó una elevada posición- no debemos temer, sino que siempre podemos contar con la certeza de que Él, en su infinita misericordia, nos extenderá Su cetro. Con respecto a esto, leemos algo maravilloso en Romanos 8:15: «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!».

Si sabemos esto ¿por qué, entonces, no nos dirigimos al Rey por el camino más directo? Porque comenzamos a argumentar del mismo modo que lo hizo la reina Ester. Comenzamos a pensar que no reunimos las condiciones para eso, o que no cumplimos los requisitos. El desafío que se nos presenta es tan enorme, que ni siquiera tenemos la disposición de vencerlo con la ayuda del Señor. En tales situaciones, nos vienen a la mente todo tipo de argumentos y obstáculos negativos que logran inmovilizarnos y dejarnos estáticos. Pero, es justamente allí cuando el Señor espera el momento de extendernos Su cetro, de brindarnos Su ayuda. ¡Por sobre toda las cosas, deberíamos estar muy conscientes de que somos hijos del Rey, que somos individuos con pleno derecho de llegar a la presencia de Dios, a cualquier hora del día o de la noche! ¡Tomemos nueva conciencia de este privilegio! Hebreos 4:16 dice: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» ¡Pero para alcanzar esa misericordia y hallar tal gracia, es fundamental que nos acerquemos a Dios en plena confianza!

¿Cuál fue la reacción de Mardoqueo al escuchar a la reina Ester decir que no podría hacer nada? Ester 4:13-14 nos dice: «Entonces dijo Mardoqueo que respondiesen a Ester: No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?» Estas palabras contienen otra gran verdad para nuestra vida espiritual, y haríamos bien en prestarles atención. Pues, a veces, tenemos otro motivo para huir de ciertos desafíos. Las palabras de Mardoqueo nos muestran esto de manera clara: «No pienses que escaparás en la casa del rey…»  En otras palabras: no pienses que por el hecho de ser la reina y de vivir dentro del palacio real, quedas libre de ciertas obligaciones y compromisos.

¡Cuán profunda es la verdad que se expone aquí ante nuestros ojos, y cuán tremenda la advertencia dirigida a nosotros! Porque existen -lamentablemente- cristianos que se engañan, que piensan que, por ser hijos del Rey, están libres de todos los desafíos y sinsabores de la vida real. ¡Esto es un gran engaño! No podemos apelar a nuestra condición de hijos de Dios para escapar, o eludir, las contrariedades de la vida.

¿De qué manera reaccionamos cuando Dios permite tribulaciones y tentaciones en nuestra vida? Muchas veces nos preguntamos, molestos y quejosos: «¿Señor, por qué me pasa esto a mí? ¡Yo soy Tu hijo!». Es en este tipo de circunstancias, cuando nos damos cuenta que tenemos una idea equivocada de las cosas, porque creemos que un hijo de Dios debería pasar libre de contrariedades en la vida. Pensar así es algo totalmente insensato e irreal. No podemos -con un simple quiebre de cintura- eludir los desafíos que la vida nos presenta, diciendo: «Con esto no tengo nada que ver porque yo soy hijo de Dios». En Lucas 3:8 se nos relata de cuando muchos venían para ser bautizados por Juan el Bautista. Jesús notó inmediatamente que algunos de ellos se vanagloriaban de su padre Abraham, y entonces les dijo claramente: «Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras». Dicho de otro modo: No piensen que por tener por padre a Abraham transitarán un camino especial, o diferente, para alcanzar la salvación. Ustedes necesitan seguir el camino de todas las personas, o sea, arrepentirse de todo corazón. Sólo así serán salvos.

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