La verdadera espiritualidad

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Hoy existe una guerra contra la verdad. La lucha no es tanto contra ciertas verdades, sino contra la idea de que ni siquiera hay algo que se llame verdad.

En el siglo XX, la verdad se redujo al poder, lo que trajo consecuencias desastrosas. En décadas más recientes, se ataca ferozmente el concepto de que cualquiera puede ser poseedor de la verdad. La gente habla de «mi verdad» o de «su verdad», pero no de «la verdad».

La verdad se ha reducido a una mera opinión personal. En consecuencia, hemos perdido el consenso moral que desde antaño formaba parte de nuestra cultura, y los esfuerzos por restablecerlo se ven, en el mejor de los casos, con recelo o, en el peor, como intolerancia.

Pablo vivió en un entorno similar, en el que las ideas del cristianismo se enfrentaban a una abundancia de puntos de vista espirituales, que juntos competían por la atención, la credibilidad y el control en la mente de la gente.

El error de muchos en la iglesia de Corinto fue considerar «la verdad del evangelio» como una religión más (aunque superior). Aquí Pablo desarrolla la idea de que la revelación de Dios es algo en un nivel totalmente diferente. No habla de la espiritualidad cristiana como si fuera nuestra propia versión de una experiencia común compartida con todas las demás religiones.

La verdadera espiritualidad implica una relación con el Espíritu y con la verdad. 2ª de Corintios 2:10 «Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios«. Y lo que está más allá del entendimiento humano, un verso antes leemos “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. En el verso 12 se nos revela que «no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido«.

REVELACIÓN

Podemos tener conocimiento de la verdad en primer lugar porque “Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu» (v. 10).

El Espíritu muestra la verdad de Dios. El mundo no conoce esta verdad (v. 9), pero nosotros sí. (La expresión «a nosotros» es enfática.) Esto es lo que los teólogos llaman la doctrina de la revelación.

El Espíritu «escudriña todas las cosas» y conoce «aun lo profundo de Dios» (v. 10). La verdad revelada proviene de las cámaras secretas de la propia mente de Dios. No es sorprendente que las cosas de Dios no sean conocidas por la mente natural. Pablo utiliza una simple ilustración. Pregunta: «En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano…?» (v. 11, NVI).

INSPIRACIÓN

En segundo lugar, podemos conocer la verdad porque Dios nos ha dado esta revelación en palabras. Pablo declara que de estas cosas “lo cual también hablamos” (v. 13).

Es decir: lo que el Espíritu ha revelado lo afirma ahora el apóstol. Y esto sucede “no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual» (v. 13).

Hay una objetividad inherente a esta verdad. Se da en palabras. Más tarde, Pablo escribiría a Timoteo: «Toda la Escritura es inspirada por Dios…». (2 Tim 3.16). Y Pedro añadiría “porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” según 2ª Pedro 1:21.

Esta es la doctrina de la inspiración. La revelación habla desde la fuente de la verdad de Dios. La inspiración tiene que ver con la naturaleza de la verdad de Dios.

Sin embargo, Pablo entiende que trabajan juntos. Si los «pensamientos» provienen de Dios, las “palabras” se convierten en el vehículo por el que se comunican esos pensamientos. Al hablar bajo inspiración, Pablo no trabaja con la materia prima de la «sabiduría humana» (v. 13). Más bien, anuncia palabras “que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual”. (v. 13).

El término sugkrino, «explicar», sólo aparece aquí y en 2 Corintios 10:12. En el griego clásico, se utilizaba siempre en el sentido de «armonizar» o «interpretar» (cf. Génesis 40:8, LXX). En otras palabras, la verdad espiritual se transmite en un lenguaje dado por el Espíritu de Dios.

La verdadera espiritualidad es un don concedido a cada creyente como resultado de cultivar una relación con el Espíritu Santo que mora en él. Es él quien nos enseña con las propias palabras -la Escritura- que Dios ha dado para guiarnos. En otras palabras, hay un carácter instrumental en el dominio con el que el Espíritu Santo lleva la Palabra a dar fruto en la vida de cada cristiano. El salmista entendió bien este principio cuando dijo en el Salmos 119:105 “Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino”.

Pablo concluye su descripción de la persona verdaderamente espiritual diciendo “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (v. 16b).

Esto responde a la pregunta que extrajo de Isaías 40:13 «Porque ¿quién ha conocido la mente del Señor?«. La respuesta es: «Nosotros». Al utilizar el plural «nosotros» se incluye sin duda a sí mismo y a todos los verdaderos cristianos.

No debemos ignorar la relación que implica esa afirmación con lo que la precede. Los creyentes tienen el Espíritu Santo, y es el Espíritu Santo quien conoce los «pensamientos» de Dios y los comunica a través de las palabras.

A través de Pablo, otros apóstoles y profetas del Nuevo Testamento (cf. Ef. 2:20), estas verdades se comunicaron y muchas se registraron por escrito, formando el Nuevo Testamento. Tenemos la mente de Cristo porque tenemos sus palabras y pensamientos despertados en nuestras mentes a través del Espíritu Santo en nosotros (ver Col. 3.16-17; tb. Ef. 3.17; Sant. 4.5).

La verdadera espiritualidad es estar en sintonía con Cristo por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros y por la posesión de su Palabra, mediante la cual somos instruidos en todo lo que concierne a la piedad y la disciplina cristiana.

Extracto del comentario bíblico escrito por Daniel R. Mitchell, Publicado en Chamada.com.br

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