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Te invito a que vuelvas conmigo a algún momento de tu infancia. Un momento en el que estabas haciendo algo que no deberías haber hecho, tal vez levantarte de la cama cuando deberías estar durmiendo, o tal vez comer galletitas justo antes de la comida. En ese momento, alguien dice – “¡Ya viene mamá!” – Si eres como yo, la sensación es de miedo porque sabes que estás «en deuda» con papá o mamá.

Ahora, pensemos en otro momento de tu infancia. Un momento en el que estás triste porque te caíste y te has lastimado la rodilla, o quizás porque algo o alguien te asustó. En ese momento, de nuevo, oyes a alguien decir – “Ahí viene papá o mamá” – Pero en ese instante, la sensación es totalmente diferente a la situación anterior, ahora sientes alivio, porque sabes que serás consolado, ¿verdad?

Estas dos escenas imaginarias ilustran el impacto de la promesa del Emanuel, «Dios con nosotros». La expresión se utiliza dos veces en el Antiguo Testamento y una en el Nuevo. Examinemos primero la expresión en el Antiguo Testamento.

La palabra Immanuw’el se utiliza por primera vez en Isaías 7:14: «Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel«.

Este texto se utiliza en innumerables canciones y obras de teatro navideñas. La mera expresión «Dios con nosotros» parece llenar nuestros corazones de alegría y consuelo. Incluso el no creyente se conmueve ante esta imagen de Dios como un frágil bebé en medio de nosotros.

Aunque hay mucho de cierto en esta interpretación, basta leer los versículos que la preceden para comprender en qué contexto se utilizó esta palabra. Al leer los versículos 10 a 13 del mismo capítulo, descubrimos que el contexto era de reprimenda, ¡no de consuelo!

El rey Acaz de Judá era conocido por su incredulidad e idolatría. Sacrificó a uno de sus hijos a los ídolos y utilizó el templo de Jerusalén como un altar idólatra, cometiendo todo tipo de impiedades (2 Reyes 16). Cuando Isaías lo desafía a pedir una señal a Dios, él se niega, no por miedo a Dios, como parece indicar su respuesta, sino por incredulidad. Obsérvese la reacción de Isaías en el versículo 13 de Isaías capítulo 7 “…¿No les basta con agotar la paciencia de los hombres, que hacen lo mismo con mi Dios?”. Frente a este abuso de la paciencia de Dios, la señal es que la virgen dará a luz un hijo y será Dios con nosotros. En el versículo 17 del mismo capítulo, se le adelanta cual será el castigo del Señor.

También la segunda vez que se utiliza el término «Emanuel», el contexto sigue siendo de castigo, no de consuelo. A partir del versículo 6 del capítulo 8 de Isaías, el profeta anuncia el castigo de Dios a Judá por rechazar a Dios. Sin embargo, en el versículo 10, encontramos otro enfoque de esta palabra en hebreo.

Hasta ese momento, Emanuel estaba en el contexto de la maldición y el castigo. En los versículos 9 y 10, Dios parece reprender a las naciones y afirma que “Escuchen esto, naciones… ¡Prepárense para la batalla, y serán desmenuzadas! Tracen su estrategia, pero será desbaratada; propongan su plan, pero no se realizará, porque Dios está con nosotros”.

Aunque se trata de las mismas palabras que en el uso anterior, es decir en un contexto de castigo, señalan el hecho de que “Dios está con nosotros”, y a pesar de todo, este es un motivo de consuelo y protección. Las naciones no iban a hacer lo que quisieran con el pueblo de Dios, sino que harían lo que Él les permitiría hacer, lo que estaba en Sus planes. En esto hay una gran diferencia.

Esta formulación apunta a Mateo 1:22-23, donde Mateo escribe “Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel. que traducido es: Dios con nosotros”.

En este contexto, Emanuel es un mensaje de esperanza, de consuelo y de cumplimiento de la promesa, que aunque se habló de castigo, es también promesa de salvación.

Este sentido de salvación es aún más clara si leemos las palabras del ángel a José, cuando se enteró del embarazo de su prometida, en los versículos 20 y 21 dicen “Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”

La presencia de Dios es a la vez motivo de alegría y de temor. Su presencia es majestuosa y santa, pero al mismo tiempo es consoladora y salvadora.

Otros dos pasajes muestran este aspecto de la presencia de Dios. La primera sigue estando en Isaías 57:15, cuando Dios afirma habitar tanto en su santidad como con los quebrantados de corazón. Pero es el segundo pasaje el que quizá retrata mejor las consecuencias de la presencia de Dios entre nosotros.

Pablo, al expresar su gratitud por su salvación, utiliza la imagen del desfile triunfal de un general romano que regresa de una gran victoria. 2ª Corintios 2.14-16a describe: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a estos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquellos olor de vida para vida”.

En este pasaje, Pablo afirma que “para Dios somos grato olor de Cristo”. La descripción aquí es que en la presencia de Dios, algunos se salvarán y otros irán camino de la perdición. En el versículo 16, aclara aún más esta doble realidad “en los que se pierden; a estos ciertamente olor de muerte”, pues con nuestra elección hacemos inexcusables a los que rechazan a Cristo. Al mismo tiempo, para los que se salvan somos fragancia de vida, pues exhalamos el dulce aroma de estar habitados por el Espíritu.

Mi oración para ti, lector, es que Emanuel despierte en tu corazón la alegría de saber que eres hijo de Dios por creer en el Señor Jesús.

De lo contrario, Emanuel es un recordatorio de que nuestro Dios es Santo y, por tanto ¡necesitas un salvador!

Solo arrepintiéndote de tus pecados y reconociéndolo como Señor de tu vida puedes ser “olor fragante” para Dios, y así tener la esperanza eterna de ver a tu Salvador cara a cara.


Artículo publicado primeramente en chamada.com.br

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