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Vivimos en tiempos turbulentos, pero los cristianos tenemos en qué consolarnos: la resurrección, ascensión y segunda venida de nuestro Señor Jesús. Y quien es consolado, puede dar un suspiro de alivio.

Una mujer joven escribió: “En realidad podría estar satisfecha con mi entorno, pero algo siempre me oprime, y ese “algo” se llama miedo. Tengo miedo a la muerte, a la vida, a la verdad, a las malas calificaciones, a que me obliguen a hacer deportes, al amor, a la noche, al fin del mundo, a la guerra, a sufrir pesadillas, a la burla, a las inyecciones, a que se rían de mí, al miedo mismo… tengo miedo y más miedo. Es como para volverse loca, aunque lo peor es que no sé de dónde proviene y por qué debo soportarlo…”.

Cristo dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

El miedo, una emoción con muchas caras, también captura a los hijos de Dios, aunque tenemos la solución: mirar hacia aquel que es más poderoso que el temor, a Jesús. Solo recibiremos el valor suficiente si lo miramos a él. Jesús obtuvo la victoria. Cuando la piedra del sepulcro del Señor fue removida, también fue quitado todo temor que pudiera tener el hombre, es decir la causa por la cual tememos –aunque el miedo siga atacándonos, en un sentido metafórico, la roca de nuestro corazón ya ha sido removida–.

La piedra que fue movida del sepulcro cumplía con el mensaje del Señor. ¿Acaso, según Lucas 19:40, las piedras no hablarían? Y, según Mateo 3:9, ¿no podía Dios levantar hijos de las piedras? En Mateo 27:59-60 dice: “Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue”.

Una narración humorística cuenta que los vecinos y amigos de José lo objetaron, diciendo: “¡José, no puedes regalar tu sepulcro así como así y dejárselo a otro! Después de todo cuesta mucho dinero. Además, ¿qué haremos si te mueres? Te costará fortunas, llevará tiempo, y de seguro no encontraremos un lugar tan hermoso”. A eso contestó José: “No se preocupen, después de todo es solo por tres días”.

Se trataba del sepulcro de José, de su final, de su muerte. Es bueno pensar acerca de nuestra muerte. La mayoría de las personas reprimen este tipo de pensamientos. Contrario a esto, José ya había hecho preparar su propia tumba. Sin embargo, cuando entregó su sepulcro a Jesús, este se convirtió en vida. Ahora el Señor tenía poder sobre la vida y la muerte de José. Es allí donde encontramos el gran consuelo: si damos entrada a Jesús, recibiremos vida en nuestros cuerpos mortales para trascender hacia una vida eterna: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11).

Norbert Lieth

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