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Por Norbert Lieth

Se terminó el año y ya transitamos uno nuevo. ¿Dónde está puesta nuestra mirada?, ¿nos hemos quedado estancados en el pasado o avanzamos hacia adelante?

Pablo dice en Filipenses 3:13-14: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

El apóstol había decidido trazar una nueva línea de partida, dejando lo que estaba detrás de él, es decir, su vida anterior. Sus sinceros esfuerzos religiosos, los rituales, las tradiciones judías y, sobre todo, los pecados cometidos en aquel tiempo, pertenecían ahora al pasado. Su vida sin Jesucristo era considerada por él como una pérdida, como basura. Su enfoque estaba en la meta, en las cosas celestiales donde está Cristo: ahora era un ministro del Nuevo Pacto (2 Corintios 3:6). No es la religiosidad la que nos hace avanzar–no son las tradiciones piadosas o las costumbres, sino Jesucristo.

Me crié en un ambiente católico, donde se daba mucha importancia al agua bendita, a la señal de la cruz y al confesionario. Después de mi conversión a Cristo, pensé que no debía abandonar estas cosas. Me acordaba una y otra vez de mis pecados pasados, preguntándome si en verdad habían sido perdonados. Gracias al apoyo y la buena consejería que recibí de parte de algunos hermanos, pude enfocarme en la obra de salvación de Jesús, sintiéndome cada vez más libre y seguro.

Jesús advirtió a Sus seguidores: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62).

Si miramos hacia atrás al arar, corremos el peligro de abrir surcos torcidos y, como consecuencia, tener un campo mal labrado y poco presentable; es por eso que deberíamos hacer lo mismo que Pablo: enfocarnos en la meta y en el premio del supremo llamamiento.

Los ángeles ordenaron con énfasis a Lot y su familia: “Escapa por tu vida; no mires tras ti” (Gn. 19:17b). Sin embargo, leemos después: “Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal”.

El que vive con una mente pretérita, llenando el presente con recuerdos del pasado, maquinando en su mente lo que ya ha sido perdonado y resistiéndose a avanzar, con el tiempo se endurecerá como una piedra, convirtiéndose en un creyente tozudo, frío e inflexible.

Hebreos 12:1-2 nos exhorta: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…”

La única forma de librarnos de todo el peso que nos impide avanzar y de todo el pecado que nos paraliza es poner nuestros ojos en Jesús. Esta carrera se corre con los ojos puestos en la meta: nuestro Salvador. Muchos cristianos no avanzan porque de continuo miran sus pecados, los cuales, a pesar de haber sido confesados al Señor, dudan de que hayan sido perdonados. Se dejan detener por los antiguos fracasos–se parecen a un corredor que no avanza por estar enganchado a una cuerda elástica: aunque se esfuerce, apenas avanzará.

Moisés murió a los 120 años. Hasta su último respiro miró siempre hacia adelante; su fe estaba firme en las promesas de Dios. Al final, el Señor lo hizo subir al monte Nebo, de donde vio la Tierra Prometida que Dios daría a su pueblo.

Dios quiere que veamos lo mismo. A partir de lo acontecido en el Gólgota, en el monte Moriá, los cristianos podemos mirar hacia adelante, en dirección a la Tierra Prometida a la cual nos llamó Dios.

Es bueno aprender del pasado, pero no nos quedemos atrapados en él: avancemos con buen ánimo en este nuevo año, sabiendo y confiando que Jesús es el autor y consumador de nuestra fe.

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