Israel, un pueblo especial
24 febrero, 2017La expectativa inminente…
24 febrero, 2017En este año, con el 500 aniversario de la Reforma protestante, se publican un sinnúmero de artículos y libros que conmemoran los logros y también los pecados de Martín Lucero, y de otros reformadores. También Llamada de Medianoche se centra este año en la importancia de la Reforma.
Parece que el tono general de las publicaciones será más bien crítico y condescendiente. Los teólogos evangélicos conservadores se quejan de que permaneció demasiado cerca de la Iglesia Católica. Sin embargo, no se dan cuenta de lo extraordinarios y revolucionarios que fueron los pensamientos de Lutero en la cultura de aquel entonces. Resulta irónico que, muchas veces, los mismos teólogos fundamentalistas tienden a no mirar más allá del borde del plato de su propia cultura. Si criticamos a Lutero – y ciertamente hay cosas en su vida que podemos cuestionar – tendríamos que cuidarnos mucho de no hacerlo como cristianos que se cierren a toda reforma y que, tal como la Iglesia Católica Romana, se aferren a dogmas rígidos, sin ninguna disposición a reconsiderar sus propios sistemas y sus propias premisas consultando la Biblia. Lutero, como teólogo católico romano, lo hizo.
La peligrosa trampa en la cual podemos caer, justamente en este año de conmemoración de la Reforma, es la de ver continuamente lo que hay que corregir en otros, pero no en nosotros mismos. También nosotros, como cristianos conservadores, necesitamos una reforma. No existe ningún sistema perfecto, ninguna iglesia perfecta ni teología perfecta, por lo cual toda posición debe ser reconsiderada una y otra vez en base a la Santa Escritura. Los 2000 años de historia eclesiástica deberían alcanzar para enseñarnos esto.
Por supuesto, el reformador alemán no era sin pecado. Así como celebramos sus logros, no deberíamos negar sus lados sombríos. Su odio contra los judíos hacia el final de su vida, es algo que permanece siendo injustificable. Es verdad que existen explicaciones para esta terrible actitud. Si bien éstas no embellecen el antijudaísmo de Lutero, sí corrigen nuestro enfoque, de manera que se nos hace más difícil condenar a Lutero desde una posición de cómoda superioridad. Pues fueron justamente las expectativas de Lutero con respecto al cumplimiento de las profecías en el tiempo postrero, las que contribuyeron, hacia el final de su vida, a estos ataques contra el pueblo elegido de Dios, Israel.
Mientras tanto, también hay historiadores laicos y católicos que cuestionan la interpretación protestante de la Reforma. Subrayan que la Reforma no comenzó porque Lutero buscara a un Dios misericordioso, que encontró en la Santa Escritura – como se anuncia generalmente en nuestros círculos. Dicen que el descubrimiento del Dios de gracia vino recién más tarde. Estos teólogos enfatizan más la continuidad del pensamiento de Lutero, desde los teólogos y pensadores medievales anteriores a él. Su opinión ciertamente no es errónea. La Reforma vino cuando el tiempo estaba maduro. Lutero no cayó del cielo. Como cualquier otra persona, estaba marcado e influenciado por la cultura y el tiempo en el cual vivía, y por los eruditos cristianos que lo habían precedido – así como nosotros hoy en día.
Es verdad que las 95 tesis que Lutero clavó, según la tradición, en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg, en octubre de 1517, no tienen mucho que ver con la doctrina de la justificación por la cual el reformador se conoció más tarde. Y como lo demuestra el historiador Carl Trueman, ya antes de las 95 tesis Lutero había dicho cosas mucho más radicales sobre la fe verdadera, en las cuales la cruz del Señor cumplía un papel central. Y este lugar central de la cruz en la teología de Lutero, es el legado que nosotros, como protestantes evangélicos, podemos y debemos hoy recibir de él. ¡Por eso, a 500 años de la Reforma, dejémonos llamar a volver a la cruz!
Hasta que nuestro Señor regrese para nuestra redención, queremos permanecer junto a Su cruz, a Su obra de salvación, a Su amor y a Su Persona. No queremos saber “cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2). – ¡Maranata – ven, Señor Jesús! ¡Quizás en este año!
René Malgo
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Soy Guatemalteco y actuamente vivo aqui