He ahí tu hijo… he ahí tu madre

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La tercera frase del Señor en la cruz.

imagen ilustrativa: María, madre de Jesús, a los pies de Jesús en la cruz.

El pecado influencia las relaciones interpersonales. Después de que Adán y Eva cayeran en pecado, la primera tragedia no se hizo esperar: Caín asesinó a su hermano Abel. Esta es una imagen de nuestro mundo: pleitos, disentismo, discordancia. Hasta en la misma iglesia raras veces se da una verdadera comunión entre los hermanos.

Pero Jesús dio evidencias de lo que es capaz de hacer el verdadero amor. Esta es una profecía sobre el verdadero fundamento de la iglesia que une a todas las razas, más allá del estatus social. Frente a la realidad de la cruz somos todos iguales. Fue allí, delante de la cruz, donde se unieron María, la madre de nuestro Señor, y Juan, el discípulo amado. La obra de la cruz consiste en unir a las personas que de otro modo nunca convivirían. Pedro, por ejemplo, consideraba a los gentiles como impuros, como perros, pero su mentalidad cambió y comenzó a amar a esas personas (Hch. 10).

Es sorprendente como Jesús, sufriendo terribles dolores, no pensó en sí mismo, sino en otros. Él se preocupó por Juan y por su madre, reflexionó acerca del fututo de ellos. De igual manera, se preocupó por nosotros, a pesar de que no lo merecíamos. Así es nuestro buen pastor. Él se preocupó tanto por nosotros, que murió y nos mostró su amor.

Ninguno de nosotros sabe qué nos deparará el día de mañana, como dice el proverbio: “No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de sí el día” (Pr. 27:1).

El Antiguo Testamento narra acerca de cuando el pueblo de Dios, estando en el desierto, necesitó oro, plata y cobre para la fabricación del tabernáculo. Dios ya había pensado de antemano en todo lo que necesitarían. Él es el único que conoce nuestro mañana y sabe lo que es bueno para nosotros. Es así que suministró 1270 kg de oro, 4360 kg de plata y 3050 kg de cobre, al igual que madera noble (acacia) y telas finas (púrpura y carmesí). Leemos de esta provisión de Dios en Éxodo 12:35-36 y Salmos 105:37. Dios iba varios pasos adelante. ¡Así es nuestro Dios! Incluso si no comprendes por qué Dios dirige tu vida de esta u otra manera, puedes estar seguro que pasado el tiempo lo comprenderás.

Tienes que entender que tu Dios conoce todo lo que sucederá en tu vida, hasta que vivas tu último día en la tierra. Dios sabe de tus frustraciones, tus temores. Él conoce a tu familia, a tu marido o a tu esposa. ¡Él se ocupa de ti! Confía en él y practica lo que dice en Juan 19:27: “Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Ellos escucharon las palabras de Jesús y, a partir de ese momento, esas mismas palabras cambiaron sus vidas.

Una canción dice: “Jesús piensa en ti, sí, él piensa en ti. Él con toda seguridad ayudará en las dificultades y demostrará ser un amigo fiel. Jesús piensa en ti”. Jesús ha demostrado cuánto te ama, tanto hoy como la semana pasada, a través de miles de acciones a tu favor. Fuiste consolado, protegido, animado. Él te dio un trabajo, salud, el perdón por los constantes pecados con los que lo ofendiste. Él te hizo experimentar su amor de muchas maneras. El pueblo de Dios expresó esto en Salmos 78:11, cuando Dios hizo descender agua y pan del cielo, les envió abundante alimento, los guió, expulsó a los pueblos de delante de ellos y los ayudó. Sin embargo, leemos: “Se olvidaron de sus obras, y de sus maravillas que les había mostrado”. Salmos 106:7 dice además: “No se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias”.

¿Cómo deberíamos responder al amor de Jesús? Con un creciente amor y agradecimiento, como lo expresa una canción: “Mas amarte deseo yo, escucha mi oración. Clamo en mi interior, llamo tarde y temprano: mas amarte deseo yo. Cuando Satanás me oprima hasta la muerte, igual quiero amarte a ti”.

El amor de Jesús no puede ser unilateral. ¡Respondamos a tan grande amor!

Ernst Kraft

Extracto de Jesus hat das letzte Wort (Jesús tiene la última palabra), disponible en la editorial Llamada de Medianoche.

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