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Por Norbet Lieth

No hace mucho visité un albergue donde podía leerse, en un cuadro colgado en una de sus paredes, la siguiente frase: “Si te abandonó el coraje, simplemente sigue solo”. Sacudí mi cabeza, preguntándome por su sentido y cuestionándome si realmente eso era de ayuda. ¿Si carezco de coraje, entonces debo seguir mi camino solo y desanimado?, ¿cómo y dónde terminaría esto? Realmente me pareció una insensatez.

Sin embargo, esto es lo que el mundo puede ofrecernos: refranes vacíos. Te tira una soga de azúcar para que no te ahogues, mientras sus dulces palabras se disuelven en el mar de la tribulación.

¡Cuán distinto es el socorro divino! Dios no deja que nos ahoguemos en la desesperación, no nos levanta con algunos refranes piadosos, sino que nos ofrece Su mano todopoderosa: “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo” (Is. 41:13). Él es diferente. Nadie tiene porque seguir solo. Dios nos acompaña.

Su socorro tiene nombre: Jesucristo
Jesús es la garantía de nuestra salvación. Es a través de Él que Dios nos toma de la mano, que nos sostiene firmemente para toda la Eternidad. En Él se cumplen las más dulces promesas, las cuales poseemos de forma segura. ¡Podemos contar con Jesús! Él no es una frase vacía, una vaga esperanza o una seudorrealidad que dura lo que una burbuja de jabón, sino que en Él radica la absoluta y suprema realidad. Jesús es la mano extendida de Dios, la cual podemos tomar: es con Él que podemos transitar el camino de la vida. Jesús es el consuelo del Señor en todas las situaciones. Él redime y restaura todo lo perdido, y renueva el coraje de los abatidos. Jesús ha entrado a nuestros corazones, vive y permanece para siempre con nosotros. En todo tiempo, cuando haya dificultades o nos alcance el desaliento, podemos estar seguros si nos tomamos de Su mano.

Su ayuda es para todos
Romanos 10:13 dice: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”, y también expresa se en 2 Pedro 3:9 que Dios no quiere que nadie se pierda. No obstante, no solo sabemos lo que Dios no quiere, sino también lo que quiere: “…que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4). Además, la Biblia dice que Dios no está lejos de cada uno de nosotros (Hechos 17:27), sino que, por el contrario, se encuentra al alcance de todos. Nadie debería concluir que es demasiado malo para acercarse a Dios, o que ha caído tan bajo que ya es muy tarde para volver. Jesucristo murió y resucitó de entre los muertos por todos los hombres, con el fin de salvar a todos aquellos que lo invoquen.

Su socorro está siempre cerca
Aunque te haya abandonado el coraje, el Señor no lo hará —Jesús siempre estará a tu lado. Su Palabra nos anima a poner nuestros ojos en Él. Si hemos caído o flaqueado en la fe, la Biblia nos invita, en innumerables pasajes, a levantarnos de nuevo y seguir por fe. El Señor no nos abandona en el desaliento, ya sea que se haya producido por nuestro propio fracaso o el de otros.

Cuando la nave en la que viajaba Pablo estuvo a punto de naufragar en una tormenta y todos los esfuerzos humanos por salvarse no habían dado resultado, la tripulación tuvo que admitir que ya no quedaba ninguna esperanza. Empero, Dios alentó a Pablo por medio de un ángel, y este transmitió el mismo aliento a la tripulación: “Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave […]. Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho” (Hechos 27:22, 25).

La esperanza para seguir adelante no está en la soledad del camino ni en las promesas sin fundamento de un mundo que no cree en Dios; el verdadero aliento se encuentra en las promesas divinas y en nuestra confianza en la siempre vigente Palabra de Dios, la cual nos llevará hacia la meta.

¡Les deseo este ánimo renovado!

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