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Autor: Philip Nunn

No hay duda de que el mensaje cristiano, para poder sostenerse, depende completamente de la autenticidad e infalibilidad de la Biblia. Philip Nunn comparte sus investigaciones acerca del origen de la Biblia.


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PE2572 – Estudio Bíblico
Razones para creer (7ª parte)



Dios y la Biblia

¿Qué tal, amigos? Comenzaré este programa contándoles que Philip Nunn comenzó sus investigaciones acerca del origen de la Biblia durante sus años como estudiante en el Imperial College en Londres. Existe una amplia variedad de libros útiles acerca de este tema. Entre sus muchas inquietudes, Nunn se preguntaba quién tenía los documentos originales de la Biblia. Al principio de la era cristiana, el material de escritura más común era el papiro. El papiro era un junco resistente extraído del valle del Nilo que se pegaba para fabricar un soporte. Tendía a pudrirse y desintegrarse, pero todavía hoy se pueden encontrar fragmentos de documentos en papiro en las tierras secas y áridas del Norte de África y de Medio Oriente. También se podía escribir sobre pergaminos, que eran pieles de ovejas o cabras; muchos de estos documentos se han mantenido intactos.

Los libros que componen la Biblia fueron escritos en rollos, y las colecciones de estos libros se hicieron circular entre las primeras comunidades cristianas. Recién al final del siglo I fue que se desarrolló el formato del libro, llamado códice, que permitía reunir muchos libros en un solo volumen. Las dos Biblias completas más antiguas datan del siglo IV: el Códice Vaticano, guardado en el Vaticano, y el Códice Sinaítico, del cual la mayor parte está guardada en la Biblioteca Británica en Londres. Hoy, parte del Códice Sináptico también se puede ver en la página web de la Biblioteca Británica.

Ahora, amigo, si consideramos el Nuevo Testamento, que contiene la esencia del mensaje cristiano, muchos se preguntarán si los documentos originales son un registro confiable de lo que pasó en aquel tiempo. La calidad de cualquier tipo de información se puede evaluar desde tres perspectivas diferentes: En primer lugar, nos podemos preguntar si sus escritores estaban capacitados para decir la verdad. En el caso de los escritores del Nuevo Testamento, ellos estuvieron cerca de los hechos, tanto en términos de tiempo como de ubicación geográfica. Pedro fue un testigo ocular (2 Pedro 1:16), Juan escribió acerca de lo que había “visto, oído y palpado” (1 Juan 1:1-4), Lucas, un médico, hizo una investigación detallada y basó sus escritos en los informes de testigos oculares (Lucas 1:1-3). La intención de estos escritores fue permitir a las futuras generaciones leer acerca de la vida y de las enseñanzas de Jesucristo con total confianza.

Otra pregunta que podemos hacernos es si los escritores eran hombres de confiables. La realidad es que una importante parte de su mensaje fue la de promover un alto estándar moral. La mayoría de los escritores murieron como mártires, y por lo tanto es muy improbable que ellos hubieran estado dispuestos a morir para defender algo que sabían que era mentira.

Todavía otra pregunta puede ser cómo se comparan sus escritos con fuentes externas. En el caso del Nuevo Testamento, el historiador judío Josefo, en su obra Antigüedades de los Judíos (escrita en el año 93 d.C. aprox.), incluye referencias acerca de Jesús y de los orígenes del cristianismo. Tácito, historiador y senador romano, en su libro Anales (escrito en 116 d.C.), hace referencia a Cristo y su ejecución bajo Poncio Pilato. Otro historiador romano, Suetonio (69-122 d.C.), menciona a los primeros cristianos en su obra Vida de los doce Césares. Hechos tomados de otras fuentes de la historia, la geografía y la arqueología corroboran los relatos bíblicos.

Los cuatro evangelios, dado que contienen relatos de lo que Jesús dijo e hizo, han sido objeto de especial escrutinio. Aquellos que están convencidos de que no suceden milagros se ven obligados a proponer diferentes teorías para explicar los orígenes de las historias narradas en los evangelios. Algunos sugieren que las diversas “historias milagrosas ficticias” fueron inventadas por cristianos judíos y gentiles con propósitos evangelísticos o con el fin de abordar las preocupaciones que existían en algunas congregaciones. Pero el hecho de que las historias que relatan los evangelios no presenten errores geográficos, históricos o culturales, sugiere que se habían originado en Palestina. Esto significa que las historias mismas circulaban ampliamente en Palestina, en los lugares donde se dice que los milagros ocurrieron. Recuerde que los primeros cristianos no eran una secta aislada, más bien era un grupo bien conocido, con un gran ímpetu evangelizador. Cualquier relato de milagro ficticio podría haberse expuesto fácilmente como falso.

Por ejemplo, la historia de la curación pública del ciego Bartimeo debe haber llegado a los oídos de los habitantes de Jericó (Marcos 10:46-52). La alimentación milagrosa de más de 5.000 personas debe haber sido ampliamente conocida (Marcos 6:35-45). Sin embargo, las historias en los evangelios se cuentan de una manera sencilla y natural, sin temor a que algún lector que hubiese vivido los eventos estuviera en desacuerdo. Por ejemplo, el escritor no desarrolla ningún razonamiento especial para tratar de convencer a los escépticos de que Bartimeo realmente había sido sanado en Jericó. El escritor da por sentado que los habitantes de Jericó estarán de acuerdo con él y confirmarán su historia. ¿Por qué? Porque el milagro realmente ocurrió. Por lo tanto, es razonable concluir que los autores de los libros del Nuevo Testamento y de los evangelios en particular describieron la realidad tal como la vivieron. Su meta fue registrar la historia tal como realmente sucedió.

Otra pregunta que suelen hacerse las personas es si, más allá de que los manuscritos sean genuinos, su contenido es verdadero o no. “¿Qué hacemos con las contradicciones?”, se preguntan muchos. Bueno, amigo: si nos acercamos a la Biblia con el rígido concepto de que no puede existir un Dios creador y personal y que los milagros son imposibles, entonces necesariamente interpretaremos la Biblia como una mezcla de historia y cuentos de hadas diseñados para enseñar lecciones morales. Esta es una opinión moderna que se origina en la Ilustración. Fíjese que es justamente el concepto de que “no pueden ocurrir milagros” el que conduce obligadamente a esta conclusión. Cerrarse a lo sobrenatural es pretender saber todo acerca del universo. Una vez que nos abrimos a la posibilidad de lo sobrenatural, podemos dejar que la Biblia hable por sí misma.

A través de toda la Biblia, Dios se revela progresivamente al permitirnos ver cómo interactúa con diferentes personas, familias y comunidades. A veces se nota que cuando tres o cuatro amigos que han escuchado la misma conferencia, han visto la misma película o han pasado juntos las mismas vacaciones, hablan de lo que experimentaron; pero cada uno lo hace de una manera diferente. Puede haber pequeñas discrepancias en sus relatos, que en parte desaparecen después de conocer más detalles; eran solo contradicciones aparentes. De la misma manera, los relatos históricos de la Biblia contienen, naturalmente, algunas pequeñas diferencias. Hay muchos buenos libros que estudian detalladamente estas aparentes “discrepancias” y son útiles para los que desean llevar a cabo su propia investigación y comprobar la coherencia fuerte y sólida del mensaje de la Biblia.

Esto es particularmente impresionante al considerar el hecho de que la Biblia fue escrita durante un período de 1.500 años, por más de 40 personas diferentes (incluyendo reyes, pastores, administradores gubernamentales, profetas y sacerdotes), en tres continentes (Asia, África y Europa), en tres idiomas (hebreo, arameo y griego) y acerca de un tema tan subjetivo y controversial como lo es la “fe”. En mi opinión, esta coherencia confirma la idea de que encontramos algo de Dios en este libro.

Ahora, ¿podría ser que las mismas personas hayan convertido la Biblia en un “libro divino”? ¿Cuál era la intención original de los escritores? Los profetas del Antiguo Testamento muchas veces inician sus mensajes con las palabras “Así ha dicho Jehová el Señor”, o “Vino a mí palabra de Jehová diciendo”. Pablo aseguró en la primera carta a los corintios que “Lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Corintios 14:37). Jesús dijo: “La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:24). ¿Cómo recibieron los oyentes, y más tarde los lectores, estas palabras? La respuesta a esta pregunta, amigos, quedará para el próximo programa.

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