¿Qué nos dice Martín Lutero hoy en día? 3

¿Qué nos dice Martín Lutero hoy en día? 2
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Redescubriendo la justificación.

Parte 3

Hay frases en la consejería pastoral de Martín Lutero que son muy específicas y dependientes de la situación, y como consecuencia no pueden ser repetidas en cualquier caso. Como ejemplo se puede citar el consejo dado a Philipp Melanchthon: en su incesante preocupación y trabajo este hombre había llegado a un punto en que podría ser peligroso para sí mismo. Lutero lo corrigió y lo exhortó a cuidar también del bienestar de su cuerpo ya que no estaba actuando en obediencia a Dios, y de otro modo podría llegar a ser un suicida. Sobre el final de su recomendación, Lutero le da el siguiente consejo:

“A Dios también se le sirve a través del ocio; pocas cosas son más efectivas que el ocio para servirle. Por eso es Su voluntad que el día de descanso sea cumplido estrictamente. ¡No menosprecies esto! Es Palabra de Dios lo que te escribo”.

A primera vista servir a Dios a través del ocio pareciera contradecir toda la ética protestante del trabajo. “Ocio” en los oídos de muchos tiene un sonido negativo; frases como “el ocio es el comienzo de todo vicio”, lo han desacreditado totalmente.

Visto teológicamente, el ocio hace recordar al séptimo día de la Creación, al sábado; celebrar este día fue lo primero que el ser humano tuvo que hacer después de la Creación. Al mismo tiempo nos recuerda el día de descanso eterno, la conclusión del mundo. De ahí que “ocio” también siempre anticipa el futuro: mientras vivamos en este mundo el descanso nos hace recordar que el ser humano no vive solamente del trabajo, y al mismo tiempo nos da un goce anticipado del descanso eterno en la presencia de Dios.

En este punto Lutero expone algo del arte de vivir protestante, que no puede perderse en medio de la laboriosidad continua que ha llegado a ser nuestra segunda naturaleza. El ocio hace descansar pero no es pasivo, hace asimilar, mirar, percibir. “Ocio” permite ser; es un tiempo en el que no tenemos que hacer nada productivo, pero aun así no es tiempo desperdiciado.

Así como Atlas es la figura mitológica que sostiene al mundo, Cristo es quien en verdad lo sostiene; no es el ser humano. Quien es consciente de esto, al igual que Lutero, puede estar tranquilo mientras que el evangelio corre; puede darse el lujo de descansar porque sabe que el Creador está incesantemente obrando.

La pregunta por la imagen de Dios es de gran importancia en la consejería pastoral. ¿Se percibe a Dios primeramente como el que da y ama, o como el que exige? ¿Es Dios el que castiga o el que perdona? Recordemos que Lutero se desesperó con una imagen de Dios muy exigente, y que esto casi lo arruinó. Las imágenes que tenemos de Dios tienen que ver con nuestras experiencias previas y con la formación que recibimos. Estas imágenes se internalizan, y en el caso de ser falsas a menudo precipitan posturas de fe legalistas y sus efectos secundarios. A veces se confunde la imagen de Dios con el deseo propio de poder e indispensabilidad.

No obstante, estas imágenes de Dios que fueron inculcadas, no necesariamente están fijas para siempre. Pueden cambiar y esto puede llevar a una experiencia liberadora, como bien lo aprendemos de la biografía de Lutero.

En una prédica navideña del año 1519, Lutero expuso su punto de vista: “No quiero tanto que contemples la divinidad en Cristo ni quiero que te entregues a la majestad, sino más bien concentra tus pensamientos en su encarnación, en este niño Cristo. Porque al ser humano la divinidad solo puede serle de espanto, esta sublime majestad lo puede amedrentar.

Por eso, se le debe presentar a Cristo a todos como el que vino para obsequiar salvación y gracia. Me parece que no existe mayor consuelo para cualquier generación humana, que justamente saber que Cristo es tanto humano, como muchacho, y como niño que en los brazos de su madre juega con sus pechos. ¿A quién no le cautivaría y consolaría esta imagen?”

Lutero no dirige aquí la mirada hacia el Dios majestuoso y sublime; ante Él uno podría estremecerse y atemorizarse. Más bien enfoca la mirada y el corazón de sus oyentes en el Dios encarnado, en el niño en el pesebre.

Las imágenes deben ser observadas minuciosamente, y Lutero se desenvolvía muy bien en esto.  Al hacerlo no tenía miedo de entrar en detalle: Jesús está en el pecho de su madre María. Vemos lo cercano que está Dios, nos asombra Su humildad. Reconocemos cómo Él, como niño necesitado, comparte nuestro destino humano. Nada humano le es desconocido; experimenta los mismos sufrimientos, dolores, alegrías y aflicciones que nosotros los humanos. Él no viene desde arriba. El observador será consolado en el mirar contemplativo de esta imagen; la meditación se convierte en consejería.

Lutero fue consejero en diversos casos de duelo en su entorno, pero la muerte también golpeó una y otra vez a su propia familia. Dos de sus seis hijos murieron a temprana edad: Elizabeth, su primera hija mujer, nacida en el difícil año de la peste de 1527, falleció con tan solo nueve meses. Poco nos es trasmitido sobre la muerte de la pequeña niña, pero llegamos a saber un poco más sobre la muerte de la segunda hija de Lutero, Magdalene. Apenas medio año después del fallecimiento de Elizabeth nació Magdalene, en la primavera 1529. Su nacimiento fue un consuelo para Lutero tras la pérdida de Elizabeth, y es comprensible que le tomó mucho cariño. No obstante también a Magdalene la perdería todavía en su infancia: en setiembre 1542, teniendo ella apenas 13 años, Lutero le escribió a su hijo Hans a Torgau para que volviera a casa. Su hermana Magdalene estaba gravemente enferma, ella “pronto regresaría para estar con su Padre en el Cielo”, y tenía el deseo de verlo una vez más. De las anotaciones de un discurso que Lutero dio a su familia y amigos, sabemos con cuánto amor paternal acompañó a su hija en su último trecho: cuando Magdalene estaba agonizando Lutero cayó de rodillas al lado de su cama, lloró intensamente y oró a Dios para que la liberara. Poco después la niña falleció.

Al lado de su ataúd, Lutero finalmente dijo: “Querida Leni, ¡tú resucitarás y brillarás como una estrella; es más, como el sol! (…) Estoy alegre en espíritu pero según la carne estoy muy triste; la carne no quiere reponerse, despedirse le cuesta sobre manera. Es extraño saber que ella con toda seguridad está en paz y que está bien, y aun así estar tan triste”.

Lutero se nos presenta aquí sumamente humano y paternal. Frente a la muerte en su propia familia no nos encontramos con el reformador fuerte que hacía su camino sin importarle la muerte. Más bien vemos aquí a un padre que llora y está en duelo.

En la lápida de su hija Lutero expresó su esperanza en el sentido del consuelo reformador. La inscripción redactada por él mismo decía: “Aquí duermo yo, Leni, la hijita del doctor Lutero. Descanso con todos los santos en mi camita, yo, nacida en pecado. ¡Tendría que estar perdida pero ahora vivo y estoy bien, salva por tu sangre, Señor Cristo!”.

El regalo inmerecido de la vida eterna justamente allí donde humanamente hablando no queda nada que esperar, se convierte en un consuelo real e imperdible. Lutero falleció en abril 1546 en Eisleben con las palabras: “Somos mendigos, eso es verdad. Amén”. Esta es la justificación en su sentido más profundo: ¡Dios salva a los mendigos!

Dr. Rolf Sons
Teólogo y pastor alemán de la iglesia de Flein, Alemania. De 2009 hasta 2016 fue rector de la Casa Albrecht-Bengel. Es docente, conferencista y autor de varios libros. Su tema principal es Martín Lutero como consejero.

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