Viviendo por encima del promedio – IV (1ª parte)

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Autor: William MacDonald

El autor nos lleva a varios grandes momentos en el tiempo, cuando los cristianos tomaban los dichos de Jesús literalmente, amando a sus enemigos, perdonando a sus enemigos, devolviendo bien por mal, resistiendo sin represalias, dando sin esperar algo a cambio a la brevedad, sólo preguntándose: “¿Qué haría Jesús?”, y luego haciéndolo.

 


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PE2122 – Estudio Bíblico
Viviendo por encima del promedio – IV (1ª parte)



Hola amigos! ¿Cómo están? Comenzamos con un testimonio titulado: Gracia increíble.

Asignaré nombres ficticios a esta pareja por razones que se volverán claras a medida que avanza la historia. Ernie era oficial en el ejército estadounidense, ubicado en una gran base en los Estados Unidos. Elise estuvo dispuesta a renunciar a su carrera; sentía que su llamado era quedarse en casa y criar a sus dos hijos. Aparte de los usuales pequeños desacuerdos, su matrimonio era feliz.

Entonces, Ernie fue transferido a Japón. Fue en un tiempo en el que las familias no tenían la libertad de acompañar al padre. Pero, esta familia se mantuvo en contacto cercano por medio del correo. Era siempre el mejor momento de la semana cuando llegaba una carta de papá. Los niños se sentaban en el suelo cerca de mamá, mientras ella les leía la carta. Las noticias se convertían en el tema de charla del resto del día. Parecía que papá no estaba tan lejos.

Así que fue motivo de alarma cuando pasó una semana y no había llegado su carta. Elise tenía una viva imaginación. Veía a Ernie enfermo, o en medio de un accidente, o siendo parte de alguna peligrosa misión secreta. Pasaron dos semanas y no llegaba su carta. Si hubiese habido un accidente o alguna enfermedad, a esta altura ya le habrían notificado. Tres semanas y sin correo. Cuatro. Finalmente, llegó una carta y con ella el golpe. Los temores de Elise se habían vuelto realidad. Era increíble. ¿Qué había hecho para merecer esto? Estaba devastada, demasiado abrumada como para compartírselo a los niños.

Finalmente uno de ellos preguntó: “Mamá, ¿qué pasa? ¿Le pasó algo a papá? ¿Qué dice en la carta?”

Fue una tortura contarles que su padre se había enamorado de otra mujer. Vio la sorpresa en sus rostros. Obviamente no pudieron asimilar todo en ese momento. Pero, sí se dieron cuenta que papá ya no volvería con ellos. Finalmente, uno de ellos dijo: “Mamá, ¿puedo preguntarte algo? Que papá no nos ame más, no significa que nosotros no podamos amarlo, ¿verdad?”

A Elise le impresionó la pregunta. Le recordó el Salmo 8:2: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza.” En su desolación y angustia, en ningún momento se le ocurrió esa idea. Luego de luchar con la pregunta, ella contestó: “Es verdad, podemos amarlo.” Pero, tenía un nudo en la garganta cuando lo dijo. Su hijo pequeño dijo: “Bueno, ¿puedes escribirle y pedirle que por favor siga escribiéndonos porque nosotros todavía queremos amarlo?” Esto significaba que quizás aún recibirían cartas de él.

Al hacerlo, los detalles de su infidelidad se empezaron a revelar. Se había enamorado de su criada de quince años. Con el correr de los años, tuvo varios hijos de ella. A Elise todavía le costaba creer lo que había sucedido, y no estaba lista para otro golpe. Pero, había otra calamidad bajo la manga.

Recibió una carta de Ernie. “Querida Elise: Me apena estar escribiéndote esto, pero me han diagnosticado cáncer, y no me queda mucho tiempo de vida. Perdí mi derecho a pensión, y estamos viviendo con escasos recursos. Después que muera, ¿estarías dispuesta a enviar algo de dinero para ayudar a mi familia?”

Después de leer, Elisa se dijo a sí misma: “Bueno, es lo que me faltaba escuchar.” No podía creer su desfachatez e impenitencia. Ni una palabra de disculpa. No confesó nada, ni pidió perdón. Era algo incomprensible.

Pero, reflexionando más sobriamente, recordó lo que su hijo le había preguntado: “Mamá, que papá no nos ame más no significa que nosotros no podemos amarlo, ¿verdad?” Así que le contestó y le explicó que aunque no podría enviarles dinero, sí había algo que ella podía hacer. Escribió: “Te diré lo que voy a hacer. ¿Por qué no arreglas para que ellos vengan aquí a Estados Unidos después que mueras? Ellos podrán quedarse aquí en casa y les enseñaré como autosostenerse.”

Y eso fue lo que sucedió. Más adelante, Elisa explicó: “Tenía dos opciones. Podía mirar atrás al pasado y maldecir a ese hombre por lo que me había hecho, o podía agradecerle a Dios por darme el privilegio de hacer brillar Su luz en un túnel muy oscuro en este mundo.”

Sin dudas, hacer brillar Su luz en un túnel muy oscuro implicaba compartir el evangelio con esta familia adoptada, para que ellos también se volvieran luces para el Señor.

El Arzobispo Temple tenía razón cuando dijo: “Devolver mal por bien es diabólico. Devolver bien por bien es humano. Devolver bien por mal es divino.”

El segundo testimonio que vamos a compartir hoy, se titula: Él amaba a los pobres.

John Nelson Darby no era un adulador; no lisonjeaba a los ricos y famosos. Eso era algo fuera de lo normal, puesto que había sido criado en un hogar pudiente y en una sociedad clasista. Hubiera sido natural que favoreciera la relación con la clase alta, y prefiriera habitaciones donde su comodidad se viera maximizada.

Pero no, él amaba a los pobres y lo hacía saber en formas tan poco convencionales, que no daba lugar a dudas en las mentes de las personas. Una vez, cuando se encontraba ministrando la Palabra en el Continente [Europa], llegó en tren a un pueblo donde se suponía que estaría por varios días en reuniones. La gran multitud de cristianos que se reunieron en la estación para recibirlo, incluía a algunas damas de ‘sangre azul’ que competían por el honor de hospedar al distinguido predicador. Si hubiera ido a sus hogares palaciegos, hubiese tenido a disposición la mejor comida y alojamiento. Y ellos, a cambio, habrían tenido la oportunidad de jactarse frente a su familia y amigos por haber alojado al ilustre Sr. Darby.

J. N. D. examinó la multitud y encaró la situación. Les preguntó, a quienes parecían ser los líderes: “¿Quiénes suelen alojar a los predicadores que vienen al pueblo?” Señalaron a un hombre que apenas se veía, obviamente de modestos recursos, y que estaba parado al fondo del gentío. Darby fue con el hombre, y le preguntó si se podía quedar en su casa. El humilde hermano estaba encantado, y se apresuró a recoger la maleta de Darby. Uno de los biógrafos de J. N. D. Escribió: “Entonces, el hospedador de desconocidos itinerantes, se convirtió en anfitrión del gran hombre.”

Darby, explicó su amor por los pobres.

Cristo amó a los pobres; desde que me convertí, también lo he hecho. Que a los que les agrada más la sociedad, la tengan. Cuando alguna vez me involucro con ella, y se ha cruzado en mi camino en Londres, vuelvo con el corazón enfermo. Voy a los pobres; encuentro la misma naturaleza maligna que en los ricos, pero hallo esta diferencia: los ricos, y los que guardan sus comodidades y su sociedad, juzgan y miden cuánto de Cristo pueden tomar y mantener sin tener que comprometerse ellos mismos; los pobres [miden] cuánto de Cristo pueden tener para consolarlos en sus angustias.

Es interesante que en Su entrenamiento de los setenta discípulos, Cristo mencionara el tema de la hospitalidad.

“En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros. Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa” (así dice en Lucas 10:5 al 7).

Aquí, Él estaba enseñando que debían aceptar la hospitalidad que les ofrecía una persona abierta al mensaje de paz. Pero, que no debían dejar una casa por otra, con esperanzas de un alojamiento más cómodo o mejor comida.

No era exactamente la misma situación que enfrentó Darby. Aquí debían aceptar lo que se les ofrecía. En su caso, pidió abiertamente vivir con los pobres. Pero, el principio es el mismo. No deberían andar buscando el alojamiento más lujoso. Nótense los mandatos: “Posad en aquella misma casa. No os paséis de casa en casa”.

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