Viviendo por encima del promedio – III (4ª parte)

Viviendo por encima del promedio – III (3ª parte)
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20 agosto, 2015

Autor: William MacDonald

El autor nos lleva a varios grandes momentos en el tiempo, cuando los cristianos tomaban los dichos de Jesús literalmente, amando a sus enemigos, perdonando a sus enemigos, devolviendo bien por mal, resistiendo sin represalias, dando sin esperar algo a cambio a la brevedad, sólo preguntándose: “¿Qué haría Jesús?”, y luego haciéndolo.

 


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PE2121 – Estudio Bíblico
Viviendo por encima del promedio – III (4ª parte)



Un gusto estar nuevamente junto a ustedes, estimados amigos. Comenzamos con un testimonio titulado: El primer mandamiento con promesa.

Reuben Torrey, un evangelista estadounidense y erudito de la Biblia, solía hablar de una madre viuda de Georgia que tenía un único hijo. Vivían por debajo del nivel de pobreza, pero ella lograba llegar a fin de mes por medio del lavado. Y no se quejaba. Lo aceptaba como del Señor.

El hijo era excepcionalmente brillante. De hecho, era el mejor graduado en su clase de secundaria. Aparte del Señor, él era la luz de los ojos de su madre.

A causa de su escolaridad, fue escogido para dar el discurso de despedida en la ceremonia de graduación. También le sería otorgada una medalla de oro a la excelencia en una de sus materias.

Cuando llegó el día de la graduación, se dio cuenta de que su madre no se estaba preparando para asistir. Y le dijo: “Mamá, es el día de la graduación. Es el día en el que yo me gradúo. ¿Por qué no te estás preparando?”

“Ah,” dijo apesadumbrada, “no voy a ir. No tengo ninguna ropa decente para usar. Todas las personas prominentes del pueblo estarán allí, vestidos finamente. Te avergonzarías de tu vieja madre usando su desgastado vestido de algodón.”

Sus ojos brillaban de admiración por ella. “Mamá,” le dijo, “no digas eso. Jamás me avergonzaré de ti. ¡Nunca! Te debo todo lo que tengo en el mundo, y no iré a menos que tú vayas.” Insistió hasta que la convenció, y luego la ayudó a prepararse y lucir lo mejor posible.

Caminaron calle abajo del brazo. Una vez dentro del auditorio de la secundaria, la escoltó hasta uno de los mejores asientos en el frente. Y allí se sentó, con su vestido de algodón recién planchado, en medio de la gente importante del lugar con sus atuendos elegantes.

Cuando llegó el momento, presentó su discurso de graduación sin problemas. Hubo un considerable aplauso. Luego el director lo honró con la medalla de oro. Tan pronto como la recibió bajó de la plataforma, caminó hacia donde estaba sentada su madre, y fijó la medalla en su vestido, diciendo: “Toma, mamá, esto te pertenece. Tú eres quien la merece.” Esta vez el aplauso fue estruendoso. La audiencia se puso de pie y lágrimas caían por las mejillas de varios.

Ese hijo dio un vivo ejemplo de obediencia a Efesios 6:2: “Honra a tu padre y a tu madre.” Cada vez que el Dr. Torrey contaba la historia, agregaba otra aplicación. Decía: “Jamás se avergüencen del Señor Jesús. Le deben todo a Él. Levántense y confiésenlo. Los mártires no tuvieron vergüenza. Onesíforo no estaba avergonzado de Pablo (como vemos en 2 Timoteo 1:16). Pablo no estaba avergonzado del evangelio (Romanos 1:16) ni de Aquel en quien había creído (2 Timoteo 1:12). Jamás deberíamos avergonzarnos de Cristo.”

Un nuevo ejemplo de vida, que podríamos titular: El Dios que ama.

En la historia de las misiones cristianas, Gladys Aylward siempre será conocida como “La pequeña mujer.” Pero, lo que le faltaba en estatura física, lo compensó con creces en logros espirituales. Esta intrépida misionera tenía una fe simple en el Señor y mostraba una firme audacia, fortaleza y resistencia al servirlo. Como resultado, vio maravillosas respuestas a la oración, circunstancias que convergían increíblemente, y un asombroso número de puertas abiertas al evangelio en China.

Una vez, ella se estaba quedando en un hogar con estudiantes refugiados que habían huido de los invasores japoneses. Estos jóvenes estaban orando por un área en el noroeste. Por varias razones, no tuvieron la libertad de ir, así que Gladys concluyó que el Señor quería que ella lo hiciera. Se dispuso a ir, dependiendo de guías que la acompañaran desde una villa a la otra. Cuando llegó a Tsin Tsui, los habitantes intentaron disuadirla de ir más lejos. Le dijeron: “Este es el fin. No hay nada más allá.” Pero, Gladys respondió: “El mundo no se termina así nomás. Debo seguir. Para eso vine.”

Cuando un doctor chino cristiano llamado Huang vio que estaba determinada a hacerlo, se ofreció a acompañarla por cinco días. Los cinco días se extendieron a diez, mientras en el camino le hablaban a todo el que encontraban sobre Jesús. Ninguno había escuchado hablar de Él jamás. En el undécimo día, caminaron por un área desierta, sin señales de habitación humana. No había lugar para dormir, ni comida para comer. Era momento de orar…. el Dr. Huang oró: “Oh Dios, envíanos a quien Tú quieres que le hablemos de Jesús. No le hemos testificado a nadie hoy, pero nos has enviado aquí con algún propósito especial. Muéstranos dónde encontrar a la persona que quieres bendecir.” Gladys decidió que deberían cantar un coro, así las palabras y la melodía flotarían en el limpio aire de la montaña.

Pronto, el Dr. Huang divisó un hombre a la distancia, saltó y corrió a su encuentro…. ella se sorprendió al ver que era un lama, o monje tibetano… éste invitó a Huang y a Gladys a ir y pasar la noche en la lamasería…. dijo: “Hemos estado esperando mucho para que nos cuente del Dios que ama.” La pequeña mujer estaba en shock. ¿Cómo podían saber que existía un Dios que ama? ¿Qué contacto podrían haber tenido estas personas aisladas con misioneros, o cualquier otra persona del mundo exterior?

Después que los lamas le proveyeron almohadones, agua para lavarse, y una comida deliciosa, dos de ellos se aparecieron a la puerta de Gladys y le pidieron que fuera con ellos. Otros llevaron al Dr. Huang al mismo lugar, una habitación con 500 monjes sentados en cojines. Todo esto desconcertó a Gladys, pero el buen doctor debe haber entendido el propósito de su reunión, así que le dijo que comenzara cantando un coro. Cuando terminó, habló del nacimiento del Salvador en Belén y continuó hasta Su muerte y resurrección.

La señorita Aylward cantó de nuevo, luego habló; volvió a cantar, y luego habló el Dr. Huang, cantó otra vez, y habló. Por último, se disculpó y se retiró a su habitación. Estaba exhausta. Pero, su tarea no estaba terminada. Aparecieron dos lamas a su puerta y le pidieron que les contara más. Cuando se fueron, vinieron dos más, y así fue toda la noche… Luego de cinco días de evangelismo sin obstáculos, la señorita Aylward fue invitada a una reunión con el lama principal…. él le contó esta historia inolvidable:

Cada año los lamas recogen y venden una hierba de regaliz que crece en las montañas. Un año, al llegar a una villa, escucharon a un hombre que sostenía un tratado y gritaba: “¿Quién quiere uno? La salvación es gratuita y a cambio de nada. El que obtiene la salvación vive para siempre. Si quiere saber más, venga a la congregación.”

Trajeron el tratado a la lamasería y lo fijaron a la pared. En el mismo se citaba Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Esto fue como un recordatorio constante de que existía un Dios que ama.

Durante cinco años llevaron las hierbas al mercado, preguntando cada vez dónde vivía “el Dios que ama.” Finalmente, en Len Chow, un hombre los guió hasta el recinto de la Misión al Interior de la China, donde un misionero les explicó el camino de salvación y les dio una copia de los evangelios. Al estudiarlos, llegaron a Marcos 16:15: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” Entonces, concluyeron que en algún momento alguien vendría a ellos con el evangelio. Decidieron que cuando Dios enviara un mensajero, deberían estar listos para recibirlo.

Esperaron otros tres años. Entonces dos monjes, que estaban trabajando en las montañas, escucharon a alguien cantando. Se dijeron: “Sólo las personas que conocen a Dios cantarían.” Mientras uno bajaba la montaña para encontrarse con Gladys y el Dr. Huang, el otro volvió a la lamasería para avisar al resto de los lamas que se prepararan para los invitados tan esperados.

Ésa fue la razón por la que los dos cristianos fueron recibidos tan cálidamente y con corazones tan hambrientos.

¿Se convirtió algún lama? Gladys Aylward se fue sin saberlo. Todo lo que sabía era que el Señor la había guiado a ella y al Dr. Huang hacia ellos a través de una serie de citas divinas, y ella estaba conforme con dejarle el resultado a Él… La pequeña mujer imitaba al Señor Jesús con su fe fresca e íntegra, con su obediencia a Sus instrucciones, y con su fiel confesión de Él ante otras personas. Vio cómo los engranajes de su vida encajaban. Su servicio brillaba con lo sobrenatural. Cuando tocaba otras vidas, algo sucedía para Dios.

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