Viviendo por encima del promedio – II (1ª parte)

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Autor: William MacDonald

El autor nos lleva a varios grandes momentos en el tiempo, cuando los cristianos tomaban los dichos de Jesús literalmente, amando a sus enemigos, perdonando a sus enemigos, devolviendo bien por mal, resistiendo sin represalias, dando sin esperar algo a cambio a la brevedad, sólo preguntándose: “¿Qué haría Jesús?”, y luego haciéndolo.

 


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PE2112 – Estudio Bíblico
Viviendo por encima del promedio – II (1ª parte)



Estimados amigos oyentes, veamos ahora el testimonio de: “El hijo de Escocia que la enorgulleció”.

Para comprender a Eric Liddell, tenemos que saber que en la Escocia de sus días, los creyentes respetaban y honraban el día del Señor. Lo llamaban el sábado cristiano. No trabajaban, no se comprometían con ningún deporte, sino que fielmente asistían a las reuniones de la iglesia. Las tiendas estaban cerradas, y los servicios de transporte se detenían, a excepción de casos de emergencia. Los creyentes apartaban el día de manera especial para la alabanza y el servicio al Señor. Pensaban que todo aquel que amara al Señor, amaría Su día.

Eric tomó la decisión más grande de su vida cuando tenía quince años, al aceptar a Jesucristo como su Señor y Salvador. Incluso, aunque lo apasionaba el participar en carreras, el Señor siempre fue su prioridad.

Él aspiraba a representar a su país en los Juegos Olímpicos, y su oportunidad llegó en 1924 cuando fue elegido para correr en la carrera de 100 metros en París. Se puso eufórico. Pero, todo cambió cuando un compañero le dijo que el evento sería un domingo. “No puede ser,” gimió. “No puede ser.”

Buscó un lugar tranquilo, y pasó un tiempo en oración. Cuando se levantó, tenía una visión determinada. No deshonraría al Señor ni a Su día.

Cuando esto se dio a conocer, causó conmoción: “Has decepcionado a tu país. Eres un traidor.” El director del equipo lloraba: “No puedes hacer esto.” Él respondió con calma: “Yo no puedo correr en el día del Señor.”

Su retirada ocupó los titulares. Las autoridades atléticas británicas estaban furiosas. Los periódicos fueron implacables en su condena. Algunos de sus amigos intentaron defenderlo, pero fue inútil. El Eric popular era ahora un aguafiestas.

Eric estudió la cartelera de anuncios. Notó que la carrera de 400 metros no se correría un domingo. No era su distancia, pero podría intentarlo. Entonces fue al director, y le preguntó si podía correr allí. Contrariamente a la política convencional, el director estuvo de acuerdo. Eric ganó en la primera serie. Corrió nuevamente y ganó. Pronto estuvo en las semifinales, y luego en la final, lo que era considerado el evento máximo de los Juegos Olímpicos.

Antes de la carrera, el masajista del equipo le entregó un trozo de papel. Eric leyó: “En el antiguo libro dice: ‘Yo honraré a los que me honran.’ Deseándote el mejor de los éxitos siempre.” La referencia bíblica de la cita era 1 Samuel 2:30. El versículo corrió junto a él durante toda la carrera.

Un oficial, que le dio al equipo británico una charla de ánimo dijo: “Jugar el juego es lo único que importa en la vida.” Era probablemente un reproche dirigido a Eric, pero dicha flecha no dio en su blanco. Para Eric habían otras cosas que importaban más.
Cuando los corredores se dirigieron hacia la línea de partida, Eric vio que le había tocado un mal carril. Además, la temperatura ese día era insufrible. Sin precedentes para los Juegos Olímpicos.

La gente decía que el estilo de correr de Eric era lamentable. Sus brazos iban colgando, sus puños golpeaban el aire, sus rodillas estaban inflamadas, y su cabeza estaba hacia atrás. Alguien lo comparó con un molino de viento. Pero, cuando estaba a casi 50 metros del objetivo, hizo un esfuerzo supremo para aumentar su velocidad. Se apartó de los otros corredores, ganó la medalla de oro, y estableció un nuevo récord mundial.

Uno de sus biógrafos escribió: “Logró obtener la atención de millones cuando abandonó su oportunidad de ganar una medalla de oro en los 100 metros, la carrera en la que era favorito para ganar, porque un principio de su fe cristiana era más importante para él. Cuando, en vez de eso, inesperadamente ganó los 400 metros, el país estuvo a sus pies.” Un atleta prominente dijo: “Sin la más mínima duda, Eric fue el atleta más grandioso que Escocia haya producido, por su influencia, su ejemplo y su capacidad.”

Más tarde, se convirtió en misionero en China. Antes de embarcar, le dijo a su hermana: “Jenny, Dios me ha hecho con un propósito para China; pero también me ha hecho rápido, y cuando corro, siento Su complacencia.”

Cuando los japoneses ocuparon China, Eric fue enviado a un campo de concentración. Las condiciones eran duras. La comida y la ropa eran escasas y las condiciones de los baños eran indescriptibles. El campo sacaba a flote lo peor de las personas. Hubo luchas entre muchos de los cautivos, especialmente entre los empresarios americanos.

Pero, todos estaban de acuerdo en que Eric era diferente. “Él vivía su cristiandad. Se lo catalogaba como la figura de Cristo aquí en el campo, tanto como lo era entre los chinos en Siaochang. Se hacía amigo de las prostitutas y de los empresarios despreciados. Les cargaba carbón a los débiles, y enseñaba a los jóvenes. Estaba dispuesto a cualquier esfuerzo para obtener recursos con qué servir. Y aún seguía siendo el mismo Eric, marchando con una camiseta multicolor, hecha de cortinas viejas, y luciendo extremadamente común y corriente, sin nada especial para nada.”

Una de las internas, una prostituta rusa, necesitaba unos estantes. Cuando Eric se encargó de eso, ella le dijo que había sido el primer hombre que hizo algo por ella sin querer ser recompensado de alguna manera.

Un cautivo dijo de él: “Nunca escuché a Eric decir una palabra cruel sobre alguien.” Otro testificó: Eric es el hombre más similar a Cristo que conozco.”

Cuando un guardia japonés notó que Eric no estaba al pasar la lista, alguien le explicó que había muerto hacía cuatro horas. El guardia dudó, y luego dijo: “Liddell era cristiano, ¿no?” Nunca había hablado con Eric, pero debe haber visto a Cristo en él.

Él murió allí. No como resultado de una brutalidad, sino como resultado de un tumor cerebral. La clínica del campo no estaba equipada como para tratar ese tipo de problemas. Las últimas palabras de Eric, dichas a Annie Buchan, una enfermera escocesa, fueron: “Annie, es entregarse totalmente.”

Cuando las noticias llegaron a Glasgow, el periódico nocturno anunció: “Escocia ha perdido a un hijo que la enorgulleció cada instante de su vida.”

En el servicio fúnebre, Arnold Bryson, uno de los misioneros mayores, dijo: Ayer un hombre me dijo: “de todos los hombres que he conocido, Eric Liddell fue aquel en cuyo carácter y vida era preeminentemente manifestado el espíritu de Jesucristo.” Y todos quienes tuvimos el privilegio de conocerlo con cierta intimidad, nos hacemos eco de este juicio. ¿Cuál era el secreto de su vida consagrada y de su influencia de largo alcance? La entrega absoluta a la voluntad de Dios, como se revela en Jesucristo. La suya era una vida controlada por Dios y siguió a su Maestro y Señor con una devoción que nunca osciló, y con una intensidad de propósito que hacía a los hombres ver ambas cosas, la realidad y el poder de la religión verdadera.

Hay una posdata para esta historia. En 1977, el director de cine británico, David Puttnam, se encontró con la historia de la victoria de Eric Liddell en los Juegos Olímpicos de 1924. Puttnam recientemente había producido una película llamada “Midnight Express” (El Expreso de Medianoche), que mostraba lo peor de la naturaleza humana. Era una película cínica que le dejó un sabor amargo en la boca. En realidad, estaba disgustado porque había sido un gran éxito de taquilla. Ahora sentía que la historia de Eric serviría como catarsis. Dijo: “Aquí hay un personaje que representa algo más grande que él mismo, poniendo el deber para con Dios antes que el éxito mundano.”

Así es como surgió la película Chariots of Fire (Carros de Fuego). Fue un éxito instantáneo. Las personas en todo el mundo se enteraron de un joven, cuyos escrúpulos significaban más para él que una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, un humilde atleta escocés, que tenía firmes convicciones y no las negociaría.

La película encontró una amplia aclamación. Las personas lloraban a medida que veían cómo Dios había honrado a un hombre que lo había honrado a Él. Un crítico de películas de Nueva York, Rex Reed, la llamó “una de las mejores películas jamás realizadas.” Alcanza lo profundo de las verdades universales y expresa sentimientos que los estándares cínicos contemporáneos consideran fuera de moda.”

Eric corrió la famosa carrera en 1924. Cincuenta y siete años más tarde se produjo una película que lo honró de una manera que él nunca habría podido imaginar.

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