Viviendo por encima del promedio – I (2ª parte)

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Autor: William MacDonald

En los distintos temas que vamos a tratar, estaremos pensando en varios grandes momentos del tiempo, cuando los cristianos tomaban los dichos de Jesús literalmente, amando a sus enemigos, perdonando a sus enemigos, devolviendo bien por mal, resistiendo sin represalias, dando sin esperar algo a cambio a la brevedad, sólo preguntándose: “¿Qué haría Jesús?”, y luego haciéndolo.

 


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PE2109 – Estudio Bíblico
Viviendo por encima del promedio – I (2ª parte)



El joven Robert Chapman fue criado en una familia acaudalada, con una casa lujosa, un equipo de sirvientes, y un vehículo que lleva el escudo de la familia en el costado. La familia era religiosa pero no muy sólida en su fe.

Cuando tenía veinte años, un amigo lo invitó a escuchar la prédica de James Harrington Evans. Fue un punto de inflexión en la vida de Chapman. Se convirtió a Dios en unos pocos días.

Vio en el Nuevo Testamento que los creyentes debían ser bautizados, por lo cual le pidió al Sr. Evans que lo bautizara. El cauteloso predicador le dijo: “¿No crees que deberías esperar un poco y considerar el tema?” Chapman respondió: “No, creo que debo apresurarme a obedecer el mandamiento del Señor.” Ese espíritu obediente y que no se detenía por tonterías, lo acompañó a través de toda su vida.

Aunque se convirtió en un abogado exitoso, sintió que el Señor lo estaba llamando al trabajo cristiano a tiempo completo. No tuvo paz hasta que renunció a todo para seguir a Cristo. En su caso, dejar “todo” significaba vender sus posesiones, entregar su fortuna, y dar la espalda al status y prestigio de su práctica legal. Su ambición era trabajar entre los pobres. Después de todo: “¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe, y herederos del reino que ha prometido a los que le aman” (como nos dice Santiago 2:5)? ¿No se les debe predicar el evangelio a los pobres (según Mateo 11:5)? ¿Acaso la muchedumbre no oía a Jesús de buena gana (como afirma Marcos 12:37)?”…

… Finalmente, Chapman se mudó a una zona marginal en Barnstaple, Inglaterra, para alcanzar a los pobres y despreciados. Era un escenario de borrachera, suciedad, ratas de callejón, casas llenas de enfermedades y pobreza. Sin embargo, él ministraba a las personas constantemente y siempre eran bienvenidos al ir a su hogar.

Él dijo: “hay muchos que predican de Cristo, pero no son muchos los que viven a Cristo; mi gran objetivo será vivir a Cristo.” Años más tarde, John Nelson Darby dijo: “Él vive lo que yo predico.”
Cuando el abrigo de Chapman se gastó, un amigo creyente le dio uno nuevo, pero el donante nunca lo vio usarlo. Se enteró, después, que se lo había dado a un hombre pobre que no tenía uno. Lo que desconcertaba a Robert Chapman era que las personas pensaban que esto era algo extraordinario.
Sus familiares y amigos estaban perplejos por su estilo de vida sacrificial. Uno de ellos decidió visitarlo para ver qué estaba sucediendo. Cuando el taxi paró frente a la casa de Chapman, el familiar regañó al taxista: “Le dije que me llevara a la casa del Sr. Chapman.” “Esta es la casa, caballero.” Una vez adentro, el visitante, sorprendido, dijo: “Robert, ¿qué estás haciendo aquí?” “Estoy sirviendo al Señor en el lugar al que Él me mandó.” “¿Cómo vives? ¿Tienes una cuenta en el banco?” “Sólo confío en el Señor y le digo todo lo que necesito. Él nunca me falla, y por eso mi fe crece, y la obra continúa.”…

… La hospitalidad se convirtió en una parte importante del ministerio. Chapman compró una casa al otro lado de la calle en la que vivía, y le pidió al Señor que enviara huéspedes a Su elección. No tenía costo, y a nadie se le preguntaba cuándo pensaba partir. A los huéspedes, se les pedía que pusieran sus zapatos y botas fuera de la puerta cada noche. Por la mañana, estaban todos lustrados. Era la manera del Sr. Chapman de lavar los pies de sus huéspedes. Esta hospitalidad fue diseñada para enseñarles a los huéspedes sobre la vida de fe y de servicio al pueblo del Señor. “Había una gran alegría en la mesa, se escuchaban constantemente palabras de sabiduría y gracia; pero no había lugar para la conversación que se degenerara en charlas frívolas. Era una regla de la casa, que nadie debía hablar mal de una persona ausente, y cualquier infracción a esta regla provocaba una firme pero amable reprimenda.”

La virtud que más distinguía a Robert Chapman era el amor. Uno de los que lo criticaban prometió que nunca más tendría algo que ver con él. Nunca más le hablaría de nuevo. Un día se encontraron caminando por la misma vereda, uno al lado del otro. Chapman sabía todo lo que el otro hombre había dicho de él. Pero, cuando se encontraron, Robert puso sus brazos alrededor del hombre y le dijo: “Querido hermano, Dios te ama, Jesús te ama, y yo te amo.” El hombre se arrepintió y retornó a la comunión en la iglesia.
Por increíble que parezca, un amigo envió una carta, desde otro país, dirigida simplemente a la siguiente dirección: R.C. Chapman, Universidad del Amor, Inglaterra. Y fue entregada…

… Chapman llevó una vida disciplinada, que incluía el pasar tiempo en oración, la lectura de la Palabra, las comidas, las visitas casa por casa, el alimentar a los hambrientos, el ayudar a los desposeídos, el predicar al aire libre y el enseñar la Biblia. Ayunaba los sábados y trabajaba con su torno, haciendo platos de madera como regalos para otras personas.

Uno de sus biógrafos, Frank Holmes, dijo acerca de él: “En cuanto a una vida santa, carácter sólido, y auto-sacrificio, pocos pueden igualarlo; pero, a la vez, era simple y humilde como un niño. Era un gigante espiritual. Ni una pulgada de su estatura se debió a los métodos carnales de los expertos en marketing.”

Cristo les enseñó a sus discípulos que sus vidas debían estar por encima del promedio si querían causar un impacto para Él. Eso se cumplió en la vida de R.C. Chapman. Uno de sus familiares sentía curiosidad en cuanto a qué hacía que Robert siguiera un estilo de vida tan fuera de lo común. Se dio cuenta de que “Chapman era dirigido por una fuerza interior, de la que él no tenía conocimiento.” Se propuso entonces encontrar lo que le faltaba. “Le dijo a Chapman muy francamente cuál era su posición. Ambos oraron y estudiaron juntos. El resultado fue que cuando el visitante se fue a su hogar, era un hombre cambiado.”

Para nuestros tiempos sofisticados, con sus trucos y estrategias manipuladoras, un hombre como Robert Chapman parece un marciano, alguien de otro mundo. Y es verdad. Lo era. Él vivía en “el lugar secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente.” Fue sobre personas como él que A. W. Tozer escribió: “El verdadero hombre espiritual es, en realidad, una rareza. No vive para sí mismo, sino para promover los intereses de Otro. Busca persuadir a las personas para que entreguen todo a su Señor, y no pide ninguna parte o cuota para sí mismo. No se alegra en recibir honra, sino en ver a su Salvador glorificado a los ojos de otros. Su gozo es ver que el Señor sea exaltado y él sea olvidado. Encuentra pocos a los que les preocupa hablar de lo que es el objetivo supremo de su interés, por eso a menudo está en silencio y preocupado en medio del ruidoso argot religioso. Debido a esto, se gana la reputación de ser aburrido y demasiado serio. Entonces se lo evita, y el abismo entre él y el resto de la sociedad se ensancha. Busca amigos en cuyas vestiduras pueda detectar el olor de la mirra, el áloe y la casia provenientes de los palacios de marfil, y al encontrar a alguien, o a nadie, él, al igual que la María de antaño, mantiene estas cosas en su corazón”.

¡Qué ésta sea, también, nuestra ambición, para poder ser verdaderos creyentes espirituales en nuestra generación!

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