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Autor: Esteban Beitze

Cuando somos vencidos por la tentación, ello se debe a dos causas: o no somos sinceros en nuestro deseo de obtener la victoria e hicimos pacto con el enemigo, con el pecado; o somos sinceros, pero todavía no hemos aprendido que no podemos lograr la victoria por nuestra propia fuerza de voluntad. ¿Cuál es la clave para tener una vida de victoria?

 


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PE2153 – Estudio Bíblico
Vida de victoria (2ª parte)



Estimado amigo:

  • No creas que puedes hacer frente a la tentación con tus fuerzas. No sólo le podemos pedir al Señor que intervenga, sino que es una obligación el hacerlo. En Jn. 15:5, Jesús mismo dijo: “separados de mí nada podéis hacer”. Además, en la oración modelo conocida como el “Padre nuestro”, de Mt. 6:13, nos enseña que estemos orando para evitar el mal: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal…” Quiero ilustrar este concepto con un ejemplo. Un soldado se encuentra en una posición avanzada del ejército como centinela. Allí ve venir al enemigo con todas sus armas y estrategias. ¿Qué hace? ¿Intenta eliminar al enemigo él sólo, al estilo Rambo, o da el aviso a la base para que el general organice la defensa e intervengan todas las fuerzas aliadas en conjunto? Obviamente hará esto último. Cuando somos vencidos por la tentación, ello se debe a dos causas: o no somos sinceros en nuestro deseo de obtener la victoria e hicimos pacto con el enemigo, con el pecado; o somos sinceros, pero todavía no hemos aprendido que no podemos lograr la victoria por nuestra propia fuerza de voluntad. Oremos con sinceridad pidiendo auxilio y el Señor intervendrá, a veces de forma asombrosa. Puede que justo suene el teléfono, o llegue una visita inesperada. ¡Busquemos ayuda en nuestro “General”, el que venció en la cruz sobre todas las fuerzas del maligno! ¡Podrás estar seguro que Él intervendrá a tu favor, si realmente quieres y lo buscas!
  • Recurre a la familia de Dios en busca de ayuda. Si por ejemplo, tienes problemas con Internet, pídele a alguien de tu mismo sexo, que pueda entenderte y orar con y por ti, que te pregunte cada semana cómo te ha ido. De esta forma, podrás alegrarte con él por el poder de Dios, o llorar con él en caso de derrota, pero también seguir animándose en todo mutuamente en el camino del Señor. Si estás de novio o de novia, busca un consejero que te acompañe en esta etapa, al cual puedas consultar. También es bueno que hablen con una pareja que consideren ejemplar, para que les instruya y les muestre cosas importantes a tener en cuenta o peligros y errores que se pueden evitar. Nosotros estamos en la familia de Dios para ayudarnos mutuamente en el camino del Señor. En Gá. 6.2, la Biblia nos exhorta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”.
  • Comprométete también con el Señor y la obra del Señor. En Prov. 23:26, Dios te dice: “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos”. Concurre a las reuniones de la iglesia, involúcrate en el servicio, en las reuniones de oración y no dejes tiempo libre sin usar en forma provechosa.
  • Evita las compañías que te pudieran alejar de Dios y de los principios bíblicos. Por medio de Salomón, Dios te advierte en Prov. 1: “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas… Hijo mío, no andes en camino con ellos. Aparta tu pie de sus veredas, porque sus pies corren hacia el mal, y van presurosos a derramar sangre… Pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, y a sus almas tienden lazo. Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores”.
  • No intentes luchar con la tentación, sino huye de ella. El joven José cuando estaba siendo seducido por la esposa de su amo para tener relaciones sexuales, resaltó lo horrible que era el pecado frente a Dios y los hombres y luego salió corriendo (como vemos en Gn. 39). Más adelante, Dios lo premió, exaltándolo como a pocos. Dios honra a los que le honran (nos dice 1 S. 2:30).
  • También es fundamental no alimentar nuestros deseos carnales. Justamente, Pedro escribió en una de sus cartas: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 P. 2:11). Ya no pertenecemos a este mundo, somos ciudadanos del reino celestial. Por lo tanto, procuremos honrar nuestra patria celestial, no manchar nuestra bandera, no deshonrar a nuestro Señor. Tenemos que alejar de nosotros todo aquello que pudiera contaminarnos. Esto puede suceder por medio de Internet, televisión, amistades, libros, revistas, música, etc., etc. En Ro. 13:14, Pablo nos exhorta: “… vestíos del Señor Jesucristo y no proveáis para los deseos de la carne”. Por medio de un ejemplo quisiera ilustrar esta exhortación. Alguien, en algún lugar donde se hacían peleas de perros, tenía un perro negro y otro blanco. Ambos eran muy fuertes, de manera que tenían fama de ganadores en toda la región. Muchas veces este hombre los hacía pelear entre ellos. Siempre era el último en apostar. Siempre ganaba el perro al que había apostado. Entonces le empezaron a preguntar cómo sabía cuál de los perros ganaría. Él sólo contestó: “Yo soy el dueño de los perros y yo les doy de comer”. Más tarde se supo que cuando quería que ganara el negro, unos días antes de la pelea, no le daba de comer al blanco. Si quería que ganara el blanco, simplemente no le daba de comer al negro. Exteriormente no cambiaba nada en ellos que pudiera llamar la atención, pero interiormente, el que no había comido estaba debilitado, por eso el dueño estaba seguro que éste iba a perder. Lo mismo sucede con la lucha entre nuestra vieja naturaleza y la nueva, entre la carne y el espíritu. Dependiendo qué parte alimentamos, habrá victoria o derrota. Si alimentamos la carne con novelas, basura de Internet, malas palabras y conceptos pecaminosos de amigos, no nos asombremos que la vieja naturaleza, con todas sus mañas, tenga la victoria. Pero, si alimentamos el espíritu con la Palabra de Dios, la oración, la comunión con hermanos, el servicio a Dios y el testimonio eficaz, entonces la nueva naturaleza obtendrá la victoria.
  • La Biblia también nos enseña que tenemos que considerarnos muertos al pecado. Aunque pellizquemos, insultemos o le presentemos cualquier tentación a un cadáver, éste no reaccionará. Lo mismo tenemos que hacer nosotros con el pecado. “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (nos dice Col. 3:5). Tenemos que considerar este aspecto: crucificado, muerto con Cristo. Entonces, la victoria del Señor será también la nuestra. El apóstol nos da la clave para una vida victoriosa, que fue de testimonio y bendición para miles, cuando dice en Gá. 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

Podemos resumir que la clave para tener una vida de victoria sobre el pecado y las tentaciones, es estando llenos del Espíritu Santo. Si esto ocurre no caeremos en el pecado. En 1 Jn. 3:6 y 9, el apóstol dice: “Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido… Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. En lugar que se manifiesten los tristes frutos de la carne, en el creyente lleno del Espíritu se va desarrollar y hacer visible: “el fruto del Espíritu (que) es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza…” (como se menciona en Gá. 5:22 y 23).

Por lo tanto, si de alguna forma te alejaste del Señor o peor aún, si caíste en el pecado, vuelve a Él. Él es rico en misericordia y perdón. Y luego honra al Señor cada día y verás cómo Su bendición vendrá en plenitud sobre tu vida. Será una vida en victoria con la cual honrarás al Señor. Podrás comprobar y decir con el apóstol Pablo: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Co. 2:14).

Ésta es mi oración por mi vida, y también por la tuya. Dios te bendiga y te dé la victoria. Amén.

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