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Título:”Una seguridad consoladora”

Autor: Thomas Lieth  PE1231

“Una seguridad consoladora”, es nuestro tema de hoy, y se acordará al escucharlo de estas conocidas palabras del salmista, en el Salmo 73:26:«Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre».


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Estimado amigo, cuando Juan el Bautista recibió la confirmación de que Jesucristo era realmente el tan esperado Mesías, pudo enfrentar consoladamente su ejecución. ¿Por qué?

En Mateo 11:2-3 podemos leer: „Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?”

Juan el Bautista, quien preparó el camino para el Salvador venidero, quien fue el mensajero del Mesías, con la tarea de preparar al pueblo de Israel para recibir al Ungido, ahora estaba en la cárcel. En su miserable situación, envió a dos de sus discípulos a Jesús con la pregunta: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?”.

Repentinamente, Juan tuvo dudas si este Jesús realmente era el Mesías o si tenía que esperar a otro. ¿Por qué habrá comenzado a dudar así de pronto? Cuando Juan estaba bautizando en el Jordán y vio a Jesucristo acercándose, dio testimonio con total claridad y con una seguridad inquebrantable: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29). “… Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste (Jesús) es el Hijo de Dios” (versículo 34).

Y dos versículos más adelante continúa diciendo: “… Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios” (versículo 36). Juan no solamente creyó, sino que estaba completamente seguro: ¡Sin lugar a dudas este Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, el Cordero de Dios!

Las expectativas no cumplidas …

… traen como consecuencia las dudas. ¿Qué esperaba Juan de Jesús? Él, como también así los discípulos de Jesús y todo el pueblo de Israel, esperaba un Mesías que apareciera en poder y gloria, liberara a Israel del yugo de la opresión romana y levantara el prometido reino mesiánico. Pero estas esperanzas no concordaban con la realidad que estaban viviendo en esos días. En vez de triunfo, gozo y días felices, Juan fue arrestado, arrojado a la cárcel y humillado por los gentiles incrédulos (romanos). Por eso Juan, en su miserable situación, en su ruina interior y las dudas que lo atormentaban, envió a dos de sus discípulos a Jesús con la pregunta si Él era o no el Mesías esperado.

En todo caso, Juan fue al lugar indicado con sus problemas. Él sabía que sólo Jesús podía dar una respuesta confiable a sus profundas dudas y su penosa situación.

Una respuesta increíble y milagrosa

Cuando los dos discípulos enviados por Juan le preguntaron al Señor Jesús si Él era el Mesías esperado o si tenían que esperar a otro, Él les respondió: (Lo puede leer en Mateo 11:4-6) “Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí.”

Esa fue una respuesta muy completa. ¿Pero por qué tan amplia y complicada? ¿No hubiese alcanzado con un simple “sí”? ¿Por qué Jesús no respondió simplemente: “Díganle a Juan que yo soy el Mesías”? Si Jesús hubiera contestado así, Juan hubiera quedado satisfecho por el momento. Pero después de un par de días, cuando su situación continuara igual, Juan hubiese tenido nuevamente las mismas dudas y preguntas. “¿Me habrá mentido?”, “¿Por qué todavía estoy en la cárcel?”, “¿Qué está pasando, tenemos que esperar a otro más grande?”.

Dudas, preguntas, más dudas y más preguntas, así como tantas veces lo escuchamos en la consejería. Y el resultado de todo esto: ¡Uno se enoja con Jesús! No en vano, Jesús agrega a su respuesta: “… y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí.”

Jesús contestó de manera muy diferente a como lo hacemos nosotros, y de una manera totalmente distinta a lo que esperaríamos de Él. Su respuesta consistió más en hechos que en palabras. Se refirió por ejemplo a las palabras del profeta Isaías, quien habló de Él diciendo que traería buenas nuevas a los pobres, daría vista a los ciegos y capacidad de escuchar a los sordos (Isaías 42:6-7,18; 61:1-2).

Los dos discípulos de Juan vieron y escucharon que todo eso estaba ocurriendo. Jesús le mostró a Juan claramente que Él representaba exactamente lo que se había profetizado acerca del Mesías.

Seguridad por el cumplimiento de las profecías bíblicas

La respuesta de Jesús no fue una confesión de boca, no fue un simple sí o no. Más bien consistió en hechos irrefutables, con los que podía probar que efectivamente era el Mesías. Esta respuesta significó para Juan el Bautista más que muchos “si”. Ahora estaba seguro “¡Este Jesús realmente es el hijo del Dios vivo! No necesitamos esperar a otro”.

Antes de su arresto tenía bien claro que Jesús era el Cordero enviado por Dios, que quitaría el pecado del mundo. Pero cuando vio que este Jesús no liberaba al pueblo de Israel del yugo romano, y cuando él mismo fue arrojado a la cárcel y tenía que esperar su condena, surgieron las dudas acerca de la identidad de Jesús. Pero por la respuesta que Jesús le dio por medio de sus discípulos, esa seguridad inicial volvió: Jesús es el Mesías prometido.

Aunque sus expectativas no habían sido cumplidas y su situación no mejoraba, sino que empeoraba cada vez más, Juan no se enojó con Jesús. Permaneció en la cárcel sin saber qué suerte le tocaría mañana. Al igual que antes vivía en una inseguridad total, pero aún así podía estar tranquilo y satisfecho. ¿Cómo era posible? Aunque la situación era la misma, la Palabra de Dios, de la boca de Jesús, le daba la fuerza, el ánimo y el consuelo que necesitaba, y fue una esperanza para él. Juan el Bautista tenía ahora la plena seguridad: Jesús es el Mesías. ¡La Palabra de Dios se está cumpliendo! Y en este conocimiento lleno de fe todo lo demás ya no jugaba un rol importante, todo lo personal quedaba atrás. Ya fuera la cárcel o el palacio, la riqueza o la pobreza, ahora para él sólo contaba una cosa: ¡Jesucristo!

¿Cuáles son nuestras expectativas? Quizás usted esté desanimado por el aparente retraso del arrebatamiento. ¿Está enojado con Jesús porque todavía no tiene trabajo? ¿Qué lo oprime? ¿Qué dudas lo están molestando? ¿Qué lo hace estar tan insatisfecho? Jesús dice: „… bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí.”

¿No tenemos suficientes razones para estar confiados, satisfechos y agradecidos? Pablo escribe a los cristianos en Filipos estas hermosas palabras de las que continuamente podemos sacar nuevo ánimo y seguir por el camino del Cordero (por distinto que éste sea para cada uno personalmente): 

“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:4-7)

Cabe destacar que Pablo no escribió estas palabras desde un hermoso palacio sino desde la cárcel en Roma.

Alentémonos y consolémonos mutuamente con estas palabras, como también Juan el Bautista resultó confortado con las palabras que Jesús le mandó a decir. Jesús es el Hijo de Dios, Él se preocupa por nosotros, la Palabra de Dios se está cumpliendo y Jesús volverá (como Él lo ha dicho en Juan 14:2-3, y también en 1 Tesalonicenses 4:16-18). Hasta que estemos por toda la eternidad con Él en la gloria, practiquemos lo que dice en Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios.” Entonces “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

Nos despedimos, pero no sin invitarle a escribirnos si desea hacernos una consulta o compartir lo que ha aprendido a través de la palabra de Dios.

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