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Una Pequeña Ciudad en Judá
y el Reino Venidero
 
(4ª parte)

Autor: Marcel Malgo

  En el momento en que Jesús vio la luz del mundo en Belén, la “casa del pan”, Él se convirtió en el cumplimiento literal de ese nombre. Miqueas 4 y 5 nos habla de esta pequeña ciudad en Judá que cambió drásticamente al mundo, y de lo que Cristo, el Rey de Israel, hará a favor de Su pueblo durante los mil años de su reinado.


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PE2005 – Estudio Bíblico
Una Pequeña Ciudad en Judá y el Reino Venidero
(4ª parte)



Estimados amigos oyentes, deberíamos interceder en oración por Israel, especialmente por Jerusalén, la ciudad del gran Rey, como Jesucristo la llamó (en Mt. 5:35). Pero, ¿cómo oraremos? En Romanos 10:1, leemos como el apóstol Pablo ora por Israel. Con fervor dice:“Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación.”La oración ferviente por la salvación de muchas personas judías, es la oración más importante por Israel. Cuando hay personas que se convierten a Jesucristo en Israel, ya se siente algo del aliento del reino de mil años. Ese reino se destaca de otros por su paz y su seguridad. ¡Cuando un judío ahora encuentra a Jesús, tiene paz, tiene seguridad!

También en Salmos 122:6 encontramos un ejemplo de oración:“Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman.”Algunos creen que deberíamos pedir por la paz política de Jerusalén. Si bien ésa es una buena idea, sabemos que, en definitiva, todo tiene que suceder según el plan de Dios, tal como lo anuncia la Palabra profética. Cuando oramos por paz para el pueblo de Israel, deberíamos pensar especialmente en la paz del corazón, en la paz que sólo Jesucristo puede dar. Porque, cuanto más judíos alcancen hoy la paz, tanto más aliento del cielo, o sea aliento del reino de mil años, soplará a través de Israel ya ahora.

En el reino de mil años, habrá gente de entre las naciones que vendrán a Sión con la intención: “Nosotros queremos vivir en el nombre del Dios de Israel”. Pero, parece que no todos realmente lo pondrán por obra. Porque en Miqueas 4:5, el pueblo de Israel que se convertirá en ese tiempo, dice:“Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, nosotros con todo andaremos en el nombre de Jehová nuestro Dios eternamente y para siempre.”Si en el reino de mil años, todos los pueblos verdaderamente anduvieran en el nombre del Dios de Israel, esta afirmación debería ser diferente. Israel, sin embargo, determina: aun si los demás pueblos andan en el nombre de su propio dios, nosotros queremos andar en el nombre del Señor nuestro Dios. Por difícil que sea imaginar, parece que de hecho será así, que en el reino de mil años muchos dirán: “Vengan, andemos en los caminos del Dios de Jacob”, pero, luego, no todos lo harán. El profesor de Biblia, Merril F. Unger, dice al respecto: “Este versículo dice claramente que Israel en el reino de mil años estará libre de idolatría. Pero, no hay ninguna señal de que las naciones también estén libres de eso.”

También hoy muchas personas han jurado entrega y fidelidad a Cristo, pero, en el caso de algunos, la vida diaria lamentablemente es muy diferente. Miqueas 4:5 nos lleva hoy a una pregunta muy seria: ¿Será que yo ando con Dios? ¿O será que vivo según mi propio beneplácito, como a mí me parece?

Vivir con Dios significa que rechazamos claramente la vieja manera de vivir, y lo hacemos una y otra vez. Pablo, escribe a los creyentes de Éfeso, en el cap. 4:22:“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos”. ¡Si no nos hemos apartado de todo corazón de la vida vieja, no podemos andar con Dios!

  Santiago escribe acerca de lo que significa una vida con Dios:“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre”(así leemos en cap. 3, vers. 13). La buena vida con Dios es sostenida por dos cualidades importantes, que son mansedumbre y sabiduría. Como en este mundo nos encontramos en tierra enemiga, el Señor Jesucristo nos dice en Mt. 10:16:“He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Jesús nos enseña mansedumbre (en Mt. 11:29) y, como lo expresa Santiago 1:5, podemos pedir al Señor por sabiduría. Estas dos cualidades, corroboran firmemente nuestro andar con Dios en este mundo.
El Señor, en Su misericordia, nos lleva al hogar eterno.

Miqueas 4:6 al 8 testifica:“En aquel día, dice Jehová, juntaré la que cojea, y recogeré la descarriada, y a la que afligí; y pondré a la coja como remanente, y a la descarriada como nación robusta; y Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sión desde ahora y para siempre. Y tú, oh torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sión, hasta ti vendrá el señorío primero, el reino de la hija de Jerusalén”.

Estos versículos hablan de que Israel será traído de la dispersión al reino mesiánico. ¡Eso será un acontecimiento inigualable! Si bien Jeremías 30:7 también profetiza un tiempo de angustia para Jacob, eso no será lo último. No, porque, justamente entonces, vendrá el día en que Dios se hará cargo, de manera maravillosa, de Su pueblo Israel:“¡Ah, cuán grande es aquel día! tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado”.

Nosotros, los hijos de Dios que vivimos en esta era, también estamos siempre expuestos a temores y angustias. Eso es porque nos estamos acercando a nuestra meta de estar para siempre con Jesús. El diablo sabe que le queda poco tiempo, y por eso tiene muchísima ira (Ap. 12:12), la cual la expresa, vez tras vez, con violentos ataques contra los hijos de Dios. Pero nosotros no debemos desalentarnos, porque nuestro Señor ha vencido al mundo (como afirma Jn. 16:33) y promete en Jn. 14:2: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”.

Así como Israel un día será llevado al reino mesiánico por su Mesías, así nosotros que hemos sido comprados y salvados por la sangre de Jesucristo, seremos llevados al hogar celestial de una manera que lo sobrepasa todo. Iremos al lugar donde el Señor mismo ha preparado una morada para cada individuo. Quien ha sido salvo por la sangre de Jesucristo, tiene el pasaporte al cielo. Allí está nuestra patria: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos” (nos dice Fil. 3:20).

Nuestros nombres están en el libro de la vida (Fil. 4:3), y el Señor nos promete en Ap. 3:5: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles”. Ya ahora somos ciudadanos del cielo, aun cuando todavía nos encontramos en tierra enemiga. ¡Lo mejor aún está por venir! Y, por eso, podemos decir con Pablo, en Ro. 8:18: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. Y podemos exclamar jubilosos como David en el Sal. 23:6: “En la casa de Jehová moraré por largos días”.

Así como vendrá el día en que el Señor reunirá a los cojos y rechazados en Israel, también llegará el día en que nuestro Redentor reunirá a los comprados con Su sangre de todos los confines de la tierra y nos llevará al hogar celestial. ¡Pon atención a este suceso! Hace 2000 años atrás, el rey de gloria nació en una pequeña ciudad en Judá para salvarnos. Y ese mismo rey volverá para llevarnos con Él, para salvar a Israel, y para establecer Su reino en la tierra.

Por esta razón, leemos en Mr. 13:35 al 37 que nuestro Señor nos dice: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad”.

 

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