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Una cuestión de confianza
(2ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

La prueba de fe, a la que Ezequías se enfrenta, es uno de los pocos acontecimientos en el Antiguo Testamento
que se nos relata nada menos que tres veces. De ahí podemos deducir que era de una importancia especial.

 


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PE2073 – Estudio Bíblico
Una cuestión de confianza (2ª parte)



¿Cómo están, amigos? Habíamos visto que: La fe de Ezequías fue puesta a prueba

Mientras Ezequías animaba al pueblo con su ejemplo y sus palabras, el ejército asirio seguía avanzando rumbo a Jerusalén. Los tres representantes más importantes del rey asirio fueron enviados primero para llevar las negociaciones y para inducir a Ezequías y a su pueblo a rendirse voluntariamente ante la superioridad de Asiria. De la otra parte salieron tres enviados del rey Ezequías para recibir de parte de los enemigos la declaración de guerra o las condiciones para la paz.

Es interesante que los representantes de Senaquerib, al principio, no hablan ni de guerra ni de paz, sino que ponen en duda la confesión de fe de Ezequías: “¿Qué confianza es ésta en que te apoyas? … Mas ¿en quién confías?”
Siete veces, en siete versículos, utilizan las palabras “confianza” y “confías”, intentando con ello socavar la confianza en Dios del rey Ezequías.

Queda claro que Dios utilizó la arrogancia y el orgullo de los asirios para probar si la fe de Ezequías, era lo suficientemente fuerte y genuina.

La fe que no es probada no es fe, y toda confesión con la que nos ponemos del lado de Dios, ha de ser pesada con el peso del santuario. Ezequías había obtenido el grandioso y único testimonio de parte de Dios, que leemos en 2 Re. 18:5: “En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá”. Ahora debía ser probada esta esperanza que Ezequías tenía, para ver si era una confianza auténtica.

Hagámonos la pregunta: ¿Resistirá nuestra fe ante una crisis?

Las preguntas provocativas, escarnecedoras y desconcertantes a Ezequías, eran un hueso duro de roer.

Contenían estos mensajes, que podemos leer en 2 Re.18:
– “Tu fe es solo una confesión de labios, solo palabras vacías” (v. 20).
– “Tu fe en Dios es solo un pretexto – en realidad confías en la caña cascada de Egipto” (v. 21).
– “Tu fe está en contradicción con tus hechos” (v. 22). [aunque esta afirmación era un autogol de los asirios].
– “¿Acaso crees que nosotros no creemos en Dios? Tu Dios nos ha dado la orden de destruir a Jerusalén (v. 25).

Nuestra fe no es puesta a prueba cuando estamos sentados en nuestro cómodo sillón en nuestro cuarto de trabajo, o disfrutando de la popularidad por ser un buen predicador. No, la fe es probada casi siempre cuando nos sopla el viento contrario y helado de un mundo impío, cuando nos pilla descalzos.

Sören Kierkegaard lo expresó de esta manera:
“Cuando no hay peligro, cuando hay calma, cuando todo es favorable al cristianismo, entonces es muy fácil confundir a un admirador con un seguidor.”

Pedro confesó muy seguro de sí mismo que estaba dispuesto a seguir a Jesús hasta la muerte, pero pocas horas después fue puesto a prueba y falló lamentablemente. De la misma manera, Dios permitirá situaciones en nuestra vida que pondrán de manifiesto la autenticidad y seriedad de nuestra fe. ¿En qué confiamos en las situaciones críticas?
– ¿En nuestras fuerzas?
– ¿En nuestra inteligencia?
– ¿En nuestra experiencia?
– ¿En nuestros bienes materiales?
– ¿En nuestros conocimientos de la Biblia?

Que Dios permita que la prueba de nuestra fe, como dice 1 Pe. 1:7: “sea hallada mucho más preciosa que el oro perecedero que se prueba con fuego, en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.

Podemos imaginar que después de esta carga concentrada, ‘se les cayera el alma a los pies’ a los negociadores de Ezequías. Porque no solo ellos fueron testigos de los argumentos, sino toda la multitud de los judíos que se encontraba sobre el muro, que seguramente había seguido la conversación sin pestañear.

Su primera torpe reacción fue la de pedir a los asirios que respetaran las leyes de la diplomacia, y que hablaran de forma que muy pocos pudieran entender lo dicho (así leemos en el v. 26). Pero, eso ofreció una nueva oportunidad de ataque al portavoz de los asirios, quien ahora ya no se dirigió a los negociadores de Ezequías, sino al pueblo mismo, utilizando la lengua de Judá.

Ellos los confrontaron con la pregunta: ¿Quién es el libertador?

En los versículos de 2 Reyes 18:28 al 35 es probada la fe del pueblo. En estos ocho versículos, está siete veces la provocativa pregunta: “¿Quién os va a librar?”
– “¿Os librará Ezequías?” (vs. 29 al 32).
– “¿Os librará el Dios con el que Ezequías quiere alentaros?” (vs. 30, y 32 al 35).
– “¿Es vuestro Dios más fuerte y mayor que los dioses de los demás pueblos?” (vs. 34 y 35).

Con argumentos a primera vista convincentes, el enemigo intenta infundir dudas y destruir la confianza en Ezequías y en el Dios de Israel.

Las circunstancias de entonces parecían dar la razón a los asirios. Su ejército avanzaba y era imparable, habiendo conquistado ya Samaria e, incluso, algunas “ciudades fortificadas de Judá” (como dice 2 Re. 18:13).

Finalmente, los asirios les hicieron promesas fenomenales, dejando entrever que iban a vivir una vida en paz y con bienestar si se rendían (vs. 31 y 32).

Es la táctica antiquísima del diablo, la cual, a pesar de ser tan antigua, muchísimas veces tiene éxito: Es la táctica de despertar dudas en cuanto a las promesas de Dios. Pone delante de nuestros ojos nuestra propia impotencia, nos presenta el hecho de que nuestro Dios, aparentemente, no interviene o no existe, haciéndonos creer que si desertamos, tendremos un futuro maravilloso y exitoso bajo su bandera.

Siempre, las: ¡Viejas mentiras!

Sin embargo, los negociadores de los asirios, cometieron una falta decisiva, capaz de abrir los ojos a todo israelita temeroso de Dios que hubiera escuchado atentamente, como nos dice 2 Cr. 32:19:

“Y hablaron contra el Dios de Jerusalén como contra los dioses de los pueblos de la tierra, que son obra de manos de hombres”.

¡Qué Dios nos dé un oído fino y un sentir claro para ver el peligro que es, querer conciliar las diferentes religiones e ideas de Dios, que cada vez más tratan de infiltrarse en la cristiandad (a menudo con ropaje piadoso) e, incluso, en los círculos mas conservadores! Con el eslogan de la “contextualización” y de la “relevancia cultural” tratan de entrar a hurtadillas.

La cosa ahora era: ¿Qué hacer?

Ezequías había tomado precauciones sabias y preparado a su gente para la controversia con el enemigo. Por un lado, los había animado con las palabras de 2 Cr. 32:8: “Con nosotros está Jehová nuestro Dios, para ayudarnos y pelear nuestras batallas”.

Pero, también les había indicado inequívocamente cómo debían comportarse ante las amenazas verbales y las ofertas seductoras de los asirios: Así leemos en 2 Re. 18:36: “Pero el pueblo calló y no le respondió palabra; porque había mandamiento del rey, el cual había dicho: No le respondáis”.

Ezequías sabía por dolorosa experiencia propia, que las negociaciones con el enemigo siempre serán un fracaso. Lo único que se logra es perder la dependencia de Dios y la confianza en Su poder y en Sus promesas. Por si fuera poco, el enemigo, además, nos engaña, porque ni soñando piensa en cumplir sus promesas. Por eso, el pueblo no debía comenzar a discutir con los asirios, sino callar.

Esto nos hace pensar en El Peregrino. Cuando Cristiano y Fiel tuvieron que pasar por la Feria de las Vanidades en su camino a la patria celestial, los mercaderes se les echaron encima para persuadirlos de que compraran sus ofertas. Bunyan escribe allí: “Pero lo que más asombró a los traficantes era que estos peregrinos hacían muy poco caso de sus mercancías; ni aun se tomaban siquiera la molestia de mirarlas, y si se les llamaba a comprar, tapándose los oídos, exclamaban: ‘Aparta mis ojos para que no vean la vanidad’” (Sal. 119:37).

Recordemos el ejemplo de nuestro Señor, de cómo en el desierto respondió a las exigencias y a las ofertas del diablo con un solo argumento: “Escrito está.” No entró en discusiones.

Si Dios permite que nuestra fe y nuestra confianza se tambaleen, nuestra estrategia deberá ser el reaccionar con la Palabra de Dios y no con argumentos de la razón o de la lógica. Si entramos en una contienda verbal con el diablo, siempre seremos los perdedores.

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