Un Entrenamiento Radical (Capítulo 3 – 1ª parte)

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Un Entrenamiento Radical

(Capítulo 3 – 1ª parte)

Autor: William MacDonald

La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.



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PE1789 – Estudio Bíblico
Un Entrenamiento Radical (Capítulo 3 – 1ª parte)



Queridos amigos, esta tercera parte de “Es un entrenamiento radical”, se basa en el pasaje de Lucas 6:39 al 49.

El ministerio de los discípulos cristianos, es un ministerio de carácter. Su integridad espiritual y moral es su más grande valor. Lo que son, es mucho más importante que cualquier cosa que jamás hagan o digan. El desarrollo de un carácter cristiano firme es lo que vale.

En realidad, hay únicamente unas pocas exhortaciones en el Nuevo Testamento para ser ganadores de almas, pero hay cientos de exhortaciones para tener una vida de santidad. Cuando Jesús dijo:“Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”, dejó ver que el desarrollo de una vida semejante a Cristo era un pre-requisito para ser efectivos ganadores de almas. Permítame darle algunos ejemplos sobre cómo funciona esto. Un marinero no convertido estaba impresionado por el comportamiento de un compañero cristiano. El cristiano era equilibrado, humilde y honesto. De hecho, podía mantener una conversación sin decir groserías. Cierta noche, Dick le dijo a su amigo: “Bert, tú eres diferente. Tienes algo que yo no tengo. No sé lo qué es, pero lo quiero”. Fue fácil, entonces, para Bert guiar a Dick al Señor aquella noche.


Hubo un cierto estudiante universitarioquien, debido a su excesivo alcoholismo, perdió a todos sus amigos. De hecho, su compañero de habitación le ordenó que se fuera. Nadie lo quería. Finalmente, un creyente fervoroso escuchó hablar de él y lo invitó a compartir su habitación. El alcohólico era muy desagradable, pero el buen samaritano le preparaba la comida y le lavaba la ropa. A menudo tenía que limpiar sus vómitos, bañarlo y ponerlo en la cama. A la larga, eso impactó al alcohólico. Un día, éste le gritó lleno de ira, “¡Escúchame! ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Qué estás buscando?” El cristiano le respondió con calma: “Estoy buscando tu alma”. De esa forma logró que se entregara.

Tenemos la historia de Sir Henry M. Stanley, quien fue a África buscando a David Livingstone, el misionero explorador.


Más adelante, Stanley escribió: Fui a África siendo un prejuicioso de la religión y el peor infiel de Londres. Para un reportero como yo, que debía tratar con las guerras, las reuniones masivas, y las reuniones políticas, los asuntos sentimentales estaban lejos de mi alcance. Pero, tuve un largo tiempo para reflexionar. Allí estaba yo, fuera de toda mundanalidad. Vi a este hombre solitario (Livingstone) y me pregunté: “¿Por qué permanece en un lugar como este? ¿Qué es lo que lo inspira?” Meses después de conocernos, comencé a escuchar sus palabras, que decían:“Deja todo y sígueme”.Poco a poco, al ver su piedad, su gentileza, su celo, su fervor y con qué mansedumbre llevaba a cabo su emprendimiento, me convertí a Cristo a través de él, pese a que él nunca intentó, de ninguna forma, lograr que me convirtiera.

El mundo exterior nos lee más a nosotros de lo que lee la Biblia. Los hombres dicen, al igual que Edgar Guest: “Prefiero ver un sermón antes que escuchar uno”. Y, a menudo, los obligamos a decir: “Lo que eres habla tan alto, que no puedo escuchar lo que dices”. Hubo cierto predicador, cuya congregación deseaba que nunca dejara el púlpito. Pero, cuando no estaba en ese lugar, la congregación deseaba que nunca volviera a ocuparlo. Era un gran predicador, pero su vida no era coherente con su prédica. Cada uno de nosotros es una Biblia, o una calumnia.


Un poeta nos recuerda:Tú escribes un evangelio, un capítulo cada día,Con las cosas que haces, y con las cosas que dices.Los hombres leen lo que escribes, ya sea verdadero o impío,¡Dime! ¿Cuál es el evangelio que escribes?Cuando a cierto hombre se le preguntó cuál era su evangelio favorito, respondió, “El evangelio según mi madre”. En un tono similar, John Wesley dijo que aprendió más sobre el cristianismo de su madre, que de todos los teólogos de Europa.

Un famoso ministro, tenía un hermano que era doctor en medicina. Una señora llegó cierto día a la puerta del ministro, pero no estaba segura cuál de los hermanos vivía allí. Al llegar a la puerta preguntó: “Discúlpeme, ¿usted es el doctor que predica o el doctor que ejerce?” La pregunta le tomó por sorpresa, y se decidió a practicar en mejor forma las verdades que enseñaba.

Hace años, escribí lo siguiente en la tapa de mi Biblia:Si la única perspectiva del Señor JesúsFuera lo que la gente ve de Él en ti,Mac Donald, ¿Qué es lo que verían?Es saludable que recordemos que somos la única perspectiva del Salvador que muchas personas verán jamás.

En Lucas 6:39-49, nuestro Señor habla del carácter de sus discípulos y de la importancia del mismo. En primer lugar, señala que existen ciertos límites en cuanto a qué tanto podemos ayudar a otros. Los ciegos no pueden dirigir a los ciegos. Si tenemos algún punto ciego en nuestra vida (algún hábito sin conquistar, algún mandamiento que no hayamos obedecido, alguna debilidad del carácter) no podemos enseñarle a otros cómo vencer. Si intentamos hacerlo probablemente dirán: “médico, cúrate a ti mismo”.


Un maestro puede conducir a su discípulohasta el punto en el cual él mismo ha llegado, pero no puede esperar que el discípulo avance más allá de eso. La meta del discipulado es que el alumno llegue a ser como su maestro.

Jesús utilizó la ilustración de la viga y la paja para enfatizar este punto. Imaginemos a un hombre que está caminando y, repentinamente, una ráfaga de viento hace que una paja se introduzca en su ojo. Se frota y frota, pero cuanto más lo hace peor le queda el ojo. Los amigos le rodean con todo tipo de remedios, pero nada parece ayudarlo. Entonces, aparezco yo que tengo un poste telefónico atascado en mi ojo y me ofrezco a ayudarlo. ¿Qué es lo que va a suceder? Él me mirará con su ojo irritado y me dirá: “¿No te parece que primero deberías sacar el poste de tu propio ojo?”

Por supuesto, no puedo ayudar a alguien que esté sufriendo un problema moral o espiritual si yo tengo el mismo problema, y especialmente si lo padezco en un grado exagerado. Lo mejor que puedo hacer, es restaurar mi propia vida antes de intentar ayudar a otros.


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