Un Dios Que No Se Rinde (1ª parte)
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Un Dios Que No Se Rinde 
(2ª parte)

Autor: Norbert Lieth

  La mayoría de nosotros admiramos a las personas que, en su paciencia y amor, no pierden la esperanza y constantemente se esfuerzan en amar y continuar, a pesar de los obstáculos. Algunos pequeños ejemplos humanos pueden servir como referencia de nuestro gran Dios, quien no ha abandonado a la humanidad a través de miles de años.


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PE1999 – Estudio Bíblico
Un Dios Que No Se Rinde (2ª parte)



Estimados amigos, después de veinte años, Dios volvió a hablar a Jacob y le dijo: “Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo” (así leemos en Gn. 31:3). Jacob regresó a la tierra prometida con su familia. Pero, cuando regresó, el problema Esaú, de quien había huido, aún se encontraba allí. El miedo lo venció; Esaú parecía querer matarlo. Parecía que enseguida perdería todo. Pero, cuando Jacob llevó a su familia a través del vado de Jaboc y quedó sólo, sucedió lo siguiente que leemos Gn. 32:25 al 32:

“Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma. Y cuando había pasado Peniel, le salió el sol; y cojeaba de su cadera. Por esto, los hijos de Israel, hasta el día de hoy, no comen del tendón que se contrajo, el cual está en el encaje del muslo; porque tocó a Jacob este sitio de su muslo en el tendón que se contrajo”.

Fue Dios mismo quien luchó con Jacob. ¿Dónde existe un Dios de ese tipo, que se deja vencer?

Pero, justamente a través de esto, volvió a ganar a Jacob para Sí. Dios se deja vencer para ganar. ¿No es ésa una huella que señala a la cruz? Jesucristo se dejó vencer, en cierto sentido, para ganarnos a nosotros. ¿Realmente es posible que el Todopoderoso, aparentemente, se deje vencer para así poder vencer sobre nosotros? ¿Por qué Dios se involucró en esto en el Jaboc y en el Gólgota? ¿Por qué será que el Todopoderoso, por ejemplo, no se quedó tranquilamente en Su trono, destruyó a Jacob con un movimiento de su dedo y siguió la historia con uno de los hijos de Jacob? Si Él hubiera hecho eso, ¡no sería Dios! En lugar de eso, dejó Su trono, y entró en una lucha hasta que los huesos gimieron, y mostró ser el supuestamente vencido.

Al salir el sol, Jacob pasó el Jaboc para reunirse nuevamente con su familia. Cuando sus familiares lo vieron, quizás hayan exclamado asustados: “¡Pero, si estás herido! ¿Qué ha sucedido, te has accidentado o has sido atacado?” Y Jacob quizás lo haya negado con señas, diciendo: “¡No, no! ¡He sido bendecido!”

¿Cuántas veces hemos defraudado, actuado con engaño y nos hemos aprovechado de alguien más débil? Materialmente quizás hayamos ganado algo, pero espiritualmente sólo habremos perdido. Queremos huir de nuestra culpa, según el lema: “El tiempo ya lo juzgará”, pero también fuimos engañados, y años después volvimos a encontrarnos frente a frente con la culpa. Pero, Dios no se rinde con nosotros, no Le somos indiferentes. El viene a nuestra tierra, lucha con nosotros, se deja vencer, hasta que finalmente Le pedimos: “¡Señor, bendíceme!”

Probablemente todos conozcamos la historia del hijo pródigo de Lucas 15: el hijo quiere su herencia antes que muera su padre. En otras palabras: “¡No te mueres con suficiente rapidez!” ¿Qué le sucede con el padre? Le es indiferente. Lo abandona. Luego abandona el camino que sus padres le han enseñado, y va exactamente en dirección opuesta, hasta que finalmente termina con los cerdos, se acuesta con los cerdos, come lo que comen los cerdos, y huele como huelen los cerdos. ¡Cuántas veces nos sucede lo mismo: primero uno se rebela contra los padres y exige sus derechos. Luego, uno se va al mundo, vive en él, reside en él. Pronto uno huele como el mundo, a alcohol y nicotina, uno habla como el mundo y se comporta como él. Uno ha copiado a los amigos mundanos!

Ahora, el hijo pródigo vuelve en sí y se pone en camino, regreso al hogar. No lo hace porque ame tanto a su padre, o porque lo extrañe. No, nuevamente hace un cálculo, que es el siguiente: “He gastado todo, perdido todo. Me va peor que a los empleados de mi padre. Por lo tanto, vuelvo a él.” Y, de algún modo, sabe que puede volver a contar con el padre.

El recibimiento del padre muestra que él nunca perdió las esperanzas en cuanto a su hijo. Lo esperó y lo esperaba. Y cuando el hijo finalmente viene, lleno de piojos y oliendo como un cerdo, lo que a los ojos de los judíos es mil veces más repugnante que todo lo demás, el padre corre hacia él y lo abraza, a pesar de la mugre, y lo besa: “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (leemos en Lc. 15:20).

Alguien dijo una vez que el padre era un terrateniente, un patriarca. Los patriarcas no corrían, ellos deambulaban. Pero, este patriarca ató su túnica para poder correr mejor y poder darle la bienvenida a su hijo perdido. Él no tuvo vergüenza de que se le vieran las piernas desnudas. No le importó lo que pensaran los demás. Aquí, otra vez, vemos una huella que lleva a la cruz: A Jesús le quitaron las ropas, incluso la túnica que llevaba debajo. Él estuvo colgado en la cruz con muy poca ropa (Jn. 19:23). Era el Dios hecho hombre, el que quiere investir al ser humano con Su justicia, quien estaba colgando allí en la cruz. ¿En qué habrá pensado Jesús al contar la historia del hijo pródigo?

A pesar de que Dios no nos necesita de ninguna manera, Él, en Su amor, se une mucho más a nosotros, que lo necesitamos tanto, de lo que nosotros nos unimos a Él. Siempre hablamos de entrega, pero Dios se entrega a nosotros – y Él nunca nos deja de lado.

Un principio similar vemos en el apóstol Simón Pedro: “Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (leemos en Lc. 22:31 y 32). Satanás había comparecido ante el trono de Dios, y había pedido tener poder sobre Pedro, para sacudirlo como se sacude el trigo en el cernidor. Pero, Jesús no lo abandonó. Él sabía que Pedro Lo negaría tres veces, y aun así no lo soltó. Más adelante, Pedro fue el discípulo que, totalmente resignado, lloró amargamente y volvió a su antiguo oficio de pescador. Pero, Jesús lo esperó en la orilla y volvió a establecer la relación.

Dios nunca es sorprendido por nuestra debilidad, nuestro fracaso o nuestro pecado, porque Él lo sabe todo. Kurt Schneck, lo expresa de la siguiente manera:

“Dios, soy demasiado tonto para ciertas cosas.” Dios dice:  “Maravilloso, yo siempre lo supe, yo soy sabio.”

“Tengo un corazón frío, todo me pasa de largo.” Dios dice: “Yo ardo en misericordia.”

“Soy tan indiferente.” Dios dice:  “Yo soy apasionadamente comprometido.”

“Dios, soy demasiado joven.” Dios dice: “Yo soy antiquísimo.”

“Dios, soy demasiado anciano.” Dios dice: “Yo soy eternamente joven.”

No existe absolutamente nada en tu vida, en tu corazón, donde puedas decir: “Aquí hay un embotellamiento”, donde Dios no diga: “Y justamente en ese embotellamiento actúo Yo. Todo lo que tú no eres y no tienes, Yo hago que sea.”

¿Aún podemos refrenarnos ante este Dios que tanto lucha por nosotros? Quizás uno u otra, ahora piense: “Todo esto suena bien, era para Adán y Eva, para Noé y Abraham, Jacob, el hijo pródigo y Pedro. Pero, ¿quién me da la garantía de que también me ayude a mí?” Dios se la da, porque Él “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (así nos dice 1 Ti. 2:4 y 5). ¿No demostró Jesús en la cruz, que Él se refiere a todos y que Dios no nos ha abandonado?

“Ahora nuestros corazones le pertenecen totalmente al Hombre del Gólgota, quien en amargos dolores y agonía de muerte, vio el misterio de Dios…”

 

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