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Un Dios Que No Se Rinde 
(1ª parte)

Autor: Norbert Lieth

  La mayoría de nosotros admiramos a las personas que, en su paciencia y amor, no pierden la esperanza y constantemente se esfuerzan en amar y continuar, a pesar de los obstáculos. Algunos pequeños ejemplos humanos pueden servir como referencia de nuestro gran Dios, quien no ha abandonado a la humanidad a través de miles de años.


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PE1998 – Estudio Bíblico
Un Dios Que No Se Rinde (1ª parte)



Estimados amigos oyentes, como ya se dijo, el tema de hoy es: Un Dios que no se rinde.

La mayoría de nosotros admiramos a las personas que, en su paciencia y amor, no pierden la esperanza y constantemente se esfuerzan en amar y continuar, a pesar de los obstáculos.

Henry Dunant (quien vivió entre 1828 y 1910), y fue fundador de la Cruz Roja, era una persona de ese tipo. Profundamente conmovido por el increíble sufrimiento de los miles de heridos de guerra que vio en Italia, durante un viaje de negocios, fundó una obra que se ocupó de las víctimas de guerra, y que hasta el día de hoy ofrece ayuda a incontables personas en todo el mundo. Pero, durante muchos años, Él mismo fue ignorado, rechazado, difamado y, finalmente, casi olvidado, hasta que un periodista volvió a recordarle al mundo la existencia de este hombre de ya 67 años de edad.

La voz que advierte en los aparatos de navegación, también es una persona de este tipo. Con la mayor paciencia y una inmutable amabilidad, según parece, una y otra vez vuelve a señalar el camino correcto. ¡Cuántas veces he manejado mal a pesar de sus claras indicaciones, porque pensaba saberlo mejor y desconfiaba de ella! Y una y otra vez, ella decía: “La ruta ha sido calculada de nuevo. Si es posible, por favor virar.”

Estos pequeños ejemplos humanos pueden servir como referencia de nuestro gran Dios, quien no ha abandonado a la humanidad a través de miles de años. A pesar de que Él una y otra vez es desestimado, burlado y despreciado, y nosotros incesantemente tomamos caminos equivocados, Él continúa siendo el Dios que no nos abandona, que nos sigue, y nos habla una y otra vez. Esto Él nos lo muestra en incontables pasajes de la Biblia. Y al hacerlo, siempre dirige nuestra mirada hacia las huellas que llevan a la cruz.

Cuando el pecado se interpuso entre la primera pareja humana y Dios, fue Dios quien dio la promesa de un futuro redentor (así leemos en Gn. 3:15). Fue Él quien vistió a los seres humanos con pieles (como nos dice Gn. 3:21), haciendo morir a un animal para poder lograrlo. ¿No podría simplemente haber aniquilado a Adán y Eva, comenzando de nuevo con otras criaturas – tal como un dibujante arruga un esquema malogrado, lo tira y hace uno nuevo, mejor, o como un novelista que tacha una frase o pasajes enteros y los escribe de nuevo?

Adán y su esposa abandonaron el paraíso en dirección aleste: “Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines” (leemos en Gn. 3:24). Ya su primer hijo se convirtió en asesino de su hermano menor. Él “salió, pues, de delante de Jehová, y habitó en tierra de Nod,al orientede Edén” (está escrito en Gn. 4:16). Caín huyó más hacia eleste, alejándose de Dios. Pero, ¿qué hizo Dios? En lugar de matar a Caín por su crimen, Gn. 4:15 nos dice: “Entonces Jehová puso señal en Caín, para que no lo matase cualquiera que le hallara”. Y Dios le prometió: “Ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado.” No sabemos de que señal se trataba, pero seguramente podemos interpretar la señal como una huella que señala a Jesús, tal como la señal que los pastores recibieron de los ángeles cuando nació Jesús: “Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (nos dice Lc. 2:12), o semejante a la señal que el Señor mencionó en relación a Su muerte, en Mt. 12:39: “Pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás”.

La historia de la humanidad, después de Caín, se alejó cada vez más de Dios, de tal modo que tuvo que llegar el diluvio. Aun así, en el correr del mismo, Dios salvó a la humanidad a través de Noé y su familia. Encontraron refugio en el arca de madera. El arca tenía una puerta en su costado y una apertura hacia arriba para dejar entrar la luz (según Gn. 6:16). En forma similar, encontramos refugio en Dios a través del madero de la cruz de Jesucristo (mencionado en 1 P. 2:24), a través de la herida en Su costado. Por medio de Su ascensión al cielo, Él nos abrió el camino hacia arriba, hacia el cielo. Juan, testigo ocular de la muerte de Jesús, dice: “Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (así leemos en Jn. 19:34). Esta descripción expresa cómo Dios ha abierto el camino de salvación, a través de Jesucristo, hacia Sí mismo.

La generación posterior al diluvio siguió desarrollándose en dirección negativa. La construcción de la Torre de Babel y la rebelión contra Dios, comienzan con la siguiente frase: “Al emigrar aloriente…” (así leemos en Gn. 11:2, NVI). La gente se alejaba de Dios, y salían hacia el oriente. Pero, Dios no se rendía. Él escogió a Abraham para ponerlo como bendición para todas las naciones (Gn. 12:3). Abraham tuvo un hijo llamado Isaac, y éste un hijo llamado Jacob. Jacob engañó a su padre y a su hermano Esaú. Como consecuencia, tuvo que huir hasta llegar a la “tierra de losorientales” (como leemos en Gn. 29:1). Pareciera como que, hablando figuradamente, lo malo, lo maligno, se desarrolla, siempre, alejándose más y más de Dios hacia el oriente.

Pero, Dios dirigía Su rostro justamente hacia el oriente, allí hacia donde la gente parecía huir de Él. De ese modo, Dios, más adelante, llamó a Moisés y a Aarón, y estableció con eso el camino para el perdón y la redención – el sacerdocio y el tabernáculo. En el gran día de la reconciliación, el sumo sacerdote debía obtener el perdón. Y en este contexto, Dios dice en Lv. 16:14: “Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al ladooriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre”. A las personas que se retiraban hacia el oriente, alejándose de Dios, Él las llamaba a volver a Su presencia. No las expulsó de Su presencia, sino que extendió Sus brazos para que ellas volvieran.

Consideremos lo siguiente: En cada uno de nosotros se encuentra una parte de Adán y Eva, en el hecho de que nosotros (con demasiada frecuencia), contrario a lo que sabemos que está bien, hacemos exactamente lo que no deberíamos hacer. Nos ponemos a nosotros mismos por encima de Dios y de Su Palabra, y hacemos lo que queremos.

En cada uno de nosotros se encuentra una parte de Caín, quien ni siquiera se esforzó en buscar a Dios. Impulsado por la envidia y los celos hacia su hermano, se alejó cada vez más de Él.

En cada uno de nosotros se encuentra una parte de Babel, la rebelión y la protesta, y el orgulloso esfuerzo de arreglárnoslas sin Dios.

En cada uno de nosotros se encuentra una parte de Jacob, el traidor, el engañador, quien tuvo que avergonzarse, salir corriendo y esconderse por temor a ser encontrado.

¿Y cómo reacciona el Señor? Él no se deja desilusionar por nosotros. Él no se retira. Tampoco deja que nos lo saquemos de encima, entregándonos a nuestra suerte, ¡sino que Él nos abre una puerta hacia Sí mismo!

Pero, volvamos a Jacob. De verdad era un engañador astuto, quien en situaciones complicadas confiaba en sus propias posibilidades. A su hermano Esaú dos veces lo timó exitosamente. Y a su pobre padre amoroso, que estaba ciego, lo engañó groseramente. Cuando el engaño salió a la luz, Jacob tuvo que huir, abandonando así la tierra prometida. Antes de eso, había recibido hermosas promesas de Dios, y ahora parecía que hubiera echado todo a perder. Ahora estaba en una tierra extraña, y él mismo era engañado por su suegro. Los años pasaron, y seguramente Jacob tenía la esperanza de que la cosa se olvidara. En el próximo programa veremos si fue así que sucedió, porque ahora se nos ha acabado el tiempo. ¡Hasta entonces, y qué Dios los bendiga!

 

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