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Tenga Compasión por los Demás 
(1ª parte)

Autor: William MacDonald

    La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.


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PE1849 – Estudio Bíblico
Tenga Compasión por los Demás (1ª Parte)



Estimados amigos, ¡qué gusto estar otra vez con ustedes! Como ya se dijo, el título del mensaje de William MacDonald es: “Tenga compasión de los demás”.

En el mensaje anterior, el autor nos hablaba del amor. Y nos decía que: El amor no es tanto un asunto de las emociones sino de la voluntad. No es un estado de fantasía en el cual la persona cae, sino una acción deliberada que se toma en forma resuelta.

El amor es entrega, y el mejor ejemplo es el mismo Señor Jesús. Dar es la marca de los cristianos. Jn. 13:35 nos dice:“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Esto abarca a aquellos dignos de amor como a los no dignos, a lo feo así como también a lo hermoso.

El amor del Señor hacia nosotros no tiene ninguna razón y no ha sido provocado. Nuestro Señor no vio algo digno de amar o meritorio para poder dirigirnos su afecto, sin embargo nos amó. Lo hizo porque así es Él. Nuestro amor hacia otros, a menudo se basa en la ignorancia. Amamos a las personas porque, en realidad, no sabemos cómo son. Cuanto más les conocemos, más nos damos cuenta de sus faltas y errores y menos parecen atraernos. Pero Jesús nos amó incluso sabiendo todo lo que nosotros podríamos ser o hacer. Su omnisciencia no canceló su amor.

Pero, a pesar de nuestras debilidades, no podemos ser semejantes a Cristo a menos que tengamos amor. Se nos ordena que amemos a Dios con todos nuestros poderes afectivos, emocionales, intelectuales y físicos. Debemos amar a nuestro prójimo con la misma intensidad que nos amamos a nosotros mismos, no importando como ellos sean.

Y con la compasión pasa más o menos lo mismo. Lo vemos después de la pausa musical.

Decíamos que con la compasión pasa más o menos lo mismo que con el amor. También el Señor nos da el ejemplo. Pues: Cristo y la compasión van de la mano; son inseparables. Podemos ser como Él y colocarnos junto a las personas que están en situaciones trágicas para ofrecerles ánimo y esperanza. Jesús hace esto (como podemos verlo en He.13:5 y 6). Él es el Amigo que está más cerca que un hermano (de lo cual nos habla Pr. 18:24).

Nos equivocamos si creemos que todas las personas fueron creadas iguales, y a la vez tenemos la tendencia de despreciar a quienes no se adaptan a nuestro perfil de lo que significa ser igual. La verdad es que no todos fuimos creados iguales. Algunos tienen más inteligencia que otros. Existen diferencias en el atractivo físico. También existen diferentes talentos. Y, algunos nacen con serias limitaciones.

Si soy compasivo tendré en cuenta estas diferencias. Mi corazón se inclinará hacia aquellos que otros desprecian. No clasificaré a las personas como el mundo lo hace, sino que los veré como gente preciosa por la cual murió el Hijo de Dios. Les valoraré como Dios les valora.

Cierto evangelista regresaba a Gran Bretaña, y alguien le preguntó qué le había impresionado más en Estados Unidos. Respondió: “Ver a William Borden, hijo de millonarios, con su brazo alrededor de un vagabundo en la misión de la ciudad”.

Fred Elliot interrumpía su devocional matutino para poder acercarse a la ventana y saludar entusiastamente al recolector de la basura. Para él ninguna de estas actividades era más sagrada que la otra.

En una Conferencia Bíblica de verano, Jack Wyrtzen comió junto a un hombre seriamente discapacitado, el cual recibía burlas por parte de otros porque no podía retener la comida en su boca.

J. N. Darby decidió permanecer en una cabaña humilde, con una pareja de ancianos, en lugar de aceptar el alojamiento de un dignatario.

El discípulo compasivo llama por teléfono a los ancianos o a los confinados. Visita a aquellos que están enfermos o heridos. Envía tarjetas de saludo a aquellos que nunca reciben una. Lleva comida a los desempleados y a los hogares que han perdido a un ser querido. Se le puede ver apartándose de su camino para hablar con un adolescente en silla de ruedas. Él abraza a la niñita que tiene síndrome de Down. Todos los desamparados o abandonados, los solitarios y tristes lo aman, porque saben que él se preocupa por ellos.

Paul Sandberg no siguió a su Señor en vano. Un día entró a una cafetería y se sentó junto a un hombre llamado Freddie. Paul fielmente le testificó a Fred, y pronto Fred entró al reino de Dios al nacer de nuevo. Poco tiempo después, cuando Fred se enteró que tenía cáncer, Paul lo visitaba con regularidad. Fue allí que en aquella policlínica precaria, Paul realizó las tareas que las enfermeras debían haber hecho. La noche que Fred murió, Paul le estaba sosteniendo en sus brazos, citándole versículos de la Escritura. ¡A eso llamo yo compasión!

En Western Michigan, un joven de apenas quince años comenzó a recibir tratamiento por el cáncer que padecía. La quimioterapia le ayudó por un tiempo, pero le causaba náuseas. Y, también tuvo otro efecto. Hizo que su cabello se cayera. Más allá de la incertidumbre de su enfermedad, tenía que soportar la humillación de regresar a la escuela con una cabeza que apenas tenía unos mechones de pelo. Pero, el primer día que volvió descubrió algo asombroso. Un gran número de sus compañeros estaba completamente calvo. Habían afeitado sus cabezas. Con una gracia sabia e ingeniosa, estos adolescentes habían pensado la forma de facilitar el dolor de su amigo y ayudarlo a adaptarse.

¡Cuánto necesitamos este tipo de compasión! Cuánto necesitamos orar, utilizando las palabras de este autor desconocido:Que pueda mirar a la multitud como lo hizo mi SalvadorHasta que mis ojos se nublen por las lágrimas.Que pueda ver con piedad a las ovejas errantesY amarles por amor a Él.

 

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