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Sea un adorador 

Autor: William MacDonald

  La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.


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PE1914 – Estudio Bíblico
Sea un adorador



Hola amigos! El título del mensaje es: “Sea un adorador”. Y el autor nos dice así:

Ésa es la razón de nuestra existencia, fuimos hechos para adorar a Dios. El Padre busca adoradores que lo adoren en espíritu y en verdad. Esto significa que su adoración no consiste en cumplir ciertos rituales y recitar oraciones ya preparadas de antemano. Es algo que más bien se hace en el espíritu, es decir, inspirados por el Espíritu y fortalecidos por el Espíritu. Debe hacerse también en verdad, es decir, debe ser algo sincero y del corazón.

La adoración es presentar la alabanza al Señor por Su persona y Su obra. Es atribuirle dignidad por quien es y por lo que ha hecho. Puede incluir la acción de gracias. Es un canto de amor al Dios Trino. En la verdadera adoración, el yo está ausente, excepto cuando expresamos la maravilla de que Él nos cuida.

La primera mención de adoración en la Biblia, acontece cuando Abraham tomó a su único hijo para ofrecerlo en sacrificio ante Dios (y esto lo vemos en Gn. 22:5).

El supremo acto de adoración en el Nuevo Testamento es la presentación de nuestros cuerpos al Señor como un sacrificio vivo, santo y agradable a Él (como nos enseña Ro. 12:1 y 2). El cuerpo aquí representa el espíritu, el alma y el cuerpo (todo lo que somos como personas).

Predicar no es adorar. Puede inspirar adoración en los corazones de quienes escuchan, pero predicar es compartir un mensaje con una audiencia. Dar un testimonio tampoco es adorar, aunque puede estimularnos a hacerlo. La adoración consiste en dirigirse a Dios directamente.

En la Biblia, la adoración se dirige al Padre y al Hijo, pero por alguna razón, que no se nos da, nunca se dirige al Espíritu Santo. Los críticos de la Biblia pueden pensar que es egoísta por parte de Dios el querer que se le adore. Ellos no entienden que es para nuestro bien, no para el de Dios. Porque nosotros nos hacemos semejantes a aquello que adoramos (según lo expresado en 2 Co. 3:18): “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.

Ahora, nos preguntamos:¿CÓMO PODEMOS ESTIMULAR LA ADORACIÓN?

Los Salmos proveen mucho material para la adoración. Los atributos de Dios son un tema favorito, así como el cuidado del Señor a lo largo de la historia y la profecía. El contemplar el regalo de Dios en su Hijo, como lo ilustra el sacrificio de Isaac por parte de Abraham, eleva nuestros corazones en alabanzas. La vida del Salvador y su obra son una fuente inagotable para la adoración, su encarnación, su vida perfecta aquí, su sacrificio expiatorio, su resurrección, su ascensión y su ministerio actual a la diestra de Dios, su venida y las bendiciones que nos han sido derramadas a través de Él.

David y los otros escritores de los Salmos eran adoradores. Ellos tenían grandes pensamientos sobre Dios. Las maravillas de su creación les llevaba a componer preciosas canciones. Cuando consideraban Su grandeza, bondad y gracia, sus mentes luchaban para poder abarcarlo todo. Ellos pensaban en Él como en el Sustentador y el Controlador, y quedaban confundidos.

El escritor de los últimos salmos estaba tan abrumado que invitó a toda la creación, animada e inanimada, a elevar alabanzas al Señor. Todos, toda la gente, grande y pequeña, ancianos y jóvenes, reyes y príncipes, sí, todos los ángeles, juntamente con las bestias, las aves, y las criaturas que se arrastran, debían formar un coro universal. Él enlista el acompañamiento de todo tipo de instrumentos (arpas, trompetas, cornetas, timbales, címbalos, y órganos).

Su tema es tan asombroso, que llama al sol, a la luna, y a las estrellas para que se unan al himno. Los cielos, la tierra, el mar, los montes, las montañas, y todas las aguas, no deben permanecer en silencio. El fuego, el granizo, la nieve, y los vientos tempestuosos, tienen su parte. El tema quita el aliento de tal forma, que el Señor es digno de la adoración más sublime.

Sin embargo, estos salmistas no tenían una Biblia. Ellos no sabían cómo el Hijo de Dios descendería al planeta Tierra y nacería en un establo, siendo su cuna un pesebre del cual comían los animales. Ellos no sabían que los sabios verían a su Dios “restringido al tiempo e incomprensiblemente hecho Hombre”. Tampoco sabían que en aquel establo estaría Aquel que “creó las estrellas del cielo”. Estaba escondida a sus ojos la verdad de que el bebé, en aquel establo, sería “la Palabra Eterna, que por el poder de su Palabra hizo emerger los mundos de la nada, que los pequeños bracitos de ese bebé indefenso serían las manos de Aquél que estableció los cimientos del universo”.

Ellos no sabían que el Arquitecto y Hacedor del universo, un día usaría la túnica de un Carpintero, en un lugar llamado Nazaret.

O que Él “andaría como un extraño en el mundo que sus manos habían formado”. Se habrían atragantado al pensar que Dios no tendría dónde recostar su cabeza, o que a veces dormiría bajo las estrellas, mientras sus seguidores se iban a sus hogares.

¿Acaso se darían cuenta de que Dios en realidad vendría a la tierra y sanaría a los enfermos, que le daría vista a los ciegos, restauraría a los paralíticos, echaría demonios, y resucitaría a los muertos? ¿O que, a pesar de toda su bondad, sería insultado, ridiculizado y expulsado de la ciudad?

Hubiera sido increíble para ellos que Él, el juez de todos, fuera traicionado por uno de los suyos, arrestado y llevado a juicio. Que las autoridades civiles lo encontraran inocente, y aún así fuera azotado hasta que su espalda pareciera un campo arado, y ya no se le pudiera reconocer como hombre.

Los salmistas no conocían con gran detalle lo que nosotros sabemos hoy en día. En un lugar llamado Calvario, los hombres clavaron a su Dios en una cruz de madera.

Esto era algo inimaginable para estos poetas del Antiguo Testamento. Habrían sacudido sus cabezas al pensar que el brillo de la gloria de Dios, la imagen de Su persona, el Creador y Sustentador del universo (según He.1:1 al 3), estaría en una cruz purgando los pecados de los hombres. Que débiles criaturas tomarían a Aquél que es sublime y exaltado en gloria, y lo colocarían sobre un poste vergonzoso. Los cielos de los cielos no lo pueden contener y, sin embargo, fue retenido por los clavos. El Inmortal estaba muriendo.

Imagine la armonía celestial que el coro del salmista, conformado por una muchedumbre de redimidos, habría elevado, si hubieran tenido las palabras de Charles Wesley:

¡Asombroso amor! ¿Cómo puede ser
que Tú, mi Dios, murieras por mí?

O el himno de Isaac Watts que dice: 

Prohíbe Señor que me gloríe
Excepto en la muerte de Cristo mi Dios.

Ellos veían a través de un cristal oscuro. En algunos momentos tenían algún pantallazo de lo que sucedería, pero no se les permitió tener una completa revelación. La conclusión es ésta: si ellos, con el conocimiento limitado que tenían, pudieron elevar dichos torrentes de alabanza, adoración y gratitud al Señor, ¿cuánto más deberíamos hacerlo nosotros, que sabemos del Calvario y de Aquél que murió allí para que lo exaltemos?

Una vez que asimilamos la verdad de lo que nuestro Dios ha hecho por nosotros, del sacrificio que hizo para salvarnos, seremos adoradores espontáneos. Nadie tendrá que persuadirnos o adularnos para que alabemos al Señor. Nuestras lenguas serán la pluma de un escritor ligero. Nuestras vidas serán un salmo interminable de alabanzas a Él.

Para decirlo, nuevamente, en las palabras de Charles Wesley: “disolveremos nuestros corazones en gratitud y derretiremos nuestros ojos en lágrimas”. Estaremos “perdidos en las maravillas, el amor, y la alabanza,” y “sumergidos en la misteriosa profundidad del amor”. Así como el salmista, invocaremos a que toda la creación se nos una para cantar las excelencias de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Para mí, no hay nada que me convierta más en un adorador que el hecho de que el que murió en la cruz del Calvario por mí, es mi Creador y el Sustentador del universo. Como preparación para la Cena del Señor del domingo, me gusta pasar un tiempo con la Biblia y el himnario el sábado en la noche. Muchos de los antiguos himnos, expresan las maravillas del Calvario mejor que lo que yo podría hacerlo y proveen mucho material para la oración.

El evangelismo y el servicio, por lo tanto, se convierten en una consecuencia de la adoración.

 

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