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Autor: Wim Malgo

Estamos tratando el aspecto descuidado de la cruz de Cristo, el efecto práctico para nuestra vida, viendo los siguientes puntos: 

  • 1. respecto a Dios
  • 2. respecto a satanás
  • 3. respecto a nuestra culpa
  • 4. respecto al mundo que nos rodea
  • 5. respecto a la muerte
  • 6. respecto a nuestra naturaleza pecaminosa
  • 7. respecto a los hermanos en la fe.

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Estimado amigo, seguimos entonces discerniendo al tercer aspecto práctico de la cruz de Cristo para nuestra vida, estimado oyente, es: respecto a nuestra culpa.

Si en Romanos 5:10 dice que hemos sido «reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo’, surge la pregunta: ¿Cómo es la cosa con nuestros innumerables pecados?

Estoy más que agradecido que en 1 Corintios 15:3 se hable expresamente en plural: «…Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras.’ De manera que puede estar completamente confiado que: Su muerte, Su sangre derramada, ha pagado toda su culpa. Con respecto a esto, leemos en la carta a los Colosenses: «(Jesús) os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz’ (Colosenses 2:13-14). ¿No es maravilloso? Es por eso que la Escritura repite tantas veces que él ha muerto por nosotros: 

– «quien murió por nosotros…’ (Tesalonicenses 5:10),

– «Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos’ (Romanos 5:6).

– Y: «… a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte…’ (Colosenses 1:21-22).

Seguimos entonces con el 4. aspecto que es respecto «al mundo que nos rodea».

En primer lugar, preguntémonos: ¿Qué es el mundo? Para obtener una respuesta definitiva, consultemos la Biblia, la inefable Palabra de Dios. Ella nos dice: «… la apariencia de este mundo se pasa’ (1 Corintios 7:31). «… el mundo entero está bajo el maligno’ (1 Juan 5:19). Además, nos advierte muy seriamente: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre’ (1 Juan 2:15-17). De la misma manera, también, leemos en la epístola de Santiago: «¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?’ (Santiago 4:4). Fue por eso que el Señor Jesús, antes de morir, dijo con tanta claridad: «Yo ruego por ellos (los discípulos); no ruego por el mundo…’ (Juan 17:9).

Si traemos a la memoria los efectos que la muerte de Jesús tuvo sobre este mundo, también nos debemos cuestionar quién es el que realmente domina este mundo, quién es el «dios de este siglo’ (vale decir, que en la versión en alemán dice «dios de este mundo’).

En la segunda epístola a los Corintios encontramos la respuesta: «en los cuales el dios de este siglo (Satanás) cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios’ (2 Corintios 4:4). Pero, precisamente sobre este mundo, en medio de las naciones (Ezequiel 5:5), murió en una cruz el Hijo de Dios y venció a Satanás, al «dios de este siglo’.

Aquel que cree en el Señor crucificado y en Su muerte, está juntamente crucificado con Cristo (Gálatas 2:20), murió al mundo y está protegido contra el espíritu de este mundo. Ese es el objetivo de la muerte de Jesús, tal como lo leemos en Gálatas 1:4: «el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre.’

¿No es terrible cuando los hijos de Dios rechazan esta liberación del mundo? Cualquier enlace consciente con el espíritu de este mundo significa volver a crucificar a Jesús. Por eso, en cuanto a los resultados de la muerte de Jesucristo, hay dos consecuencias para cada creyente en este mundo. La primera la describe Pablo de esta manera: «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo’ (Gálatas 6:14). Dicho en otras palabras: Entre el mundo espiritual y mi persona está la cruz. Dios ama al mundo (Juan 3:16). Él salva de este mundo malo; pero el mundo en sí no es rescatado. En 1 Corintios 10:11 leemos acerca de la segunda consecuencia: «Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos.’

Visto puramente desde el ángulo de la historia de salvación, la Iglesia de Cristo es, por un lado, la última parte de este siglo pero, por el otro, también el fin de la apariencia de este mundo. Como hijos de Dios, hemos sido trasladados a una nueva dimensión a través del nuevo nacimiento (1 Pedro 1:3): «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús’ (Efesios 2:4-6). Por eso, leemos en Filipenses 3:20: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.’ El poder de la muerte de Jesús son las vidas humanas que han sido compradas por sangre, que aun están en el mundo, pero que ya nunca más volverán a ser del mundo. ¡Cuidado con que el espíritu de este mundo penetre en la Iglesia de Cristo!

El 5. aspecto práctico de la cruz de Cristo es respecto «a la muerte».

La muerte es una cruel realidad; seguramente miles y miles de nuestros oyentes han tenido que pasar por la dura experiencia de estar frente a la tumba de un ser amado. De oír las palabras de despedida. De recibir con agradecimiento los lindos ramos y coronas de flores. Pero, nada de esto devuelve la vida a un esposo, esposa, hijo, padres, amigo, amiga. El propio Señor Jesucristo nunca ignoró la realidad de la muerte. Cuando vino para resucitar a su amigo Lázaro (que ya llevaba cuatro días en la tumba), Jesús también lloró frente al sepulcro (Juan 11:35).

Pero también hay otra realidad distinta y maravillosa: A través de la muerte del Señor Jesús, la muerte perdió su poder. Cuando murió, cuando en su sangre derramó su vida eterna, la muerte obtuvo un botín que nunca antes había recibido: un cadáver que tenía la vida en sí mismo. Y así la muerte fue vencida, y nosotros podemos gozarnos junto con Pablo: «Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo’ (1.Corintios 15:55-57).

Las consecuencias son arrolladoras para todos cuantos recibieron a Cristo. A pesar de que usted cada vez envejezca más, tiene la promesa: «El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano… Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes’ (Salmo 92:12.14). Sí, según lo que dice en 2 Corintios 4:16, usted se vuelve cada vez más joven: «Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día’. Esa persona va al encuentro de la eterna juventud pues está escrito: «El que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila’ (Salmo 103:5).

Eso es maravilloso: Jesucristo nos ha reconciliado con Dios y nos ha librado del poder de la muerte, a través de su muerte. Nos rescató de la apariencia de este mundo y nos obsequió la vida eterna. Leemos en el evangelio San Juan, 11:25-26 las palabra de Jesucristo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mi, no morirá eternamente. ¿Crees esto?’.

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