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¡Quebrántame Señor!

(3ª Parte)
Autor: William MacDonald

  La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.


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 PE1860 – Estudio Bíblico
¡Quebrántame Señor! (3ª Parte)



  Amigos amigos, ¡qué gusto estar nuevamente junto a ustedes! Como ya se dijo, vamos a ver qué es lo que sucede cuando nos rehusamos a perdonar.

En primer lugar: Se rompe la comunión con Dios. Dios sigue siendo nuestro Padre, pero la comunión con Él se interrumpe.

En segundo lugar: Se rompe la comunión con nuestros hermanos.

En tercer lugar: Perdemos el gozo de la salvación.

En cuarto lugar: Perdemos nuestro poder.

En quinto lugar: Perdemos cualquier efectividad en el testimonio. Nuestros labios quedan sellados. Aun somos salvos por los méritos de Jesús, pero no somos aptos para servirle en la tierra.

En sexto lugar: Si el pecado es de naturaleza pública, llevamos vergüenza al nombre del Señor Jesús y hacemos que sus enemigos blasfemen.

En séptimo lugar: Vivimos una mentira. Nuestras acciones arrojan dudas sobre la realidad de nuestra conversión. Es un caso de mucho hablar y poco vivir.

En octavo lugar: Perdemos nuestro acceso a Dios a través de la oración.

En noveno lugar: Nuestras obras serán quemadas, aunque nuestras almas no.

En décimo lugar: Quedamos en peligro de que nuestras vidas encallen. Una sola decisión mal tomada puede hacer que un creyente quede en el estante por el resto de su vida, en cuanto a lo que es el servicio al Señor.

En undécimo lugar: Podemos perder nuestra vida aquí en la tierra.

En duodécimo lugar: Podemos perder nuestras recompensas en el tribunal de Cristo.

Y en trigésimo lugar: Viviremos bajo una terrible sensación de culpa.

En su libro “Acabando bien la Carrera”, Steve Farrar dice: Algunos de nosotros nos encontramos aferrados a nuestro pasado, así como un elefante de circo está aferrado a una estaca. Ésta es una de las principales armas y estrategias del enemigo para derrotar a los cristianos y para evitar que terminen bien su carrera. ¿Qué hace el enemigo? Tan sólo socava las oscuras profundidades de nuestra memoria. Nos arroja el pasado en nuestro rostro. Puede tratarse de un pecado grosero cometido hace muchos años, del cual todavía nos lamentamos y nos arrepentimos profundamente. Sí, hemos sido perdonados. Sí, pertenecemos a Jesucristo, pero ese error sigue volviendo a nuestras mentes como si fuera una neblina negra, paralizante, que nos impide movernos cuando queremos hacer algo significativo para el Señor. Somos como aquel elefante atado a la estaca. La estaca no restringe físicamente a este viejo animal. Él tiene la fuerza y los recursos para arrancarla del suelo como si fuese un escarbadientes. Sin embargo, el elefante permanece atado debido a su memoria. Lo mismo nos sucede a muchos de nosotros.

Puede tratarse de una inmoralidad sexual. O quizá mentimos para obtener nuestro trabajo. Puede haber sido algún hecho cruel. O un acto de negligencia. O haber quebrantado una promesa ante Dios. Sea lo que sea, el enemigo continúa arrojando ese pecado en nuestro rostro. El enemigo lo usa para paralizarle, y para neutralizarle. Ciertamente, Satanás no puede quitarle su salvación. Pero puede robarle su gozo. Y todo lo que tiene que hacer, es hacer resurgir aquel pecado del pasado.Con respecto a las cadenas de la culpa, Farrar cita a Robert Heffler:

Cierta vez un pequeño niño visitaba a sus abuelos en la granja y le dieron una honda para que practicara en el bosque. Él practicaba en el bosque, pero nunca podía darle al blanco. Con bastante desánimo se dirigió a la casa para cenar. En su camino de regreso, vio al pato de la abuela. De puro impulso apuntó y le disparó, pegándole en la cabeza y matándole al instante. Quedó sorprendido y apenado. Lleno de pánico, escondió al pato muerto entre la pila de leña… y fue cuando se dio cuenta que su hermana estaba mirando. Sally lo había visto todo, pero no había dicho nada. Luego de la comida, la abuela dijo: “Sally, lavemos los platos”. Pero Sally dijo: “Abuela, Johnny me dijo que él quería ayudar en la cocina hoy, ¿no es cierto Johnny?” Y entonces le susurró: “Acuérdate del pato”. Así que, entonces, Johnny lavó los platos.

Más adelante, el abuelo preguntó si querían ir a pescar, y la abuela dijo: “lo siento pero necesito que Sally se quede para hacer la cena”. Pero Sally sonrío y dijo: “Bueno, no importa, porque Johnny me dijo que él quería ayudar”. Y le susurró nuevamente: “Acuérdate del pato”. Así que Sally fue a pescar y Johnny se quedó.

Después de varios días en los que Johnny tuvo que hacer sus tareas y las de Sally , ya no soportó más. Se dirigió a la abuela y le confesó que había matado al pato. Ella se arrodilló y le dio un abrazo diciéndole: “Querido, ya lo sé. Verás, yo estaba junto a la ventana y vi lo que sucedió. Debido a que te amo, te perdoné. Pero, me preguntaba por cuánto tiempo permitirías que Sally te esclavizara”.

El Señor ve cada vez que pecamos. Pero, Él espera para ver cuánto tiempo seremos esclavos de la culpa, antes de confesar nuestro pecado. El círculo de la confesión debería ser tan amplio como el círculo del pecado.

Una anciano me escribió una vez:

Ayer, en la reunión de oración, cierta hermana comenzó a hablar en forma irrespetuosa sobre otra hermana que no estaba allí. La exhorté diciéndole que debía decir esas cosas directamente a la hermana involucrada. Pero lo hice sin amor, enfrente de otros. Ella comenzó a llorar y se fue. Entonces, fue mi turno de ser exhortado. Los demás me dijeron que no debí haberle hablado en forma tan dura en presencia de otros. Me sentí avergonzado y me dirigí hasta dónde ella estaba, y le pedí que me perdonara. Luego volví a la reunión, pero no pude orar hasta que le confesé mi pecado al Señor enfrente de los demás. Nunca me había sucedido algo así. Media hora después, esta hermana y yo estábamos totalmente reconciliados y la relación se restauró.

El hermano F. B. Meyer nos cuenta cómo perdió la paciencia con un hermano de la iglesia un domingo por la noche, quince minutos antes que Meyer tuviera que hablar. Algunos de sus asistentes fueron a orar con él, antes que subiera al púlpito. Él sabía que no estaba bien, y que no podría predicar el evangelio hasta hacer lo correcto. Entonces, llamó al miembro de la iglesia y se disculpó por perder la paciencia con él. El hombre me miró más confundido que complacido, pero eso no me importó. Había hecho lo correcto y mi alma podía elevarse al Dios del cielo una vez más. Dios me había llevado al punto de la confesión.

Por último, veamos algo de la restitución:

Zaqueo es el gran ejemplo del Nuevo Testamento de un pecador convertido, el cual realizó una restitución por sus errores pasados (como leemos en Lc.19:8). Esto siempre debería hacerse en el nombre del Señor, para que Él reciba la gloria.

W. P. Nicholson fue un predicador de Irlanda del Norte poco convencional y muy fervoroso. En cierta oportunidad, predicó con tal poder que cientos se convirtieron. Los nuevos convertidos sintieron el deseo de devolver las herramientas que habían robado en el pasado. De hecho, se devolvieron tantas herramientas, que las casas de venta de maquinarias tuvieron que construir más depósitos donde almacenarlas. Finalmente, las compañías tuvieron que publicar una declaración en la cual solicitaban que no les devolvieran más herramientas. Ya no tenían lugar donde colocarlas. Hay momentos en que la restitución es imposible. Lo mejor que un cristiano puede hacer es confesar sus pecados, y dejar el resto al Señor.

 

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