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Preguntas incómodas y bochornosas
(2ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

Isaías no era un hombre que necesitaba una introducción fervorosa hasta llegar al punto que deseaba tocar. Todos los profetas de Dios eran muy directos.
Muy conciso y con pocas palabras inequívocas le planteó tres preguntas al rey, para que la luz de Dios pudiera llegar a su conciencia.

 


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PE2081 – Estudio Bíblico
Preguntas incómodas y bochornosas (2ª parte)



Queridos amigos! ¡Qué maravillosa oportunidad se le había presentado a Ezequías para dar testimonio de la grandeza y del poder de Dios – o sea, para hacer lo que había prometido después de sanar de su enfermedad y que leemos en Is. 38:20:

“Jehová me salvará; por tanto cantaremos nuestros cánticos en la casa de Jehová todos los días de nuestra vida”.

Pero, la honorable visita de Babilonia lo cegó de tal manera que olvidó que el día de su muerte ya estaba determinado. Lo lógico hubiese sido que la solemnidad de la eternidad lo hubiese impulsado a abrir su boca para la gloria y honra de su Dios y Salvador. ¡Qué mensaje hubiese podido dar a los diplomáticos para que lo llevaran a su entorno pagano! ¡Qué ocasión única para evangelizar! Pero, Ezequías no la aprovechó.

Los enviados babilonios, sin embargo, se encontraron con un rey embelesado por su propia grandeza, que no quería estorbar el ambiente tan ameno y el favor de sus distinguidos huéspedes con una profesión de fe clara.

Como dijo C.H.Spurgeon: “Las riquezas y la sociedad mundana son las dos úlceras cancerígenas que consumen la vida de la piedad. ¡Creyente, guárdate de ellas!”

Buscar la honra y la aprobación de nuestros prójimos y especialmente de los de la “alta” sociedad, nos pone un bozal que nos impide abrir la boca para dar un testimonio abierto, claro y auténtico.

Recordemos las serias palabras de nuestro Señor en Mr. 8:38, y cómo caracterizó a la sociedad que lo rodeaba:

“Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”.

Isaías preguntó: “¿De dónde vinieron a ti?”

Esta pregunta retórica debía abrirle los ojos a Ezequías para que viera qué personas había recibido y qué peligro amenazaba desde Babilonia. Pero la sonrisa y las felicitaciones babilónicas lo habían cegado de forma que no veía el peligro que acarreaba el recibimiento gozoso de estos huéspedes. Probablemente vinieron con la intención de preparar la caída del reino de Judá.

C.H. Mackintosh dijo: “Podemos aprender de esto que la sonrisa del mundo puede vencernos, mientras sus burlas nos hubiesen empujado más cerca de la cruz.”

Casi podemos imaginarnos al rey contestando con entusiasmo y orgullosamente a la seria pregunta del profeta: “¿De dónde vinieron a ti?” En 2 Re. 20:14, leemos que el honor recibido lo hizo contestar con ojos brillantes: “De lejanas tierras han venido, de Babilonia”.

Es extraño que el sitio y las amenazas de los asirios enemigos hayan impulsado a Ezequías a buscar la presencia de Dios y a orar, mientras que, ahora, los “piropos” de los babilonios lo hicieron sordo al “silbido de la serpiente”.

Para que no haya malos entendidos: debemos mostrar cortesía y amabilidad frente a nuestros prójimos incrédulos, y podemos alegrarnos cuando Dios nos da oportunidad de tener estos contactos, y se originan conversaciones. Pero, deberíamos aprovechar estos contactos para hablarles de nuestro Señor Jesús, en lugar de ponernos a nosotros mismos en el centro de la conversación.

Otra pregunta fue: “¿Qué vieron en tu casa?”

Aquí también vemos la franqueza asombrosa del rey cuando responde ingenuamente: “Vieron todo lo que había en mi casa; nada quedó en mis tesoros que no les mostrase.” (v. 15)

De hecho, como leemos un par de versículos antes, había llevado a sus huéspedes a su casa del tesoro y a su casa de armas, de modo que obtuvieron un conocimiento exacto de la situación financiera de Ezequías y de sus reservas económicas.

Había callado la riqueza, gloria y grandeza de su Dios, por lo que pudo presentar tanto mejor a los babilonios amplia y cándidamente su propia grandeza y sus riquezas.

“De la abundancia del corazón habla la boca”, dijo nuestro Señor tanto a los fariseos (en Mt. 12:34), como también a Sus discípulos (en Lc. 6:45).

Wolfgang Dyck, un evangelista que falleció en 1970, solía decir que “las flores de nuestros pensamientos muestran dónde tenemos nuestras raíces”. Siendo berlinés no tenía ninguna dificultad en abrir su boca para que lo oyeran todos bien. Pero, al final, siempre hablaba de Aquel que había cambiado su vida radicalmente y que ahora llenaba su corazón.

OP – PAUSA MUSICAL

¿De qué hablamos en nuestras conversaciones? ¿Cuáles son nuestros temas preferidos? ¿De qué habla nuestra boca?

A Ezequías tampoco le había venido a la mente llevar a sus visitantes al profeta Isaías, para que lo conocieran, a pesar de que el rey e Isaías se conocían desde hacía muchos años.

Pero, este profeta serio no hubiese cuadrado muy bien en esta decorosa compañía. Siendo Él la conciencia viva de Ezequías, su sola presencia hubiese imposibilitado que los diplomáticos entraran en las casas del tesoro, que como es lógico, estarían bien vigiladas.

Imaginémonos cómo hubiese sido, si Isaías hubiera venido por sorpresa a la gala de bienvenida en honor a los babilonios …

Como dijo Paul Humburg: “¡Qué poco común y cuán sumamente bella es una persona a la que el dinero no puede afectar, que ni juzga a las personas por su dinero, ni deja turbar su mirada a Dios por culpa de ganancias atractivas en los campos de este mundo.”

Isaías no pisó la casa del rey hasta que los enviados, tras ser informados de todo, habían emprendido el viaje de regreso a Babilonia, para dar aviso a sus jefes y empezar con los planes para saquear los tesoros de Jerusalén.

Pero, antes de comentar el juicio de Dios sobre la prosperidad de Ezequías, tenemos que plantearnos nosotros mismos la pregunta acerca de qué impresiones se llevan nuestros prójimos incrédulos cuando están de visita en nuestra casa.

¿Dan testimonio nuestras casas y viviendas de que nuestro hogar no está aquí, sino en el cielo?
¿Pueden apreciar que nos interesan poco los valores materiales, siendo el reino de Dios nuestro interés principal?
¿Se darán cuenta de que los “dioses” de este mundo no tienen ningún lugar ni aprecio en nuestra vida?
¿Pueden ver en nuestro porte y en nuestro estilo de vida que Jesucristo es el sentido de nuestra vida y nuestro gozo verdadero?

Aquí sería necesario mencionar el conmovedor y afrentoso artículo de William MacDonald, titulado: “Cuando Jesús entró en mi casa…”. En ese artículo describe los pensamientos incómodos que le vinieron, cuando se imaginó lo que ocurriría si Jesús viniera, sin aviso previo, a su casa y él tuviera que pasearlo por todas las habitaciones, una por una…

El rey tuvo que escuchar: Una sentencia demoledora…

“Oye palabra de Jehová.” Con estas palabras Isaías sella, en el nombre de Dios, la sentencia sobre las riquezas de Ezequías y el futuro de Judá: todo lo que Ezequías había enseñado a los enviados de Babilonia, todas las riquezas y también sus descendientes serían llevados a Babilonia: “… sin quedar nada, dijo Jehová” (2 Re. 20:17).

¡Qué jarro de agua fría para Ezequías, que con estas claras palabras del profeta despertó de todos sus sueños y bajó de esas alturas otra vez hasta poner sus pies en el suelo de la realidad.

Hay un himno de E.E. Hewit que dice así en el coro:

“Haz que lo que para ti sea pequeño, lo sea también para mí; y lo que tú consideres grande, que también lo sea para mí. Haz que yo te siga, Señor, a ti solamente. Líbrame de mi propia mente, de mí mismo, para que pueda ser un instrumento útil en tus manos.”

Puede haber experiencias en nuestra existencia en las que Dios, en pocos momentos, cambie por completo los valores que tanto apreciamos, enseñándonos a evaluar los contenidos y las metas de nuestra vida a la luz de la eternidad.

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