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Predique la Palabra | La gloria del ministerio 
(2ª parte)

Autor: William MacDonald

  La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.


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PE1985 – Estudio Bíblico
Predique la Palabra | La gloria del ministerio (2ª parte)



Estimados amigos, habíamos comenzado ya a hablar de la preparación de un mensaje temático.

Algunos de las recomendaciones que vimos, fueron: Ore por las necesidades de las personas. Pídale al Espíritu Santo que le dé poder al mensaje. Fuimos llamados a predicar a Cristo. Cada mensaje debería apuntar inevitable e irresistiblemente hacia Él. “Dios puede tener otras palabras para otros planetas, pero Su palabra para este planeta es Jesús.” Píntelo en un gran lienzo. Tiene que estar en el púlpito para hacer semejante trabajo. Por consiguiente, enfoque todas sus fuerzas en la tarea central. Concéntrese profundamente en el tema principal. Predique a Cristo.

Somos llamados a predicar el evangelio, las buenas nuevas de salvación a través de la fe en Él. Tenemos el mejor de todos los mensajes. No tenemos por qué ser como el infortunado hombre del que se relata en 2 Samuel 18:22, que quiso correr pero no tenía buenas nuevas para anunciar.

Cada mensaje debería tener unidad, coherencia, y énfasis. La unidad requiere que el mensaje tenga un único tema que sea notable a través del mismo. Cada párrafo debería tener una unidad discernible. La coherencia significa que los párrafos deberían relacionarse para que el fluir del pensamiento sea uniforme y no tosco. El énfasis se logra al construir el clímax, que disipa todas las dudas respecto a lo que usted quiere que su oyente sepa y haga.

¿Cómo abrir un mensaje?

Paul O’Neil, un escritor de la revista Life, dijo: “Siempre tome al lector por la garganta en el primer párrafo, hunda sus pulgares en su tráquea en el segundo, y sosténgalo contra la pared hasta la línea final.” Hoy en día esto se conoce como la Ley O’Neil.

En cuanto a la entrega del mensaje: Deberíamos predicar de forma entusiasta. Es un pecado presentar nuestro glorioso mensaje de manera apática. Creo que fue Spurgeon quien dijo: “Préndase fuego para Dios y el mundo volteará para ver cómo se quema.” En susLecciones para Mis Estudiantes, también dijo: “Cuando usted hable del cielo, permita que su rostro se ilumine, que sus ojos brillen reflejando gloria; cuando hable del infierno, será suficiente con su rostro corriente.” Deberíamos mantenernos en segundo plano. James Denney dijo: “Al predicar, usted no puede causar la impresión de que es astuto y al mismo tiempo que Cristo es maravilloso.”

Al respecto, estas líneas de un autor desconocido: “Cuando libre cuento de Tu salvación, Dejo que me absorban todos Tus pensamientos Mi corazón y mi mente se maravillan; Y cuando todos los corazones estén humillados y movidos Bajo la influencia de Tu Palabra, Escóndeme detrás de la cruz”.

Nunca es de utilidad que se promueva a usted mismo. La autopromoción es mortal en el ministerio del Señor Jesús. Párrafos exagerados y presuntuosos, centrados en nosotros y nuestro trabajo: recitales egoístas acerca de nuestros poderes y logros – cualquier forma de auto intromisión y agresión – todo esto es absolutamente fatal para la más profunda de las tareas que fue encomendada en nuestras manos. Nuestros compañeros en la tarea se dan cuenta cuando nuestro trabajo es arruinado por el envanecimiento. El diablo se deleita cuando puede seducirnos con la auto exposición. Nuestros poderes más grandes se encogen y marchitan cuando los exponemos al resplandor de la búsqueda de publicidad. Ellos no pueden soportar una luz de ese tipo, y rápidamente pierden su fuerza y su belleza. Yo le ruego que evite eso. Nunca le diga a la gente cuán grandioso es usted…

De una cosa podemos estar perfectamente seguros: cuando nos mostramos a nosotros mismos, escondemos a nuestro Señor: cuando hacemos sonar nuestra propia trompeta, los hombres no escuchan “la suave y apacible voz de Dios.”

¿Cómo concluir un mensaje?

No siga hablando sin parar cuando ya no tenga nada importante que decir. Leí una vez de un Puritano que comenzó su exposición de Job con 800 oyentes, y terminó sólo con 8. W.R.Marshall dijo: “La paciencia de su audiencia no era igual a la del patriarca de cuya experiencia estuvo disertando por tanto tiempo. Cada cosa le hacía recordar a algo más.” Existe otro predicador, también, de quien se dice tiene una poderosa forma de no decir nada en oraciones infinitas.

Después de la guerra, una niña pequeña asistió a un servicio de la iglesia con su madre. El extendido predicador ya había estado disertando durante una hora y media. La niña dejó de escuchar, y miró alrededor del edificio de la iglesia. Vio una hilera de banderas que tenían una placa de bronce debajo de cada una. “¿Para qué son esas banderas, mamá?” La madre sintió compasión de su pequeña hija inquieta, y le dijo: “Rememoran a aquellos que murieron en servicio.” La pequeña, entonces preguntó: “¿Cuál? ¿El de las 9:00 o el de las 11:00?”

Veamos ahora algunas sugerencias generales: Estamos limitados, en cuanto a lo que predicamos y enseñamos, por lo que nosotros mismos hemos obedecido de las Escrituras. No podemos guiar a otros más allá de lo que nosotros hemos alcanzado. Si intentamos hacerlo, puede que ellos digan:“Doctor, cúrese a usted mismo.”

Necesitamos arder para el Señor. El peligro es que este celo disminuye con el tiempo. En inglés, hay una traducción de Romanos 12:11 que dice:“Manteniendo el resplandor espiritual”. Es bueno ver nuestro corazón como un altar, en el que el fuego debe mantenerse encendido. Como exhorta Levítico 6:13: “El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará.”

Un buen sermón es el que expande la mente, enternece el corazón, advierte, y provoca la voluntad. No es aquel que hace que los oyentes digan: “Ése fue un gran mensaje.” En lugar de eso, se retiran diciendo: “Tengo que hacer algo.” Predíquele a su propio corazón, y se sorprenderá de cuántos otros corazones va a impactar.

No juegue con las Escrituras. Tenga cuidado con el uso del humor. Las personas recordarán sus bromas más que el mensaje en sí. Vance Havner dijo: “Los hombres de Dios en las Escrituras no se parecen a la bulliciosa y aclamada variedad de tontos santificados que ofrecen sus bromas, a veces dudosas, o que hacen un juego de palabras con las Escrituras.” Debemos luchar contra esa “familiaridad mortal con lo sublime.”

Permítanme concluir con una cita de J. H. Jowett: “No sé cómo algún servicio cristiano puede ser fructífero, si el que sirve no es bautizado primeramente en el espíritu de una compasión sufrida. De ninguna manera podemos sanar la necesidad que no sentimos. Los corazones que no han llorado, no pueden ser nunca precursores de la pasión. Tenemos que sangrar si vamos ministrar de la sangre redentora”. Es la verdad. Los ganadores de almas primero deben llorar por ellas. Señor, ¡líbranos de la maldición de un cristianismo de ojos secos!

 

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