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Titulo: Por qué Dios no responde a ciertas oraciones. 4/5

Autor: Wim Malgo 
Nº: PE1013

 

Hay innumerables creyentes que Le han arrancado al Señor ya muchas respuestas a sus oraciones, pero no Le conocen a El ni Sus obras o caminos, como en aquel entonces el pueblo de Israel.

 


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Por qué Dios no responde a ciertas oraciones. 4/5

Estimado amigo, llama la atención que la Escritura nos llama frecuente y reiteradamente a orar, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: 

– En Éxodo 17:11-13 leemos: “Sucedió que cuando Moisés alzaba su mano, Israel prevalecía; pero cuando bajaba su mano, prevalecía Amalec. Ya las manos de Moisés estaban cansadas (en el trabajo de oración, muchas veces podemos llegar a estar muy cansados); por tanto, tomaron una piedra y la pusieron debajo de él, y él se sentó sobre ella. Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro del otro lado. Así hubo firmeza en sus manos hasta que se puso el sol. Y así derrotó Josué a Amalec y a su pueblo”.

– “Orad sin cesar”, dice 1 Ts. 5:17.

– “…gozosos en la esperanza, pacientes en la tribulación, constantes en la oración” (Ro. 12:12).

Otra porción tenemos en Efesios 6:18: “…orando en todo tiempo en el Espíritu con toda oración y ruego, vigilando con toda perseverancia y ruego por todos los santos.

– “Perseverad siempre en la oración, vigilando en ella con acción de gracias” (Col. 4:2).

– Y Hechos 6:4 dice: “Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra”.

¿Por qué, pues tenemos que persistir en la oración? Encontramos una respuesta concluyente a esto en la parábola de la viuda que implora al juez injusto. Leemos en Lucas 18:1-8: “Les refirió también una parábola acerca de la necesidad de orar siempre y no desmayar. Les dijo: En cierta ciudad había un juez que ni temía a Dios ni respetaba al hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él diciendo: Hazme justicia contra mi adversario. El no quiso por algún tiempo, pero después se dijo a sí mismo: Aunque ni temo a Dios ni respeto al hombre, le haré justicia a esta viuda, porque no me deja de molestar; para que no venga continuamente a cansarme. Entonces dijo el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto. ¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él de día y de noche? ¿Les hará esperar? Os digo que los defenderá pronto. Sin embargo, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”

Lo que es el juez injusto en esta parábola, frecuentemente lo parece ser Dios, también en la vida del hijo de Dios individual. Hay tiempos en los cuales el verdadero creyente tiene la impresión de que el corazón paternal de Dios es duro como una piedra y frío como el hielo y que el cielo está como trancado y cerrado para sus oraciones. No llega ninguna respuesta a sus preguntas, ninguna mirada de amor despierta nuevo ánimo, ningunas señales de gracia lo mantienen despierto y en pie. El Señor permanece silencioso, de manera que el alma angustiada quisiera preguntar con el Salmo 77:7-9: “¿Acaso nos desechará el Señor para siempre? ¿Ya no volverá a ser propicio? ¿Se ha agotado para siempre su misericordia? ¿Se han acabado sus promesas por generación y generación? ¿Se ha olvidado de ser clemente…?” Pero Dios quiere ejercitar a los Suyos en la escuela de la oración. Quiere que aprendan en la escuela de la oración la gran verdad: ¡No ver, y a pesar de esto creer!

En primer lugar, Dios quiere revelarse a Sí mismo a nosotros. Quiere hacernos llegar al punto donde El se vuelve más grande para nosotros que nuestro o nuestros pedidos. Por eso, la fe verdadera se endereza en primer lugar completa y únicamente hacia Dios: “Y sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que es galardonador de los que le buscan”. El que tiene fe verdadera, ama al Señor Jesús poniendo en práctica Su Palabra y crece en Su conocimiento, porque el Señor mismo se le revela: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, él es quien me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él…y vendremos a él y haremos nuestra morada con él”, dice Jn. 14:21.23. Solamente cuando Su Espíritu Santo vive en nosotros, El puede orar debidamente a través de nosotros. Esto también se desprende claramente de las palabras de Jesús a aquella samaritana cerca del pozo de Jacob: “Dios es espíritu; y es necesario que los que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad” .

Abraham esperó por 24 años el cumplimiento de la promesa divina, o sea, la respuesta a sus oraciones persistentes. Pero un año antes que el Señor cumpliera Su promesa en cuanto a un descendiente natural de Abraham y Sara, El mismo lo visitó. Dios quería guiar también a Abraham al punto donde Dios llegara a ser más grande para él que su más ardiente pedido en oración.Y exactamente así aconteció entonces: ” Sara concibió y dio a luz un hijo a Abraham en su vejez, en el tiempo que Dios le había indicado”, esto leemos en Gn. 21:2. Pero sea que, como Abraham, tengamos que esperar en total 25 años hasta recibir la respuesta a nuestras oraciones, o sea que nos pase como al padre de los huérfanos de Bristol, Jorge Muller, del cual se dice que oró fielmente durante 60 años por la salvación de su amigo de infancia, que recién se convirtió después del fallecimiento de este bendito hombre de Dios, o sea que el Señor nos responda enseguida – una cosa siempre debe ocupar el primer lugar para nosotros: primero el Señor, luego la maravillosa respuesta a nuestro asunto.

Hay innumerables creyentes que Le han arrancado al Señor ya muchas respuestas a sus oraciones, pero no Le conocen a El ni Sus obras o caminos, como en aquel entonces el pueblo de Israel: 

– “…donde vuestros padres me pusieron a gran prueba y vieron mis obras durante cuarenta años. Por esta causa me enojé con aquella generación y dije: Ellos siempre se desvían en su corazón y no han conocido mis caminos”

– “Sus caminos dio a conocer a Moisés; y a los hijos de Israel, sus obras”

En su continuo trato con Dios, Moisés aprendió a conocer cada vez mejor al Señor y Sus caminos. Leemos en Ex. 33:11: “Entonces Jehová hablaba a Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo”. Por eso, Moisés de repente se detuvo, dejando de lado sus urgentes asuntos de oración, para pedir tan sólo una cosa del Señor: “Por favor, muéstrame tu gloria”

Estimado amigo, por Su silencio, el Señor quiere hacernos llegar al punto donde confesamos con Asaf en el Salmo 73:25-26: “¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre”. Que así sea, amén.

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