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Titulo: Obedecer con la lengua

Autor: Norbert Lieth 
Nº: PE979

 

La lengua, un órgano  pequeño pero muy poderoso. Escuche este programa tan interesante en donde encontrará  las tres áreas específicas de las cuales deberíamos guardarnos a nosotros mismos y a nuestra lengua.

 


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Obedecer con la lengua

 

Estimado amigo: En la Biblia se describe nuestra lengua como un «mundo de maldad» que «contamina todo el cuerpo… Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios» Esto lo podemos encontrar en las palabras  que encontramos en Santiago 3:6,9. 

 

 

En la Palabra de Dios vemos numerosas exhortaciones, e indicaciones, de cómo utilizar correctamente nuestra lengua. Por ejemplo: «Aparta de ti la perversidad de la boca, y aleja de ti la iniquidad de los labios». Dicho en otras palabras: «Evita el decir cosas falsas; apártate de la mentira». Todo lo que no es verdad, todo lo que tuerce la verdad, y todo lo que engaña, es mentira.

 

Obedecer con la lengua, ¿no es lo más difícil?  Una encuesta realizada en Alemania, dio como resultado que, a partir de los 14 años, una persona trama una mentira cada ocho minutos: «Eso son unas 200 mentiras por día»

 

Muy acertadas son las palabras de la Biblia acerca de nuestra lengua: «… pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así»

 

Permítame compartir con usted, estimado amigo, el relato de un hecho verídico: «Un hombre rico había invitado a muchas personas. Ordenó al chef que comprara lo mejor para el banquete. Éste fue al mercado y compró lengua, únicamente lengua. Como entrada hubo lengua, como segundo plato también, y lo mismo como tercer plato. Los comensales elogiaron la tan exquisita elaboración del banquete y la idea tan original. Pero, evidentemente, poco a poco se fueron hartando de tanta lengua. Eso enfureció al anfitrión, quien llamó al chef y lo reprendió: «¿No le dije que comprara lo mejor?» Éste respondió: «¿Qué mejor cosa que la lengua?

 

Es el vínculo de la vida social, la clave de todas las ciencias, el órgano que proclama la verdad y la razón. Es gracias a la lengua que se construyen ciudades, que las personas reciben educación y enseñanza.» – «Tiene razón en lo que dice», añadió el anfitrión. Y ordenó al chef que al día siguiente comprara lo peor. Éste volvió a comprar lengua, lengua y nada más que lengua. Una vez más, la preparó para los comensales y la hizo servir de varias maneras distintas. Como eran los mismos invitados del día anterior, rápidamente perdieron el apetito. El anfitrión se sintió ridiculizado y burlado. Enfurecido hizo llamar al chef: «¿Qué es lo que se cree? Y él respondió: «La lengua también es lo peor que hay sobre la tierra, la madre de todo pleito y disputa, el manantial de toda protesta, de toda diferencia de opinión, instrumento que incita a la guerra y que lleva a la destrucción. Es el órgano que difunde los errores y las difamaciones. Las ciudades se destruyen por su poder y, por ella también, la vida de las personas se arruina y son incitadas a hacer el mal.»

 

 Ahora bien, una lengua que no esté bajo el gobierno del Espíritu Santo destruye cualquier servicio espiritual: «Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana»  Con relación a esto, volvemos a citar un hecho real: «En una oportunidad, se le pidió a un señor mayor que hablara con un joven de su congregación. Éste le había robado a su jefe y, por tal motivo, se encontraba ahora en la cárcel. «Me da la impresión que ya lo he visto antes», le dijo el señor mayor al joven, «me parece conocido.» – «Ciertamente», contestó el convicto, «hace casi diez años de esto, pero parece que fue ayer, recuerdo con mucho detalle mi encuentro con usted.

 

 

Es más, en parte, usted también es responsable de que yo me encuentre aquí dentro.» – «¿Y eso por qué?», inquirió sorprendido el señor. «Yo nunca le hice nada a usted.»- «No lo hizo a propósito; pero en una oportunidad fui con mi padre a una reunión evangelística, y de camino a casa nos encontramos con usted.

 

Yo había sido fuertemente impactado por la predicación y mi deseo era ir a hablar con el predicador para derramar ante él mi corazón. Pero, entonces, escuché que usted se burlaba del predicador, diciendo que era una persona sin cultura, que no sabía predicar muy bien. Esas palabras despertaron en mí un rechazo hacia la predicación escuchada. Desde aquel entonces, dejé de buscar la salvación de mi alma. Me junté con malas compañías y, al final de cuentas, terminé aquí.»

 

A la luz de la gloria de Dios, todo se manifiesta. El rey David, sabía acerca del tremendo sufrimiento que podían ocasionar las palabras pronunciadas sin pensar, por eso en Salmos 141:3-4 expresó: «Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala…». Una traducción más libre dice: «Señor, ponle a mi boca un guardián; vigílame cuando yo abra los labios. Aleja mi pensamiento de la maldad…»

 

¿Por qué miente el hombre? Porque en su corazón hay falsedad: «El hombre malo, el hombre depravado, es el que anda en perversidad de boca… Perversidades hay en su corazón…». Dicho de otra manera: «El que es malvado y perverso anda siempre contando mentiras… su mente es perversa…»

 

Hay tres áreas específicas de las cuales deberíamos guardarnos a nosotros mismos y a nuestra lengua:

 

En primer lugar tenemos a la mentira: Ya en el libro de Éxodo se dice: «De palabra de mentira te alejarás». Y en el Nuevo Testamento somos exhortados: «Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros».
En Apocalipsis se menciona, con toda claridad, que la mentira no entrará en el reino de los cielos y que su lugar es el lago de fuego.

 

Luego están la Calumnia y difamación. ¡Qué rápido podemos dejar a alguien mal parado, tan sólo con nuestras palabras! Por eso, la calumnia y la difamación de ninguna manera deben ser tomadas a la ligera. Por el contrario, son de las peores cosas que existen.

 

Exagerar o quitar importancia. Con cuánta facilidad exageramos si se trata de nuestras buenas obras; en cambio si hablamos de las buenas acciones de otro, más bien tendemos a contar poco sobre ello. Debido a esto, el salmista clamó: «Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala…»

 

Querido amigo, cuando Acán, tras la conquista de Jericó, prevaricó tomando del anatema, llevando así a todo Israel a la ruina, su pecado fue descubierto un poco más adelante. Pero, a pesar de que el culpable ya se había encontrado, Josué le dijo a Acán: «Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras». Acán respondió: «verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho» . Conforme a la ley, Acán tenía que morir por lo que hizo. En la actualidad, nadie tiene que morir por mentir, difamar, calumniar, exagerar, o quitarle importancia a un hecho. La gracia de Jesús está por encima de la ley. Pero, cualquier pecado recién puede ser perdonado cuando hay confesión: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» .

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